Dos centavitos de identidad

  

«Los armenios deberíamos cultivar la ciudad heredada para que rebrote y reverdezca con cada generación».

 

Al empezar a escribir este artículo me acordé de Dos centavitos de Poesía, el libro de Euclides Jaramillo Arango (Pereira, 1910 – Armenia, 1987) publicado por Quingráficas en 1972, donde el autor, según el prólogo de Héctor Ocampo Marín, «ahonda en lo prístino con oído atento y avizor, para descubrir aquí y recoger acullá, coplas y decires, saberes y tradiciones, trovas y cantares de entre la fértil selva de la literatura primaria, crédula y emotiva…».

Euclides introduce al lector por los meandros del folclore como el conjunto de costumbres, tradiciones y manifestaciones artísticas de los pueblos. De igual forma, este conjunto de costumbres, tradiciones y manifestaciones, no sólo artísticas, sino de toda índole, forman identidad colectiva donde cultura, patrimonio e idiosincrasia se mezclan en el telar de la virtud cívica. Sin embargo, cuando algunas de estas fibras se revientan la urdimbre pierde consistencia, sus hebras se destemplan y deshilachan hasta hacerse añicos, entonces la identidad se envolata, la cultura se extravía y la cohesión social se diluye, elementos que no se recuperan con eslóganes ni estribillos como aquellos de: Armenia siempre, Yo amo a Armenia, Armenia la ciudad que queremos, Armenia, mi ciudad, Sentimiento cuyabro y cosas similares, aunque hay que aceptar que este tipo de frases ayudan a crear imágenes mentales.

Pero, a lo que me refiero es más hondo porque la identidad necesita de tierra fértil para que su raíz profundice, pues ella se fundamenta en compromiso, sentimiento y responsabilidad con lo que somos, con nuestra tierra y nuestras costumbres, con lo que nos hace reconocibles, con lo que nos relacionan y con lo que nos imprime orgullo y da sustento para ser colombianos y ciudadanos del mundo sin dejar de ser armenios. Entonces, ¿por qué permitimos que se deshilvanara nuestra e identidad?

Hace poco me llegó un video que trata sobre la secuencia ancestral que me puso a pensar en los que al final de siglo XIX llegaron a fundar la ciudad. Y es que para ser lo que somos cada uno de nosotros necesitamos de 2 padres, 4 abuelos, 8 bisabuelos, 16 tatarabuelos y 32 trastarabuelos. Solo las últimas cinco generaciones que nos precedieron precisaron de 62 ancestrales en 14 o 15 décadas, lo que nos debería motivar a pensar: ¿De dónde salieron? ¿Cuántas luchas libraron? ¿Cuántos éxitos y fracasos tuvieron? ¿Cuántas crisis y violencias soportaron? ¿Cuánto amor, fuerzas y valores nos entregaron? Existimos gracias a lo que ellos fueron y construyeron como familia. Por eso hay que tener gratitud con el pasado y entregar con creces lo recibido a la siguiente generación.

Y como no nací por generación espontánea, tampoco soy ciudadano por generación espontánea porque desde que vivo en mi Armenia me encuentro con calles, aceras, parques, plazas, zonas verdes, campos deportivos, edificios y casas emblemáticas, teatros, estadios y coliseos, cultura, festividades, costumbres, valores, colegios, iglesias, paisaje, comida, libros, música, canciones, sociedad y muchas otras cosas que no construí, pero que están allí y le dan sentido a mi existencia. Entonces: ¿Quiénes las hicieron para que hoy las disfrutemos?

Una vez, conversando con Jesús Arango Cano (La Tebaida, 1915 – Armenia, 2015), escritor, diplomático, historiador y hombre cívico que hizo parte de la junta pro-departamento del Quindío, me señalaba desde la ventana de su apartamento por allá en los años noventa la enorme ceiba del parque de Sucre, y me dijo que siempre disfrutaba de esa maravilla que él no sembró, y a continuación expresó que, así como gozaba de aquel árbol, tenía que hacer y dejar cosas para la ciudad que no alcanzaría a ver y que otros disfrutarían. Esas palabras me impactaron al punto que cada que paso por ese lugar pienso en la persona anónima que hace más de una centuria plantó aquella ceiba y también en las muchas otras que la han cuidado para que siga mudando sus hojas dos veces al año en un espectáculo de renovación y vida. De igual manera, los armenios deberíamos cultivar la ciudad heredada para que rebrote y reverdezca con cada generación.

Pero, creo que no es fácil hablar de esto cuando el ritmo del civismo y el progreso de los armenios se desaceleró en los últimos años sucumbiendo ante los cantos de sirena del narcotráfico y de la política maridada entre corruptelas, despreciando la educación como elemento formador de cultura y calificando al civismo como algo cursi mientras sobreponíamos el interés privado sobre el interés público. Sin embargo, la vida de las personas y de los pueblos está marcada por altas y bajas de cuyos errores, fracasos y crisis se aprende para de nuevo reverdecer como lo hace la ceiba del parque de Sucre todos los años.

En fin, creo que la Encuesta de percepción ciudadana 2023 entregada el 4 de diciembre por el programa Armenia cómo vamos da luces de esperanza al ver que el 62,5% de los armenios se sienten orgullosos de su ciudad y el 73,3% se sienten orgullos de vivir en ella, lo que permite pensar que podríamos monetizar estos dos centavitos de identidad.       

 

Armando Rodríguez Jaramillo

Correo: arjquindio@gmail.com / X: @ArmandoQuindio / Blog: www.quindiopolis.co


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