¿Quiénes son y quiénes somos?


«En suma, la ciudad es el reflejo de su gente».


La mayoría vivimos en ciudades que recordamos por sus avenidas y calles, por sus edificios y construcciones emblemáticas, por sus plazas y parques y cosas similares, sin pensar que la esencia de una ciudad está en la gente que la habita. Las ciudades palpitan al ritmo de las personas pues no son más que su invención  fáctica e imaginaria.

Cuando transitamos por las calles generalmente estamos embebidos en nuestros pensamientos con afanes y compromisos propios. Vamos de un lugar a otro pensando en llegar al trabajo, al colegio o la universidad, a abrir el negocio, a comprar algo en el supermercado o la tienda, a practicar un deporte, a realizar diligencias y otras cosas más sin reparar en la ciudad que nos rodea y en las personas que encontramos (que sin duda nos ignoran tanto como nosotros a ellas). Así es que, al llegar a nuestros destinos, es usual que solo recordemos el estado del clima y del tráfico, y si acaso algún contratiempo sufrido, pero no a la gente con la que nos topamos.

Luego de estas reflexiones quise ver mí ciudad con otros ojos. De hecho, agucé mis sentidos para recorrer la distancia entre el barrio donde vivo, al norte de Armenia, y el lugar donde trabajo, en el centro, lo que me desveló numerosas vivencias que pasaba por alto.

 

El pulso de la ciudad       

Entonces reparé en raudos transeúntes que trabajan en servicios domésticos, porterías de edificios y condominios, construcciones, almacenes, cafeterías y entidades de salud; en conductores de transporte escolar que esperan a sus clientes en las puertas de sus edificios; en hombres y mujeres con llamativas prendas deportivas que entran y salen de gimnasios de donde vienen gritos estentóreos y música estridente; en estudiantes universitarios, estudiantes de jeans y tenis, estudiantes con morrales que caminan apurados; en padres que van con sus hijos de la mano rumbo al colegio; en trabajadores de la construcción agolpado a la entrada de alguna obra; en parejas de adultos mayores que salen a caminar; en técnicos de empresas de comunicaciones chilingueados de postes y escaleras portando cascos y arneses; en paseantes con sus mascotas, en paseantes de mascotas de otros y en perros sin paseantes deambulando por la calle; en recicladores que buscan entre las basuras de edificios y almacenes; en escobitas recogiendo la basura esparcida por el suelo.


«gente esperando trasporte público en paraderos de buses que son parqueadero de carros particulares».


Observé motociclistas que esperan el verde del semáforo para picar como si se hallaran en competencia; taxistas que pitan y prenden luces, taxistas que repiten el ritual cada vez que atisban un cliente potencial; ciclistas con ropa de ciclista, ciclistas con ropa de trabajadores, ciclistas vestidos de policía y ciclistas que no paran ante una luz en rojo; buses atiborrados de gente con ventanas cerradas y buses casi vacíos con ventanas cerradas; conductores de carros de gama alta, conductores de carros de gama media, conductores de carros de gama baja y peatones con ganas de ser conductores de carros de cualquier gama; gente esperando trasporte público en paraderos de buses que son parqueadero de carros particulares.

Reparé en cafeterías que abren mientras otros en el andén hornean sus productos frente a una clientela atraída por olor del pandebono caliente; vendedores de tintos y pintaditos, buñuelos y empanadas con carritos de sombrillas multicolores; partidoras de naranjas por mitades, exprimidoras de naranja en mitades, vendedoras de vasos de jugo de naranja partidas en mitades; cortadoras de frutas en trozos, empacadoras de trozos de frutas y vendedoras de frutas en trozos; mercaderes de perecedero en carretas que van en contravía; distribuidores de tapabocas termosellados con registro Invima.


«policías motorizados que despiertan a gente muy empobrecida para que no se noten de día».


Un sentir aparte causan muchos ancianos y gente muy empobrecida que amanece bajo aleros y escampados cubiertos con cartones; policías motorizados que despiertan a la gente muy empobrecida para que no se noten de día; personas de hablar incoherente reunidos en algún andén alrededor de una botella de alcohol, vaya uno a saber de cuál; caminantes que enrollan un porro, caminantes que fuman un porro; jóvenes con ropas deshilachadas y morrales derruidos que piden ayuda porque vienen de paso y van de paso; personas con discapacidades en sillas de ruedas y en muletas que quieren ocupar su lugar en algún semáforo; más gente muy empobrecida que hurga entre la basura en busca de comida; orates desconectados de la realidad viviendo su propia realidad.

Y qué decir de las filas de personas en espera de ser atendidas en alguna EPS, filas de persona que aguardan medicamentos y filas de personas frente laboratorios clínicos y dispensarios; colas de ancianos en una oficina de giros esperando un giro que cambie su suerte; apostadores ilusionados que revisan los resultados del chance; fieles que aguardan en el atrio de una iglesia, fieles apurados por la comunión y el dictamen final del cura: «pueden ir en paz».

 

Colofón

En suma, la ciudad es el reflejo de su gente. A diario nuestras vidas se cruzan con las de otros en medio de afanes, luchas, conflictos, ambiciones y propósitos que impiden apreciar a las personas con las que coincidimos.  ¿Hace cuánto no reparamos en las personas que hallamos en la calle? ¿Acaso se nos ocurre pensar quiénes son? ¿No será que somos indiferentes para ellos, así como ellos lo son para nosotros?

 

Armenia, 22 de febrero de 2022

 

Armando Rodríguez Jaramillo

arjquindio@gmail.com   /   @ArmandoQuindio

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1 Comentarios

  1. Creo que es un excelente inicio de crónicas de los ciudadanos. Poco se habla de esas actividades y los múltiples oficios que realizan las personas del común. Gracias por recordarnos quiénes habitamos esta ciudad

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