Por: Armando Rodríguez Jaramillo
El 1 de julio de 1966, ante el presidente Guillermo León
Valencia, se posesionó Ancízar López López como primer gobernador del Quindío
en un acto solemne realizado en la plazoleta del parque de Los Fundadores ante
una multitud de quindianos que no se querían perder ese histórico momento. Aquel
evento, precedido por la sanción de la Ley Segunda del 7 de febrero de 1966 por
medio de la cual se crea el Departamento, sirvió para confirmar esa
quindianidad que venía en formación desde el poblamiento de la hoya del Quindío
y la fundación de sus pueblos.
Hoy, 59 años después, pocos recuerdan lo que fue la
campaña que nos llevó a separarnos de Caldas, departamento que tenía
una dirigencia política, empresarial e intelectual significativa, al punto que
Manizales era considerada como la quinta ciudad del país luego de Bogotá,
Medellín, Cali y Barranquilla. De ahí que el propósito de ser departamento fue
una lucha desigual entre aquellos que ostentaban poder económico y político, y
un puñado de ciudadanos y dirigentes quindianos envalentonados por hacer
realidad un sueño.
No obstante, parece que con los años algo se descompuso
en nuestra conciencia cívica para que fechas importantes como estas pasen prácticamente
inadvertidas. Tal vez esto sucedió porque en los colegios no es prioritaria la
enseñanza de la historia local, porque el civismo ya no tiene la trascendencia
de otros tiempos, porque el sentido de identidad y pertenencia se ha
erosionado, porque los medios de comunicación casi no mencionan estas efemérides
y porque las autoridades poco valoran el protocolo y los símbolos que encarnan
la quindianidad. No de otra forma se entiende la poca importancia que la gobernación
y las alcaldías le han dado en los últimos años a fechas relevantes como la del
1 de julio, situación que contrasta con la emoción y fervor cívico que se
palpaba durante las conmemoraciones que se hacían en los años sesenta, setenta,
ochenta y noventa.
Yo no soy experto en asuntos de identidad, sólo sé que me
siento quindiano hasta los tuétanos y que por siempre me ha movido el espíritu
y la voluntad de trabajar por este terruño que es la cuna de mis mayores y la
tierra de mi familia. De ahí que esté convencido que la quindianidad se siente
en el alma así no tenga suficientes palabras para definirla. Pero, estos
sentimientos por la región, su cultura y las tradiciones heredadas de los ancestros
hay que cultivarlos y transmitirlos, propósito en el que juega un papel
fundamental la narrativa, pues en mayor o menor medida somos lo que nos
contamos sobre nosotros mismos, porque las historias de lo que somos nos dan
forma. El modo en que narramos una situación importa tanto como la situación en
sí, dando significado a la forma en la que nos percibimos.
«La quindianidad se siente en el alma así no tenga suficientes palabras para definirla.»
Así que bien valdría la pena reconocer el potencial cohesionador de la narrativa en tiempos en los que nos enfrentamos al olvido y la indiferencia oficial ante las fechas que recuerdan la génesis del departamento y del grupo humano que lo habita. Esto me trae a la memoria dos hechos de ingrata recordación: El primero, tiene que ver con la decisión de una alcaldesa de Armenia del alquilar el espacio público patrimonial de los quindianos permitiendo la instalación de cafeterías en la plazoleta del Parque de Los Fundadores, lugar donde inició la vida política administrativa el Quindío y en el que había un monumento con los nombres de los gobernadores y se podían izar las banderas del Quindío y las de los doce municipios; allí también estaba el mausoleo con los restos de Jesús María Ocampo, fundador de Armenia, y su esposa Arsenia Cardona. El segundo, se relaciona con la idea de un gobernador, sin sustento alguno, de cambiar el escudo del Quindío. Por fortuna se percató de su error y retiró el proyecto de ordenanza que hacía tránsito en la Asamblea Departamental.
Ante esta realidad no queda otro camino que retomar la
enseñanza de la historia para reafirmar lo que somos y volver a hilvanar un
relato compartido como sociedad. Una narrativa que nos lleve a tener
consciencia de las fechas importantes, los momentos clave y los protagonistas
de las gestas que contribuyeron a formar la quindianidad.
Hoy, más que nunca, creo que es tiempo de repensar en
grande este Quindío sin olvidar dónde empezó todo esto. Es ahí donde radica la
esencia trasformadora de una narrativa portadora de lo que somos como pueblo.
En este propósito deberían participar los colegios y universidades, los
gobiernos locales, el sector productivo, las entidades cívicas y los grupos
sociales, pues hay que romper la indiferencia en la que nos sumimos en relación
con nuestra historia y los valores identitarios que nos definen.
No quiero terminar sin decir que algún día me gustaría ver que el aniversario de creación del Departamento fue celebrado por el gobernador y los doce alcaldes en un acto público en medio de una gran fiesta de la quindianidad. Pero, volviendo a la realidad, y desconociendo lo que las autoridades civiles programaron para conmemorar el quincuagésimo noveno aniversario de la creación del Departamento, quiero decir que siento pena de ver cómo en las últimas dos décadas se ha venido a menos la celebración de las fechas importantes de nuestra historia. De seguir así, corremos el riesgo de tener que buscar consuelo en la poesía Siquiera se murieron los abuelos, del antioqueño Jorge Robledo Ortíz [1917 - 1990], que en uno de sus versos dice: «Siquiera de murieron los abuelos / Sin sospechar el vergonzoso eclipse».
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@ArmandoQuindio / Blog: www.quindiopolis.co
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