Para cualquier observador el Quindío
tiene dos paisajes claramente definidos. Uno es el de cordillera que incluye a
los municipios de Salento, Calarcá, Córdoba, Pijao, Buenavista y Génova; y el otro
es la llamada zona baja o plan, que en realidad es una meseta ondulada con
inclinación hacia el río de La Vieja conformada por Filandia, Circasia,
Quimbaya, Montenegro, La Tebaida y Armenia.
Sin embargo, estos dos paisajes de
indiscutible belleza escénica, exuberantes ecosistemas naturales y complejos antroposistemas
agropecuarios y urbanos, lejos de tener condiciones similares, presenta enormes
diferencias, desigualdades e inequidades que terminan por definir sus oportunidades
de desarrollo.
Una vista general del pasado nos
muestra que la zona de cordillera recibió flujos de colonización más
heterogéneos y tuvo confusos hechos que la moldearon. En esta franja del
territorio se dieron arduas disputas por la posesión de la tierra como fueron
los pleitos de colonos y campesinos con la Concesión Burila en la primera mitad
del siglo veinte, disputas que causaron agresiones de hecho y arduos
enfrentamientos en los tribunales; luego vino la violencia partidista entre
godos y cachiporros (conservadores y
liberales) de los años cincuenta y sesenta que dejó su estela de víctimas y abandono
de fincas; y para rematar, grupos guerrilleros como el Frente 50 de las FARC en
los años 70, 80 y 90 estuvieron por sus vertientes merodeando y hostigando
municipios y población civil. Y no es que en la zona baja no se hubieran dado
estas perturbaciones, fue que allí estas manifestaciones fueron menos intensas.
Mientras la cordillera vivía su
realidad, el desarrollo se fue concentrando en Armenia y sus alrededores, en
especial luego de la creación del Departamento (1966), lo que consolidó un
modelo centralista que reunió en la capital el poder político administrativo,
oficinas de gobierno y de justicia, hospitales y centros de salud, colegios y
universidades, empresas y establecimientos de comercio, sedes bancarias y financieras
y otros servicios funcionales. Así que Armenia y su entorno obró como una gran
fuerza magnética que atrajo, y atrae, recursos y gente de todo el departamento.
Las cifras no mienten
Todo esto ha contribuido a que haya
dos Quindío con enormes disparidades cuya realidad se descubre con sólo leer
algunas cifras. De acuerdo con datos del DANE, en 1990 el 27% de población departamental
vivía en los municipios de cordillera y el 73% en los de la parte baja, tres
décadas después, en 2021, el 19% de los quindianos viven en la primera y el 81%
en la segunda, así que mientras una zona sufre de despoblamiento la otra atrae
población. A estas diferencias, hay que
sumar que mientras en la cordillera el 71% de la población vive en las
cabeceras urbanas y el 29% en el sector rural, en la zona baja estos
porcentajes son 92% y 8% respectivamente, lo que alerta sobre la paulatina
desaparición de la población campesina en la parte baja, situación que representa
un gran desafío para conservar la actividad agrícola y preservar el acervo cultural
y los saberes del campo.
Esta concentración de población en
los municipios del plan se torna más crítica cuando vemos que de los 1.960 km² que tiene el Quindío, el 65% corresponde al paisaje de
cordillera y el 35% al resto, lo que nos dice que la densidad poblacional de
esta última (671 hab./ km²) es 690% superior a la de la
cordillera que sólo es de 85 hab./ km², guarismos que señalan la intensa
presión antrópica que hay sobre recursos como el agua y el cambio del uso de
los suelos por actividades diferentes a la agricultura ante la creciente urbanización
y metropolización, amén del impacto del turismo.
Y para concluir, de acuerdo con información del Anuario Estadístico del Quindío 2017 (Secretaría de Planeación Departamental), de los 24.621 predios rurales que en el año de referencia había en el departamento, el 37.5% estaban en la cordillera, lo que indica que el tamaño promedio de un predio en cordillera es de 13,8 hectáreas y en la parte baja tan solo de 4,5 hectáreas. Este escenario muestra que la conservación de ecosistemas estratégicos en la cordillera es un desafío y que el minifundio se concentra en el plan amenazando la sostenibilidad ambiental y agrícola.
Hacia un nuevo enfoque del desarrollo
Lo anterior dice que algo no funciona
en nuestro departamento y que es necesario y urgente introducir cambios para corregir
los desequilibrios y desigualdades existentes. Hay que idear estrategias diferenciadas
de desarrollo, pero articuladas entre sí, una que se enfoque en la realidad de
la cordillera y otra en la de la parte baja, pero pensadas como un sistema
interdependiente e interconectado. Esto demanda nuevos liderazgo y renovadas
formas de hacer política, así como una innovadora y disruptiva planificación
del territorio que lleve a la estructuración de un modelo inclusivo y
sostenible en lo social, económico y ambiental. Es inconcebible que tengamos
un departamento con el potencial del Quindío, pero con grandes
limitaciones para gestionar opciones de progreso.
Armando Rodríguez Jaramillo
@ArmandoQuindioi
arjquindio@gmail.com
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