Leer al Quindío y a la quindianidad también

  

¡Y si cada uno de nosotros siembra hoy un guayacán amarillo, tendremos en diez años el más hermoso jardín de la quindianidad!


El escritor e historiador calarqueño Jaime Lopera Gutiérrez presentó el libro Leer al Quindío. Guía para propios y extraños [Primera edición, junio de 2023], editado por Comfenalco con fotografías de Olga Lucía Jordán y prólogo de Alfredo Cardona Tobón miembro de la Academia Pereirana de Historia, donde expone la trayectoria de esta región en sus varios momentos históricos pretendiendo aproximar al lector a la comprensión de un territorio encantador (el adjetivo es mío), a lo que le agrego que cada época tiene sus propias circunstancias y contextos.

Con una pluma amena y seductora Lopera Gutiérrez sigue la línea del tiempo desde las culturas aborígenes y la llegada de los españoles, siguiendo por la colonia, la república, el paso del Libertador, la colonización, la fundación de pueblos, la guaquería, la llegada del ferrocarril, la construcción de carreteras, la economía del café, la violencia partidista, la creación del Quindío, la época de oro del civismo, la crisis del café, el turismo, la industrialización, los impactos del terremoto, las décadas perdidas, los sinsabores de la politiquería y la corrupción y los desafíos de la modernidad entre otros muchos aspectos de nuestra historia que lo convierte en un texto ideal para todo aquel que quiera saber de este territorio.

Leer al Quindío desvela de forma sencilla episodios de la vida comarcal y de nuestros mitos, costumbres y leyendas. Es como un caleidoscopio, [palabra que viene del griego kalós, bella, éidos, imagen y scopéo, observar] a través del cual podemos observar una bella imagen de esta tierra sin ocultar los sucesos oscuros y dolorosos que también se dieron para contar a propios y extraños lo que somos, propósito plamado en esta cita que transmite identidad: «Es adquirir y apropiarse de las raíces de la quindianidad y, gracias a este autoconocimiento, convertirlas en un esfuerzo de esa cultura en la que habita [pág. 217.

Como el autor considera «que cada estampa tiene su propia vida, unas veces divertida y otra académica, [y que] es al lector al que le conviene elegir y recordar [pág. 16]», me he tomado la licencia de elegir, entre muchos temas, el concepto de la quindianidad, no sin antes recordar que Humberto Eco dijo que una cosa es la intención del autor y otra diferente la intención del lector.

Haciendo esta aclaración, nada más apropiado para pensar en la génesis de nuestra identidad que lo que señala Lopera, citando al historiador Gonzalo Alberto Valencia, sobre cómo la colonización se dio con base en tres orientaciones [pág. 61]: la colonización promovida [inicial] por el Estado vinculada a la construcción del Camino del Quindío y a la adjudicación de tierras baldías a los primeros pobladores; la colonización espontánea, no oficial y de manera individual, caracterizada por la apertura de tierras en busca de un lugar donde vivir, cultivar y levantar familia, a veces motivada por la ilusión del oro, y que propició la fundación de pueblos; y finalmente la colonización empresarial que se dio principalmente en la cordillera, de Calarcá hacia Sevilla y Caicedonia y otros municipios del Valle, por parte de la empresa Burila receptora de una extensa concesión de la que eran beneficiarios acaudalados empresarios del Valle y Manizales, posesiones que causaron una intensa lucha de los colonos por la tierra.

Sin embargo, a estas tres orientaciones migratorias se yuxtapone la que el historiador Germán Medina Franco denominó la colonización silenciosa [pág. 98], en referencia a los colonos venidos de Santander y cundiboyacá al final del siglo XX e inicios del siguiente y que por lo general se asentaron en las estribaciones de la cordillera. Posteriormente vinieron otros flujos migratorios no precisamente de colonos, cuyo aporte a nuestra cultura aún no ha sido suficientemente estudiado.

Luego el escritor incluye un tinte adicional al afirmar que «La colonización [] no fue un fenómeno de nomadismo [], sino de una especie de trashumancia que involucra un movimiento evolucionista de un grupo de hombres y bestias en busca de un lugar común para habitar y establecerse del todo [pág. 121. En este contexto se refiere a una primera etapa de la colonización antioqueña a la que llamó expansiva o exógena, que coincide con las denominadas colonizaciones promovida y espontánea entre 1830 y 1890; y de una segunda etapa a la que denominó intensiva o endógena, donde se formó la región quindiana. Es decir que la fundación de Salento y Filandia corresponderían a la colonización exógena, y de estas poblaciones, en un proceso de colonización endógena, salieron personas a fundar otros pueblos del Quindío entre 1890 y 1936.

De ahí que el proceso colonizador constituye la matriz de la quindianidad, crisol donde con el tiempo se fundieron otros determinantes de la identidad como la caficultura, la violencia partidista, los liderazgos cívicos, privados y políticos, la creación del departamento, los ritos católicos, la industrialización, la conurbación de Armenia y sus municipios, los coletazos del narcotráfico, la deformación de la política, las bonanzas y la crisis del café, la llegada del turismo, el terremoto y su efectos, el advenimiento del nuevo siglo, las nuevas generaciones y muchas otras entremezcladas en una amalgama de costumbres, dichos, leyendas, mitos, música, canciones, narrativa y poesía, cocina y arquitectura que formaron y siguen modelando nuestra cultura.

En uno de sus apartes, con originalidad el autor se refiere a ciertas apropiaciones para marcar las virtudes de la quindianidad: «¿Quién en el país ignora que somos parte de la leyenda del cacique Calarcá y usufructuarios en el territorio Quimbaya? ¿Quién no sabe que somos los guardabosques de la palma de cera, el árbol nacional? ¿Y dueños de la imagen del silletero o carguero? Los que nos desconocen ya no ignoran por ejemplo la importancia que hemos comenzado a darle al emblemático poporo quimbaya (simbolizado en la Colección Quimbaya que se halla en Madrid), a la exhibición del yipao, al brote del ecoturismo y de los parques temáticos, a la danza de los machetes, al verraco de La Tebaida, al barranquismo, a la forcha y a la gesta de los silleteros -sin hablar de algunos atributos en la alimentación, como el sudado montañero-». Luego de esta sensible descripción señala que «inventarios de este tipo sirven para rescatar el sabor de lo nuestro, y nos predispone a ser dueños de un patrimonio cultural inalienable [pág. 175]».

Finalmente, a manera de colofón, Lopera Gutiérrez recuerda que en la navidad de 1983, siendo gobernador del Quindío, se propuso la tarea de convocar a los quindianos que vivían en otras ciudades del país y del exterior a realizar un encuentro en Armenia que se llamó el Día de la Quindianidad con el objetivo de «reunir a las familias dispersas y lejanas, traer a los trabajadores quindianos en otras partes y estimular el reconocimiento de lo propio mediante un programa que evocara las raíces de esta tierra, a fin de reavivar el sentido de pertenencia por ella y sus ancestros [pág. 216]». Esta fantástica idea que realza nuestra identidad debería ser rescatada por los gobiernos actuales para darle su real dimensión a la frase con la que culmina el libro: «¡Y si cada uno de nosotros siembra hoy un guayacán amarillo, tendremos en diez años el más hermoso jardín de la quindianidad!» [pág. 217].

 

Armando Rodriguez Jaramillo

Correo: arjquindio@gmail.com  /  X: @ArmandoQuindio  /  www.quindiopolis.co

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