Suenan timbales y
clarines para el paseíllo de los que aspiran a cargos de elección popular.
Primero van los alguacilillos seguidos de los toreros con sus respectivas
cuadrillas conformadas por banderilleros, los picadores montados a caballo, los
mozos de caballos y areneros, las mulas y los mulilleros. Así que cada
candidato trae su cuadrilla y con ella se defenderá. Y pensar que este ritual
lo hemos visto en diez ocasiones desde que Fabio Arias Vélez fue el primer
alcalde de Armenia por voto ciudadano en 1988 y en ocho oportunidades desde que
hicimos lo propio con Mario Gómez Ramírez como gobernador del Quindío en 1992.
Todo se haya listo en el coso.
Barrera y contrabarrera están casi llenas. Los palcos, incluyendo el
Presidencial y el de Honor, fueron los primeros en llenarse con las
personalidades de nivel y prestigio que desde tempranas horas ocuparon lugares
estratégicos y visibles. La banda, la de música, no crean otra cosa, también se
le ve en localidades elevadas. En el callejón están los que deben estar, más los
patos y curiosos que se cuelan en cada corrida. Algunos toreros con sus
cuadrillas han revisado que los burladeros estén en buen estado y que las
troneras sean amplias y funcionales, no sea que necesiten escabullirse en caso
de emergencia. El ruedo está impecable y la capilla también, pues no sobra contar
con la complicidad del Altísimo. En el patio de cuadrillas los lidiadores se
preparan para salir al festejo. En fin, solo falta que se llenen los tendidos,
pues, a diferencia de temporadas anteriores, parece que los abonos no se
vendieron a falta de un cartel de postín. Sin embargo, los que saldrán a la
arena esperan que se abra la puerta de los sustos con la ilusión de salir en
hombros de la plaza.
No obstante, la fiesta
brava y la política se parecen porque su poder de seducción se apagó, el
descontento es generalizado y la credibilidad y el entusiasmo de otros tiempos
ya no existe. Tantas veces fue manipulado, engañado y manoseado el elector, que
ya no está deslumbrado con lo que se avecina.
Los argumentos de los
candidatos tendrán que ser convincentes para no insultar la inteligencia
colectiva con propuestas trasnochadas y con las mismas chequeras generosas de
ingrata recordación que tanto mal le han hecho a la política y a nuestra
sociedad. ¿Qué será lo novedoso?, ¿tal vez una campaña con ideas que reemplacen
las frases de cajón y las mentiras?, ¿de pronto un proceso sin financiaciones oscuras
y compras de votos?, ¿quizá la defensa del interés colectivo?, ¿a lo mejor
campañas sin la presencia de los que han estado comprometidos con los hechos de
corrupción y politiquería de ingrata y reciente recordación?
Ley del Péndulo.
A falta de respuestas, termino por preguntarme si acaso volveremos a la Ley del Péndulo tan común en nuestro devenir político. Y es que esta ley nos permite entender cómo ciertos comportamientos históricos, en diferentes momentos sociopolíticos, nos han llevado de un extremo a otro sin reparar en opciones distintas. Esto explica por qué, cuándo nos sentimos constreñidos y engañados políticamente a causa de conductas corruptas y criminales, tendemos a idealizar el otro extremo del escenario político olvidando con frecuencia que ese extremo también nos había defraudado antes de actuar como péndulos para llegar a dónde estamos. Es como si nos encontráramos atrapados en una permanente oscilación en la que el punto de partida se vuelve el de llegada, convirtiéndonos en electores que vamos y venimos entre alternativas que no cambian, y esto bien lo saben y aprovechan los políticos.
Bueno, en la fiesta brava
siempre hay perdedores que quedan en la arena y ganadores que al final de la
corrida embriagan con manzanilla, dádivas y canonjías a sus adeptos con el
propósito de anestesiar sus consciencias.
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