Los gobiernos y la metáfora del césped y el árbol

 

«Sembrar árboles es muy complicado, porque esta labor lleva tiempo y nuestro modelo político se especializó en cultivar césped para cosechar resultados inmediatos».


En el Arte de pensar (Editorial Berenice, 2018) el filósofo José Carlos Ruiz (Córdoba, España, 1975), autor de otros libros como Filosofía para el desánimo (2021) e Incompletos (2023), alude a la metáfora del césped y el árbol para hablar de la felicidad, a la cual acudo para referirme a ciertas formas de gobernar una ciudad.

Dice J.C. Ruiz: «El césped tiene muchas ventajas, estéticamente es muy bonito y si nos tumbamos sobre él notaremos su comodidad. Además crece con mucha facilidad, no necesitamos esperar mucho tiempo para poder disfrutarlo. Se planta, se riega un poco a diario y crece, es una planta muy agradecida, pero tiene una serie de inconvenientes que es necesario tener en cuenta: posee una raíz frágil, poco profunda, de modo que cualquiera que dé un pequeño tirón puede arrancarlo sin apenas esfuerzo; necesita un cuidado diario y es relativamente delicado; sufre mucho con los cambios meteorológicos, será el primero en secarse si no tiene agua o en pudrirse con una lluvia intensa y persistente; además, la facilidad con la que crece es la misma que con la que muere, cualquier acontecimiento puede afectar a su quebradiza estructura.

El árbol es todo lo contrario. Su semilla tarda mucho en germinar y necesitamos años para poder disfrutar de su sombra. Crece a su ritmo, no tiene prisa por demostrar la belleza de sus ramas y de sus hojas, sino más bien por asegurarse un tronco y, sobre todo, unas raíces que le permitan enfrentarse a la vida sin miedo. No necesita grandes cuidados, apenas un poco de agua al principio, pero después sus raíces serán las que busquen el alimento, las que profundicen, las que tengan que apañárselas para sujetar el resto del tronco. Frente al césped, el árbol no tendrá problemas con los cambios meteorológicos y no temerá a las grandes tormentas. Al tener un tronco fuerte, las tempestades podrán partirles algunas ramas o hacer que sus hojas se caigan, pero el árbol seguirá siendo árbol.

Este, cuando su tronco empieza a fortalecerse, apenas necesita muchos cuidados, es capaz de seguir creciendo sin mucha ayuda. Una vez que alcanza su madurez en ese proceso lento, será capaz de dar sombra a las personas que se acerquen a su tronco y de dar cobijo a otros animales en sus ramas, dejando que otros construyan sus nidos y se refugien de las tormentas y del sol bajo sus hojas».

Esta metáfora me es útil para decir que una ciudad se puede gobernar como un sembradío de césped o un plantío de árboles. El primero, tiene que ver con los mandatarios que se concentran en atender lo urgente, no lo importante, que asumen decisiones transitorias y posponen soluciones a las dificultades de fondo entre aciertos e improvisaciones. Son gobiernos que suelen mirar con espejos retrovisores bajo el supuesto de que cuatro años no son suficientes para corregir problemas heredados. Ellos se esfuerzan por mostrar la belleza inmediata y efímera (como la del césped) que tienen las grandes cosas pequeñas mientras ponen el pie en el acelerador de la turbotemporalidad, de la gestión de la recompensa inmediata, en espera de las próximas elecciones.

Otros son los gobiernos que actúan como cultivadores de árboles. Estos priorizan el interés público, adoptan visiones de futuro y acuerdos colectivos, invitan a dejar de lado la improvisación y la inmediatez y precisan de una ruptura con la corrupción y politiquería. Nada enmarca mejor estos propósitos que la frase de Otto von Bismarck (1815-1898): «El político piensa en la próxima elección; el estadista, en la próxima generación».

Gobiernos con este modelo de gestión actúan con conocimiento del pasado y la mirada puesta en el futuro. Ellos tienen el arrojo de enfrentar lo inconcluso para subsanar los traumatismos que causan las vías, parques, escenarios culturales y deportivos, espacios públicos y muchas otras instalaciones de uso colectivo inexplicablemente abandonadas. Estos gobiernos se interesan por armonizar las áreas urbanas y de expansión, las zonas suburbanas y lo suelos de uso agropecuario y de conservación, al tiempo que hacen acuerdo para manejar ecosistemas compartidos y ordenar el territorio que comparten con municipios vecinos. Asimismo, crean ambientes propicios para atraer, retener y generar empresas y empleos de calidad, ponen la cultural al alcance de los ciudadanos, crean importantes espacios públicos, parques y zonas verdes, transforman la sociedad a través de la educación, la ciencia y la tecnología, promueven el sentido de pertenencia, cultivan la virtud cívica y propician un entorno digno, incluyente y con oportunidades con el propósito de disminuir la pobreza y generar progreso y bienestar. En pocas palabras, se ocupan en cómo alcanzar futuros superiores que superen el presente que se tiene.

Pero ojo, no hay duda de que tomar la decisión de sembrar árboles es muy complicado, porque esta labor lleva tiempo y nuestro modelo político se especializó en cultivar césped para cosechar resultados inmediatos. Finalmente, apoyándome en un proverbio de Confucio, quiero decir que si nuestros planes son para cuatro años plantemos césped, si son para diez años sembremos árboles, pero si son para la siguiente generación forjemos ciudadanía y promovamos educación y cultura.

Nota: Foto tomada de pixabay.com


Armando Rodríguez Jaramillo

Correo: arjquindio@gmail.com  /  X: @ArmandoQuindio  /  www.quindiopolis.co

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