Cuando el viento no llegó

Armando Rodriguez Jaramillo, (arjquindio@gmail.com  /  @ArmandoQuindio).


Agosto tenía un particular encanto porque era sinónimo de verano y de vientos, y eso era suficiente.

No hace mucho que el clima obedecía a ciclos y todos sabíamos cuando empezaban y terminaban las lluvias y también los días secos y calurosos. Hoy todo está trastocado y parece que invierno y verano «ya no tienen horarios ni fechas en el calendario» como dice un fragmento de la canción «Caballo viejo».

Recuerdo de muchacho la emoción que sentíamos cuando llegaban los vientos de julio y agosto. No era si no presentir las primeras brisas para alistar las cometas, entonces íbamos por el papel de regalo para armarlas (en aquellos tiempos no usábamos plástico para esta labor) y con una navaja pulíamos palillos de guadua para hacer el chasis de la cometa. Luego cortábamos el papel y hacíamos tres colas de flecos dejando para el centro la más larga para que le diera estabilidad al volar. Acto seguido preparábamos engrudo casero diluyendo harina en agua, mezcla que revolvíamos con una cuchara de palo a fuego lento hasta que diera el punto y no formara grumos; al enfriarse, este caldo espeso y grisáceo servía como pegamento al ensamblar la cometa.

Parte esencial de los preparativos era conseguir una pita resistente que enrollábamos zigzagueantemente a un palo de 20 o 30 centímetros de largo para que en el momento crucial fuera fácil soltar y recoger. Hacer el amarre perfecto de la piola a la cometa era clave, pues de ello dependía de que su ángulo de inclinación contra el viento fuera el adecuado para que ésta halara y se elevara con fuerza.


Cometas al viento.

Una vez se tenía todo listo, solo había que esperar el día adecuado y el viento preciso para llevar nuestros artefactos aerodinámico a un lugar abierto, fuera un campo de fútbol, un parque o un potrero, al que llegábamos espontáneamente para iniciar la faena. Unos llevábamos cometas comunes, otros elaborados barriletes y papalotes multicolores y hasta gallinazos de tela que requerían de fuertes vientos para que se alzaran.

Pero al final poco importaba el modelo, lo relevante era hacer que nuestra cometa se encumbrara lo más alto posible y para esto había técnicas. Con frecuencia se tenían vientos de superficie que la empujaban hacia arriba sin dificultad, pero en otras situaciones debíamos correr para que ganara altura y cogiera vuelo. Una vez en el aire, algunos sacaban sus dotes de meteorólogos para encontrar la corriente de viento más favorable haciendo cabriolas con los pies y moviendo las manos de izquierda a derecha o de abajo hacia arriba como quien atrae algo para luego soltarlo, con esto, o a pesar de esto, se lograba ganar altura y controlar el objeto volador. En ocasiones jugábamos a mandar un telegrama que consistía en coger un pedazo de papel y hacerle un pequeño hueco como si fuese el de una ruana y pasar por allí la pita, entonces este papel, empujado por el viento, ascendía hacia la cometa y así competíamos por cuál de estos imaginarios mensajes llegaba más rápido a su destino.

Un momento crítico era cuando la cometa pedía pita y esta se agotaba, entonces sentíamos cierta frustración de pensar hasta dónde podríamos haber llegado de haber tenido más cordel. También había instantes de angustia cuando habiendo logrado alturas considerables, la velocidad del viento disminuía y nos veíamos abocados a recoger la piola rápidamente para no perder la cometa. O qué tal cuando se reventaba la cuerda o se enredaba con la de al lado o nuestro artilugio quedaba atrapado entre las ramas de un árbol o en los cables de la energía eléctrica.

Al final del día volvíamos a nuestras casas exagerando relatos sobre lo vivido para levantarnos al día siguiente a reparar una maltrecha cometa o hacer una nueva para enfrentar el viento por llegar.


Colofón.

Pero el tiempo no pasa en vano, aunque las emociones persisten. En días pasados me enteré de que al fin de semana siguiente se celebraría un festival de cometas en un lugar cerca de donde vivo. Entonces me llegaron recuerdos de otros tiempos y esperé con ansias el festival. Sin embargo, ese fin de semana las lluvias fueron protagonistas, el sol brilló por su ausencia y los vientos jamás llegaron. Definitivamente me gustaban más los agostos de antes.

 

Armando Rodríguez Jaramillo

arjquindio@gmail.com  /  @arj_opina


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2 Comentarios

  1. Definitivamente me hizo viajar en el tiempo con este bello relato que otrora fue la, felicidad de muchos niños quienes inocentemente nos divertíamos en tal escenografia

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