«Todos tenemos nuestra casa, que es el hogar privado; y la ciudad, que es el hogar público».
[Enrique Tierno Galván]
Pocas
cosas en Armenia son centenarias como la Sociedad de Mejoras Públicas [SMP] ,
la cual celebró su primera centuria el pasado 5 de febrero con un solemne acto
en su sede de la carrera 13, a media cuadra de la plaza de Bolívar, vía que John
Jaramillo Ramírez [1944 - 2022] describió en Por las calles del recuerdo
[La Crónica del Quindío, 14-10-2009] de la siguiente manera: «La carrera 13
entre calles 13 y 20 tuvo tres nombres: Calle de Encima que fue la que más
arraigó. La calle Muerta porque era una vía estrictamente residencial, muy
calmada […] y la calle de la Amargura porque en tiempos del padre [José
Vicente] Castaño era la ruta para la procesión de Once el Viernes Santo»
En aquel acto protocolario el presidente de su junta
directiva, Orlay Muñoz Marín, ante un grupo de ciudadanos que asistieron para
expresar su reconocimiento y gratitud por los aportes realizados, mencionó que la
segunda organización cívica creada en Armenia, luego de la Junta Pobladora conformada
el 14 de octubre de 1889 para fundar la ciudad, fue la Sociedad Hidrográfica
creada en 1892 con el propósito de gestionar la construcción de un acueducto que
satisficiera las necesidades del poblado, entidad sobre la que citó el
siguiente texto del historiador Miguel Ángel Rojas Arias: «De esta Sociedad Hidrográfica,
se desprendió, años después, la creación de la Sociedad de Mejoras Públicas de
Armenia, que aún existe, y que, se podría afirmar, es adalid y continuidad de
la primera Junta Pobladora, guardiana del civismo, la cultura y la identidad de
la ciudad. (Revista Vibraciones # 1)».
A la Sociedad
Hidrográfica le siguió la Junta de Ornato y Embellecimiento reglamentada por el
Acuerdo 015 del 3 de agosto de 1916, que luego se transformó en la SMP de
Armenia el 5 de febrero de 1925 mediante Acuerdo 006 del Honorable Concejo
Municipal. Estas solo son pinceladas sobre origen de las organizaciones cívicas
de la ciudad, esas que antepusieron el interés público sobre el particular y
que asumieron el legado de la Junta Pobladora.
La intervención de Muñoz
Marín culminó con la siguiente reflexión: «El civismo del siglo XXI está
orientado a la formación del ciudadano en valores, en la ética ciudadana, en el
respeto al entorno humano y natural. El civismo del siglo XXI nos indica que
este es el elemento sustancial para la convivencia pacífica de los hombres
entre sí y de ellos con su entorno. A incentivar ese nuevo civismo se dedicará
la institución en la centuria que hoy se inicia».
Y es sobre esta
afirmación que quiero detenerme para decir que cuando los valores éticos están
claros y han sido avalados y aceptados por una sociedad los convertimos en
norma, construyendo así una ética ciudadana basada en consensos donde prima
el interés público y el bienestar colectivos sin desconocer los derechos
individuales. Esta ética conduce al civismo o civilidad, que es el
comportamiento respetuoso del ciudadano con las normas de convivencia pública.
Lo contrario es el individualismo o particularismo entendido como la tendencia
a pensar y obrar sin sujetarse a las normas generales defendiendo los derechos
individuales frente a los de la sociedad.
De ahí que en buena
parte la convivencia depende de la ética y los valores interiorizados por los
ciudadanos y expresados como deberes que constituyen el basamento contra la
cultura del dislate, la anomia y la corrupción. El civismo necesita de una
ciudadanía dotada de un sistema de valores que hay que transmitir e inculcar
para no dejarla sin contenido. Y es en esto donde juegan papel fundamental
las instituciones educativas desde los primeros años hasta la educación
superior para que la sociedad comprenda qué es el patrimonio colectivo y para
que los derechos y deberes cívicos sean menos abstractos, proceso en el que también
tienen un rol esencial la formación en el hogar y la transparencia en la
gestión de los gobernantes, autoridades y funcionarios públicos.
La ética ciudadana constituye
el ADN de una sociedad y
cumple la función imprescindible de proporcionar el anclaje necesario para evitar
caer en la sensación generalizada de que todo es anarquía y caos, que todo da igual.
Por eso es que cuando se menoscaba la ética ciudadana se genera el caldo de
cultivo para la corrupción en la administración pública, la violación de las
normas de tránsito, la invasión del espacio público, la vulneración de los
derechos de personas con discapacidad, el consumo de licor y alucinógenos en calles
y parques, el abuso del ruido, los comportamientos violentos y agresivos, los letreros
y dibujos sin razón en muros y fachadas, las calles convertidas en basureros y
sanitarios, la práctica de la indiferencia y la discriminación y otros
comportamientos egoístas.
Finalmente, el civismo del siglo XXI, además de impulsar obras, nos debería lleva a pensar en la ética ciudadana como una responsabilidad colectiva, porque no importa si se es alcalde, concejal, funcionario público, policía, empresario, comerciante, vendedor ambulante, religioso, deportista, estudiante o simple peatón, todos compartimos este lugar llamado ciudad.
Armando Rodríguez Jaramillo
Correo:
arjquindio@gmail.com / X:
@ArmandoQuindio / Blog: www.quindiopolis.co
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