Una tarde en el Museo del Oro


«El Museo del Oro Quimbaya es una muestra de esa infraestructura social que además de ayudar a formar sociedad y comunidad, cumple con la función de difundir cultura».

 

La inauguración el pasado 15 de septiembre de la nueva exposición permanente del Museo del Oro Quimbaya del Banco de la República en Armenia, le aporta al Quindío y a la región un escenario maravilloso donde apreciar un enorme patrimonio representado en piezas de orfebrería, cerámica y líticos que hablan sobre las poblaciones que habitaron el Cauca Medio desde hace 12.000 años hasta la época colonial, exposición condensada en el portal web del Museo de la siguiente forma: «Los visitantes podrán disfrutar y reflexionar sobre las ideas y las prácticas que tenían las poblaciones que habitaron el Cauca Medio, su relación con la naturaleza, lo femenino, la vida y la muerte; las primeras formas de horticultura, las técnicas usadas en la modificación corporal y para la elaboración de textiles y orfebrería y las distintas estéticas».

Pero dejando de lado estas descripciones, quiero referirme a la emoción que siento cada que ingreso al Museo del Oro Quimbaya. Desconozco qué fue lo que llevó al maestro Rogelio Salmona (Paris, 1929 - Bogotá, 2007) a diseñar tan maravilloso edificio, pero al caminar por sus corredores y sus patios por donde el agua corre y se dispersa entre canales y pequeños estanques, al recorrer sus salas culturales, al ir por sus terrazas que semejan la parte superior de un alcázar y al pasar por sus jardines y senderos perimetrales pienso en las imágenes que se me quedaron grabadas de la Alhambra (Granada, España). Definitivamente algo me conecta con esto dos lugares impactantes y lejanos entre sí, algo me espolea las fibras de alma cuando ingreso a aquel espacio diseñado por Salmona.

Por otro lado, cuando asisto a actos protocolarios al Museo me acuerdo de que fue construido por la firma Fajardo y Molina e inaugurado por el quindiano Hugo Palacios Mejía como gerente general del Banco de la República, obra que reconocida como Premio Nacional de la Bienal de Arquitectura 1986 – 1987. Asimismo, también recuerdo a las personas que han tenido el enorme compromiso de dirigir este centro cultural en sus treinta y siete años de vida, me refiero a Nora Cecilia Garay, Martha Lucía Usaquén, Sandra Mendoza y Luz Stella Gómez.



Otras evocaciones del Museo tienen que ver con vivencias de familia, cuando en los noventa, con mi esposa Claudia, llevábamos a nuestros pequeños hijos José Fernando y María Alejandra a pasear por sus senderos y jardines, y por sus terrazas, patios y corredores, para luego visitar sus exposiciones y disfrutar de la sala de lectura infantil. Era un pasadía que privilegiábamos por sobre cualquier otra actividad, pues allí nos divertíamos en un entorno natural y cultural excepcional. Tampoco olvido que cuando nos visitaban familiares y amigos, algunos llegados del exterior, con orgullo recomendábamos este lugar paradisíaco donde el tiempo se olvida y la cultura enriquece el espíritu.

Pero, debo confesar que asocio aquel lugar con esos meses convulsos que le siguieron al terremoto del 25 de enero de 1999, cuando en un acto de generosidad y solidaridad el Banco de la República, al cerrar el Museo al público, permitió que en sus instalaciones funcionaran temporalmente el despacho del alcalde Álvaro Patiño Pulido y las oficinas de sus inmediatos colaboradores, pues el edificio de donde funcionaba la alcaldía y las Empresas Públicas de Armenia –EPA, entre carreras 16 y 17, y las calles 22 y 23, debió ser evacuado por los daños estructurales que le ocasionó el sismo.

Por aquellas calendas, siendo gerente de EPA, trasladé sus oficinas administrativas a las instalaciones de la planta de potabilización de agua de Regivit y participé de las reuniones de gobierno dirigidas a la atención de la emergencia y a las primeras etapas de la reconstrucción. Las reuniones se hacían en el segundo piso del centro de documentación del Museo, fue allí donde por primera vez se habló de la demolición de los edificios de la alcaldía y de la galería central, lugar que dio paso a la construcción del CAM, ambos lotes propiedad de EPA. Por esto es por lo que cuando ingreso al Museo me embargan los sucesos de aquel 1999.

Pero regresando a la tarde de 15 de septiembre cuando el gerente general del Banco de la República, Leonardo Villar Gómez, en compañía de varios de los integrantes de su junta directiva, pronunció las palabras de inauguración de la exposición permanente del Museo e hizo referencia al pintor y escultor Fernando Botero, quién por cosas del destino ese mismo día partió para la eternidad, repasé con la mirada los rostros de las personas que asistieron al lugar, sin duda amigos de la cultura. Entre los presentes, recuerdo al gerente del Banco en Armenia, Ciro Campos Collazos, y a la directora del Museo, Luz Stella Gómez, así como a mis compañeros de la Academia de Historia del Quindío, varios de ellos acompañados de sus esposas. No podría dejar de mencionar Valentina Nieto, bióloga de formación y que hizo varios de los espectaculares dibujos que acompañan el guion museográfico, joven mujer que nos habló de lo que hacía con un entusiasmo desbordante. ¡Cómo emociona el encontrarnos con personas que sientan pasión por lo que hacen!

Al día siguiente, sábado, regresé con el propósito de recorrer la exposición arqueológica, pasé por las muestras de orfebrería y cerámica que dan cuenta de actividad humana en la región central desde 9.000 años antes de la era común. Anduve entre colgantes, cascabeles, poporos, urnas cinerarias, usos, ollas, utensilios líticos, lanzas y macanas, cascos y adornos ceremoniales, tumbas de cancel y numerosos objetos antropomorfos y zoomorfos que nos hablan de sus cosmogonías y sus cosmovisiones. Y entre objeto y objeto, me imaginé: ¿Qué pensarían aquellos antepasados si pudieran viajar en el tiempo para visitar la exposición arqueológica recién inaugurada? ¿Qué dirían de la forma en que interpretamos sus vidas, creencias y representaciones?

 


Ese día, al salir de la sala de arte me encontré con Sol Ballesteros. Persona amable y cordial que presta servicios de vigilancia en el lugar. Luego de cruzar algunas palabras, le pregunté cuánto llevaba trabajando en aquel lugar y si le gustaba lo que hacía. Sin siquiera dudarlo y con una encantadora sonrisa en su rostro, me dijo que llevaba siete años en el Museo y que disfrutaba de trabajar allí porque la gente que lo visita es culta, conversadora y amable.

Esta respuesta de Sol me trajo a la mente el libro Palacios del Pueblo: Políticas para una sociedad más igualitaria (Editorial Capitan Swing, 2021) , donde su autor, Eric Klinnenberg (Chicago, 1970), resalta el valor de las infraestructuras sociales haciendo énfasis en la necesidad de contar con espacios compartidos como parques, bibliotecas, museos, campos deportivos, espacios públicos, teatros y demás espacios que estimulen el aprendizaje, la cultura y el esparcimiento: «necesitamos desesperadamente de espacios donde la gente pueda reunirse, participar en la sociedad civil y forjar vínculos sociales más sólidos». Definitivamente el Museo del Oro Quimbaya es una muestra de esa infraestructura social que además de ayudar a formar sociedad y comunidad, cumple con la función de difundir cultura.

 

Armando Rodríguez Jaramillo

Correo: arjquindio@gmail.com   /   X: @ArmandoQuindio   /   www.quindiopolis.co

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4 Comentarios

  1. MARAVILLOSO COMENTARIO Y TEXTO. EL QUINDIO NATURAL TODO, ES UN JARDÍN. PRIVILEGIO HABER NACIDO EN ESTA TIERRA ANTIOQUEÑA.

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  2. UN TESORO PARA TODOS.

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  3. Un tesoro que tiene esta ciudad de Armenia y este Quindío y que deberíamos apreciar en su real dimensión. Gracias por su lectura y comentario.

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