Una espera en El Dorado

 

«Los aeropuertos son lugares donde por casualidad o capricho de la vida se cruzan las personas».


Son las 4.00 p.m. de un día cualquiera en el aeropuerto El Dorado en espera del vuelo de las 9.06 p.m. que me lleve de regreso a Armenia, así que dispongo de algunas horas en ese lugar de encuentros y despedidas, de principios y finales, de expectativas y nostalgias. Ingreso a la Librería Nacional y compro un libro para pasar el tiempo. Luego ubico una silla donde aislarme del bullicio, algo difícil de lograr en un aeropuerto como el de Bogotá.

Poco a poco me sumerjo en la lectura tratando de no distraerme con la avalancha de publicidad que promociona el último teléfono plegable, los perfumes y ropa de moda, el auto híbrido que debo comprar y esa playa paradisiaca a la que no puedo dejar de ir. A esto se suman los anuncios repetidos que dicen: «Avianca informa la salida del vuelo AV 1594 con destino a …, pasajeros interesados por favor ir a la puerta de embarque D 6.»

Luego de un rato siento fatiga y deseos de una taza de café; pero vaya sorpresa, no conseguí comprar una de 4 onzas porque las presentaciones disponibles son de 9 y 12 onzas, cantidades impropias para degustar un buen café como esos que por fortuna se toman en el Quindío. Resignado y con algo de desencanto miro pasar a los muchos que van y vienen en busca de su puerta embarque:

Veo tres adultos seguidos de media docena de chiquillos bulliciosos y alborotados que zigzaguean entre la gente para llegar a la sala asignada.

Pasa un hombre mayor de impecable vestimenta que camina con evidente preponderancia.

Contemplo una mujer delgada y graciosa como de 1,75 de estatura, de pelo rubio y traje a la moda. Lleva gafas oscuras sobre un rostro inexpresivo mientras circula cual modelo en pasarela.

Diviso un par de personas con una pareja de ancianos en sillas de ruedas seguidos por dos acompañantes que se apuran en medio de ese acelere colectivo.

Miro un matrimonio, eso creo, de mediana edad. Él, va adelante tirando de su maleta. Ella, entaconada, marcha rezagada siguiendo el paso. Ambos parecen tener fatiga del viaje y también de la vida en común.

Atisbo una elegantemente mujer con vistosas joyas y ademanes sofisticados que porta un maletín MH y un bolso ISL.

Observo un puñado de deportistas. Van sin hablar, entretenidos con sus audífonos y en sus manos paquetes de snacks y bebidas energizantes.

Aparece un hombre con talla de basquetbolista que pasa moviendo sus caderas. Viste pantalón ajustado de material sintético y camiseta de tul gris pegada al cuerpo. Aquel individuo no pasa inadvertido entre la gente con abrigos que hay a su alrededor.

Hay un corrillo de hombres con pinta de ejecutivos y vasos de cerveza en las manos. Parecen hablar de esas cosas importantes de las que sólo hablan las personas importantes.

Pasan varios adolescentes que derrochan alegría como si fueran de paseo hacia una playa del Caribe.

Un fulano habla por celular convulsivamente mientras camina de forma errática. Hace muecas de desagrado, se recuesta a una pared, se toma del cabello y pronuncia los nombres de algunos conocidos políticos.

Circula una particular pareja. Él, cincuentón, alto y con sobrepeso excesivo, viste ropa negra y lleva tenis blancos. Ella, treintañera y de baja estatura, con minifalda y botas de cuero. Por un momento imaginé que a la noche se le irá la mano.

Y así como ellos, muchos otros quedan por mencionar. Personas comunes y corrientes que febrilmente deambulan en busca de su vuelo.

Definitivamente los aeropuertos son lugares donde por casualidad o capricho de la vida se cruzan las personas. A los aeródromos acudimos a encuentros no planeados con desconocidos de disímiles procedencias y destinos; de todas las edades, culturas y realidades sociales; de múltiples condiciones económicas y variopintas profesiones y oficios; de variadas creencias y convicciones políticas. Todos venimos de algún lado y todos vamos para alguna parte formando multitudes solitarias sin recordación alguna. 

Los aeroparques son como bucles donde confluyen fuerzas de atracción y repulsión, allí nos encontramos sin que nuestras ilusiones, objetivos, deseos, anhelos, amores, odios, trabajos, proyectos y sentimientos necesariamente se mezclen, salvo esos casos fortuitos cuando el encuentro de dos extraños genera relaciones posteriores.

 

Armando Rodríguez Jaramillo

Correo: arjquindio@gmail.com / X: @ArmandoQuindio / Blog: www.quindiopolis.co

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