«Lamentablemente
en Armenia normalizamos comportamientos incívicos, desordenados y vulgares».
Por: Armando Rodríguez Jaramillo.
Una
de las actitudes más dañinas y permisivas para una sociedad es cuando la
mayoría de sus integrantes normalizan situaciones o conductas indeseables, es
decir, cuando volvemos normal lo que no debería serlo adoptando una conducta
perniciosa y dañina que lleva a perder sensibilidad y a ganar indiferencia
frente a eventos que realmente no deberían ser aceptados ni tolerados. En
consecuencia, entre más hacemos algo, aunque sea algo que sabemos que está mal
hecho, nos vamos a sentir menos incómodos con ello. En otras palabras, el estar
expuesto lo suficiente a cualquier situación hace que esta se normalice, aún si
es impropia.
Lamentablemente
creo que esto nos ha venido pasando en Armenia y sin darnos cuenta normalizamos
comportamientos incívicos, desordenados y vulgares. Así fue como se nos
volvió normal que en los paraderos de buses se cuadren carros y que los taxis
ocupen un carril frente a centros comerciales entorpeciendo el flujo vehicular,
que conductores particulares transiten por las calzadas de solo bus en la
avenida 19, que las motos usen las ciclovías y abusen de la velocidad, que los ciclistas
crucen semáforos en rojo y que los peatones caminen por la calle porque en los andenes
hay carros parqueados.
Se
nos volvió normal que la señalización con el sentido de vías, zonas
peatonales, pares, prohibido parquear, paraderos de buses, zona de taxis y
otras similares no exista o esté en deplorables condiciones, que la nomenclatura
urbana (nombres de barrios, avenidas y vías) y la numeración de calles y
carreras desapareciera y que el mantenimiento de las vías sea lamentable.
Se
nos volvió normal que
andenes y espacios públicos tengan dueños, que en las esquinas se ocupen las
rampas diseñadas para personas en sillas de ruedas y madres con coches de bebes,
que las franjas táctiles para guiar a los invidentes estén ocupadas por vendedores
estacionarios y ambulantes, que las fachadas de locales comerciales que generan
empleo, pagan arriendo, servicios públicos e impuestos se oculten tras hileras de
puestos con sombrillas multicolores, que numerosas calles y andenes estén
ocupadas por carretas con frutas y verduras.
Se nos volvió normal el abandono de parques y zonas verdes, que nos haya
quedado grande el mantenimiento de prados y jardines, que seamos incapaces de
proteger los árboles urbanos y de replantar los que fueron talados o murieron
por al abandono y falta de espacio vital al estar rodeados de cemento.
Se nos volvió normal que los monumentos y espacios patrimoniales no sean
objeto de mantenimiento ni protección alguna, que bienes públicos como el
mobiliario urbano de la Calle Real se degrade inexorablemente, que algunos inmuebles
del municipio y sus alrededores estén en abandono como sucede con el CAM, la Estación
del ferrocarril, la plaza de toros y los lotes ubicados frente al colegio de
las Capuchinas y detrás del Banco de La República donde estuvo la alcaldía.
Se
nos volvió normal que proliferen licoreras y ventanillas, incluso
cerca de universidades y parques, en cuyos alrededores el consumo de licor, y
hasta de marihuana y droga, se hace con frecuencia en plena vía donde las
aceras se convirtieron en orinales públicos, que haya cuadras enteras con fachadas
enrejadas que reflejan la inseguridad y desprotección a que están sometidos sus
vecindarios, que se pinten adefesios y letreros en muros y portadas de
establecimientos y casas dejando al descubierto la incultura y falta de respeto
por la propiedad ajena.
Se nos volvió normal que se arroje basura en cualquier parte, que muchos
establecimientos nocturnos de comidas se deshagan de sus desechos llevándolos a
la siguiente esquina, que se saque la basura en días y horas que no hay
recolección, que cientos de personas vivan en la calle hurgando entre los
desechos y que muchos de ellos sean ancianos abandonados y jóvenes en medio de
una vorágine de tristeza y desolación.
Y también se nos
volvió normal que el ejercicio de la política se relacione con la
corrupción, que se desconfíe de la administración pública, que la
gobernabilidad y los compromisos políticos se paguen con la repartición de
puestos y contratos, que los gobiernos prometan cosas que no cumplen, que los
dineros públicos no tengan doliente y que se acepten frases como aquella que
reza: «que robe, pero que haga obras.»
Y como si fuera poco,
se nos volvió normal no saludar ni despedirnos con cortesía, dar las
gracias, ceder el paso o el asiento a embarazadas y a personas mayores o con
limitaciones, hablar sin gritar ni insultar, respetar a nuestros vecinos,
amigos y compañeros, solicitar las cosas con cordialidad, proteger a nuestros
niños, agradecer a quienes trabajan en labores de servicios, respetar las filas
y asumir comportamientos que hagan la vida más amable.
Lo dicho no es nuevo,
lo grave es que pase, y que de tanto verlo hubiéramos terminado por aceptarlo como
normal lo que dificulta reconocer
cuánto daño se ha hecho. De ahí que tengamos dos alternativas: mirar hacia atrás
para tratar de entender cómo fue que llegamos hasta aquí o mirar hacia adelante
para intentar comprender lo que esto podría significar mañana si no cambiamos
nuestros comportamientos. Deberíamos reflexionar sobre el impacto que se tendrá
dentro de diez, veinte, treinta años si continuamos aceptando como normales
situaciones o conductas indeseables.
Así que el primer paso es reconocer lo que en realidad
nos está sucediendo y hacer un alto en el camino para pensar sobre las cosas a
las que nos estamos acostumbrando y que no deseamos que continúen sucediendo, porque
no queremos que sean parte del futuro de nuestros hijos ni del nuestro, ni del
de la ciudad de Armenia.
Correo: arjquindio@gmail.com / X: @ArmandoQuindio / Blog: www.quindiopolis.co
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