Si nos preguntaran qué imagen
tenemos de la ciudad donde vivimos, ¿qué responderíamos? Si nos dijeran que escribiéramos
lo que ésta representa para nosotros y cómo la imaginamos en unos años, ¿qué escribiríamos? ¿Crees
que si comparáramos las respuestas de muchos tendríamos más similitudes que
divergencias?
Por lo general el hombre
crea su propio constructo de acuerdo a lo que percibe, recuerda y aspira, y con
ello estructura propósitos de vida. Nuestro cerebro necesita crear un sentido de pertenencia a una sociedad
imaginada sobre el que se sustenta un proyecto colectivo y se toman decisiones,
pues al fin de cuentas las sociedades tienen pasado, presente y futuro, que a
diferencia de las personas, trasciende el ciclo de vida de los individuos que
la conforman.
De modo semejante a como un
individuo construye durante su vida una personalidad que lo caracteriza con arreglo
a sus vivencias y aspiraciones, una determinada comunidad construye su propio
temperamento e idiosincrasia que le confiere su distintivo particular. Esto, en
esencia, trasmite identidad y sentido de pertenencia y moldea las conductas sociales.
De esta forma, la vida de
los individuos adquiere una perspectiva más amplia que la de sus intereses
particulares y la del bienestar de su círculo inmediato. Esta cualidad se
expresa por medio de una narrativa que se torna en común denominador para los
pobladores de un territorio. En la medida que ésta sea mayor más fuerte serán
los vínculos entre las personas, más dinámica su articulación social y más
definida su identidad. Es por esto que las sociedades que disponen de narrativa
están integradas por personas que trascienden su propio yo para asumir
aspiraciones colectivas.
Individuos de ciudades
sin narrativa son ciudadanos que carecen de propósito superior, sin noción del interés
público, egoístas y afines a la anarquía, con habilidades para sacar ventaja de
la ausencia de reglas. Su actuación se rige por el principio de que todo lo que
no está prohibido es permitido, sus derechos superan los derechos de los demás
y sus deberes son prácticas en desuso. Hacen
parte de sociedades fundadas en la anomia con esbozo de una ética sin
obligación ni sanción que conduce al colapso de la gobernabildiad donde todo
comportamiento social es válido.
De ahí que los síntomas de la anomia social sean
observables en manifestaciones
como la compra de votos y la propensión a votar a cambio de un empleo o
beneficio individual, en la violación de las normas de tránsito, en el descuido
e invasión del espacio público, en la naturalidad con que se evaden las
responsabilidades cívicas, en la falta del ejercicio de la autoridad, en la
forma en que se contamina el ambiente, en la extensión generalizada de la
corrupción, en la falta de legitimidad de los gobiernos y en la práctica de la
ilegalidad como patrimonio del oportunista.
Estas son algunas
de las expresiones que se observan en las sociedades abrazadas por el irrespeto
a las normas y a la ética pública, sendero que solo conduce a peligrosas distopías.
Armando
Rodríguez Jaramillo
@arj_opina
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