Artículo escrito por Armando Rodríguez Jaramillo, publicado en Dimensión Económica Edición 21 abril-mayo-junio 2018. Corporación para el Progreso Económico y Social de Risaralda (Copesa).
Hoy se reconoce que la
gestión de la competitividad es un imperativo de los gobiernos para planificar
los territorios, es objeto de estudio de las universidades y una finalidad de
las empresas para ser rentables y permanecer en los mercados. Pero tan relevante es la gestión de la
competitividad como lo es su medición con el fin de evaluar el impacto en
el crecimiento económico y la calidad de vida de los pueblos.
Así que es indudable la
importancia del Índice Departamental de Competitividad (IDC) que anualmente, desde
2003, publica el Consejo Privado de Competitividad y el Centro de Pensamiento
en Estrategias Competitivas – CEPEC de la Universidad del Rosario. En el caso
particular del Eje Cafetero, región que históricamente ha tenido denominadores
comunes del desarrollo y que avanza hacia procesos de integración territorial,
el IDC permite comparar los indicadores de competitividad de los departamentos
que lo integran, lo que invita a que Caldas, Quindío y Risaralda enfilen
baterías hacia la consolidación de las dinámicas
que los aproximan en esta materia y a la eliminación de las brechas que los separan.
Antes bien, es preciso resaltar
que más allá del debate sobre la posición ocupada, es mucho más beneficioso fijarnos
en los puntajes pues estos indican si los niveles de competitividad han
incrementado o disminuido, al tiempo que permiten identificar las fortalezas, los desafíos y las acciones que deben enfrentar
los departamentos, con el propósito superior de mejorar la cooperación
público-privada para intervenir las variables críticas del balance competitivo
y así dejar de lado la tentación de competir entre sí. Visto de esta forma, de
los resultados del IDC en el Eje Cafetero se
puede colegir:
Entre 2013 y 2016 se situó en
un destacado tercer puesto en competitividad a nivel nacional, pero perdió una
posición en 2017. En relación con los puntajes, su máximo logro lo obtuvo en
2014 con 6,29 puntos sobre 10, cayendo en 2016 a su menor guarismo con 6,08,
para recuperarse ligeramente al año
siguiente con 6,15.
Sus más modestos resultados fueron
en 2015 y 2016 cuando ocupó el puesto siete; pero sus mejores cifras se
presentaron en 2014 y 2017 al alcanzar el quinto lugar. En cuanto a puntajes,
aunque con variaciones, se observa una tendencia positiva que lo llevó de 5,56
a 5.81 entre los años 2013 y 2017.
Quindío:
Es el que presenta resultados
menos satisfactorios en la región con la pérdida de cuatro puestos en 2017, año
en el que se situó en el decimocuarto lugar. De forma similar, su puntaje desmejoró
en los últimos cinco años al descender de 4,79 a 4,54 puntos sobre 10.
Al considerar que el IDC evalúa la
competitividad con base en tres factores que agrupan diez pilares y 94
variables, la comparación de los resultados por pilar en 2017 para el Eje
Cafetero muestra un escanograma regional en el que el departamento de Caldas es líder en
cinco pilares, Risaralda lo es en cuatro y Quindío en uno.
El Índice a su vez trae dos cifras que merecen análisis: La
primera corresponde al PIB per cápita (2016) donde Risaralda es primero con
$13.124.107, superando a Caldas en 3,8% y a Quindío en 12,4%. La segunda se
refiere al Producto por Trabajador, en el que Caldas sobresale con $31.748.514,
aventajando a Risaralda en 9,3% y a Quindío en 16,9%. Estas dos mediciones
podrían ser, de alguna forma, una consecuencia de los niveles de competitividad
de los tres departamentos que evidencian, en parte, el ingreso por habitante y
la productividad por trabajador.
Colofón:
Es obvio que los departamentos
se desarrollan con estructuras y dinámicas diferentes que hacen que algunos
aumenten su prosperidad económica y bienestar social, mientras que otros acusen
rezagos. Para los que conforman el Eje Cafetero, caracterizados por similitudes
en sus condiciones económicas, sociales, culturales y territoriales, a pesar de
sus diferencias apreciables, no hay duda que los resultados del IDC 2017 revelan
que Caldas y Risaralda han fortalecido sus
ventajas competitivas de forma más eficiente que Quindío; no obstante, se
debe considerar que los ranquin de competitividad,
más que fomentar rivalidades endógenas
en la región, deberían servir para formular estrategias de cierre de brechas
que la consoliden, no en vano los tres departamentos comparten la
declaratoria de Paisaje Cultural Cafetero como Patrimonio de la Humanidad.
El progreso no se encuentra cabalgando en solitario, éste precisa de una buena
dosis de integración que haga factible la formulación de políticas públicas con
objetivos de largo plazo que apunten a temas estratégicos para configurar un
perfil de ventajas competitivas multipropósito. Vale la pena hacer un esfuerzo
por estructurar una agenda de
competitividad territorial para Caldas, Risaralda y Quindío coordinada por
sus comisiones regionales de competitividad,
apuntalada en su red de universidades públicas y privadas, soportada en
conocimiento e innovación y alimentada con recursos de inversión público-privados
que mejoren el ambiente para los negocios y fortalezcan las cadenas de valor
agroalimentarias, turísticas, manufactureras, de servicios y logísticas, sólo
así tendremos un Eje Cafetero con un
modelo de desarrollo productivo que sume capacidades, construya convergencias,
impulse el dinamismo económico y consolide estrategias transformadoras.
El bienestar más promisorio y sólido será el que constrúyanos
como región, no el que labremos de forma independiente compitiendo entre departamentos.
Armando Rodríguez Jaramillo
Asesor en competitividad y
clúster
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