Las
dificultades causadas por el CÓVID – 19 traerán consecuencias políticas,
sociales y económicas más allá de los contagios y muertes, del cierre de
fronteras y cuarentenas globales, de la recesión económica y el empobrecimiento.
Pero al margen de esto, la historia da cuenta que las crisis son la antesala de
las transformaciones y en ellas se originan nuevos liderazgos.
A
veces pienso que nos acostumbramos a liderazgos líquidos, si es que puedo
parodiar al sociólogo y filósofo polaco Zygmunt Bauman (1925-2017) que acuñó el
término de modernidad líquida al decir que los sólidos conservan su forma y
persisten en el tiempo, es decir que duran, mientras que los líquidos son
informes y se transforman constantemente. En 2017, el diario La Vanguardia de
Barcelona (https://bit.ly/2Ys2WK2) publicó una entrevista donde expuso su
concepto de modernidad líquida a la sociedad y al amor para definir «[…] el actual momento
de la historia en el que las realidades sólidas de nuestros abuelos, como el
trabajo y el matrimonio para toda la vida, se han desvanecido. Y han dado paso
a un mundo más precario, provisional, ansioso de novedades y, con frecuencia,
agotador. […] Significa que no estés comprometido con nada para siempre, sino
listo para cambiar la sintonía, la mente, en cualquier momento en el que sea
requerido. Esto crea una situación líquida. Como un líquido en un vaso, en el
que el más ligero empujón cambia la forma del agua. Y esto está por todas
partes.»
Los
liderazgos líquidos nos acostumbraron a que todo era veloz y rápido. Nos
hicieron pensar que las cosas no duran mucho, que siempre hay algo a la mano para reemplazar
lo existente, que modernidad es sinónimo de prescindible. Los líderes líquidos se
volvieron diestros en evitar problemas, en acomodarse a las situaciones, en ser
camaleones, en surfear sobre las olas y las tendencias.
Esta maleabilidad llevó
a la descomposición de los partidos políticos, a coaliciones sin ideologías, a
negociados entre actores públicos y privados, a protagonismos y componendas, en
fin, a dejar de lado la ética y el interés común. Por culpa de los liderazgos
líquidos nos convertimos en una sociedad permisiva, carente de agentes e
instituciones que la represente.
Hasta
hace poco nuestro mundo marchaba como era, pero no como debía, y esto se
manifestaba en una ciudadanía con incertidumbres y precariedades económicas que
expresaba su descontento con movilizaciones multitudinarias ante una dirigencia
líquida dubitativa que ignoró las protestas y asumió paliativos. A esta tensión
se le sumó la crisis del coronavirus, que desafió, y de qué manera, a un modelo
político y económico con serias limitaciones para construir una sociedad más
democrática y respetuosa, a un estado que brinde seguridad y protección, a una
economía incluyente y redistributiva, en últimas, a un orden más sólido,
liberal y humano
Las
dificultades extremas someten a los dirigentes a enormes presiones, en especial
si deben asumir decisiones sensibles para la sociedad (salud, empleo, ingresos
y bienestar). Es aquí donde el modelo de estado y la praxis política tradicional
no funcionan por su incapacidad para satisfacer las demandas sociales e impulsar
transformaciones. De ahí que se requieran personas con audacia y determinación,
con conocimiento y capacidad de decisión, con inteligencia emocional y
destrezas comunicativas, organizados e incluyentes. Se precisa de nuevos
perfiles humanistas que le apuesten más a la colaboración y menos a la
competición y al protagonismo, más conectados con la sociedad y con el bien
común.
Como
en las crisis los problemas surgen con mayor velocidad que las soluciones, es necesario
actuar rápido y hacerlo bien, con resiliencia y creatividad. La frase «Si
buscas resultados distintos no hagas siempre lo mismo», atribuida al físico
alemán Albert Einstein (1879 – 1955), nos dice que no será factible continuar actuando
como lo hacíamos. Una nueva normalidad difícilmente se podrá levantar sobre los
pilares del sistema político tradicional ni sobre las doctrinas del
neoliberalismo ortodoxo ni continuando con una sociedad inequitativa ni teniendo
una relación extractiva con la naturaleza. Si ignoramos esto, incurriríamos en grandes
costos de oportunidad para la sociedad.
Hay que generar
confianzas entre gobierno y gobernados. Vienen tiempos difíciles y no contamos
con un manual de instrucciones ni espejo dónde mirarnos. La recesión económica,
el cierre de empresas, la pérdida de empleos e ingresos, el empobrecimiento y
la incertidumbre serán el común denominador por tiempo indefinido. Las crisis traen
consigo una lupa que hace más visibles y profundas las tensiones existentes en
una sociedad.
Cuando
la zona de confort se pierde las actuaciones iniciales se identifican con la
supervivencia y luego con la recuperación, entonces se obra de forma emocional para
mantenernos a flote. Sin embargo, como menciona Daniel Kahneman, primer no
economista distinguido con el Premio Nóbel de Economía (2002), en su libro
Pensar rápido, pensar despacio (2017), «el sesgo de la retrospección tiene
efectos perniciosos en las evaluaciones de quienes toman decisiones. Induce a
los observadores a evaluar el carácter de una decisión no por lo adecuado de la
misma, sino según sea bueno o malo su resultado (página 267)». El sesgo de la
retrospección va de la mano con el sesgo del resultado, ambos son particularmente
crueles con los que deben tomar decisiones en momentos difíciles. Así que,
independiente de las buenas intenciones de los dirigentes al asumir determinaciones,
«cuando los resultados son malos, los clientes suelen culpar a sus agentes por
no haber visto el aviso que tenían escrito adelante, olvidando que estaba
escrito con tinta invisible que sólo después se hará visible. Las acciones que
al principio parecen prudentes pueden parecer después irresponsables y
negligentes (página 268)».
Por tanto, si las
medidas tomadas para afrontar un estado excepcional no satisfacen a los
damnificados y perdedores, se corre el riesgo de calificar a sus líderes de mediocres
y pusilánimes al ser juzgados de forma regresiva por lo que hicieron o dejaron
de hacer.
En conclusión, será
inevitable ver el eclipse de algunos liderazgos, sea porque privilegiaron
intereses particulares, porque quisieron conseguir resultados distintos
haciendo siempre lo mismo o porque tomaron decisiones a conciencia que trajeron
consecuencias insatisfactorias para una mayoría que los juzgará con los sesgos
de la retrospectiva y los resultados.
Nota: Publicado en
Dimensión Económica Edición 27 – Julio 2020
Armando Rodríguez
Jaramillo
@arj_opina
arjquindio@gmail.com
arjquindio@gmail.com
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