Armenia y el Quindío viven el momento
más aciago de su historia por culpa de gobernantes y funcionarios públicos a
los que se les atribuyen delitos como concierto para delinquir, peculado por
apropiación, celebración indebida de contratos, lavado de activos,
enriquecimiento ilícito y otras cosas criminales contra la administración
pública. Por fortuna la Procuraduría y
Fiscalía General de la Nación hacen lo propio, por lo que no tiene sentido
que nos desgastemos debatiendo y controvirtiendo pruebas y condenando
públicamente a los procesados pues esta es labor de investigadores, abogados
defensores y jueces de la Republica.
O sea que mientras la justicia
esclarece la verdad y sanciona a los responsables de esta debacle moral,
económica y política, deberíamos estar reflexionando sobre cuándo y dónde nos
equivocamos, qué hicimos mal, cómo perdimos el rumbo, y sobre todo, qué hacer como sociedad para retomar los principios
y valores éticos heredados de los mayores, único basamento donde empotrar
la formulación de un renovado proyecto político y económico que deje de lado a la
malsana politiquería que tanto daño nos ha causado.
Por aquí y acullá el común
denominador en mi ciudad son rostros de tristeza, de asombro, de impotencia, de
desengaño, de rabia y de enojo. Rostros
de ciudadanos que se sienten timados y defraudados por sus dirigentes. A
ellos les digo que esta es la mejor muestra de lo mucho que nos duele Armenia.
¡Qué tal que a los cuyabros no nos importara lo que sucede y fuéramos
indiferentes con este desastre!, ¡ahí sí que tendríamos que decir apague y vámonos!
Así que la cuota inicial para levantarnos y hacer de “nuestra civilización una marcha
triunfal”, como reza el himno de la Ciudad Milagro, es la expresión de este
malestar y el rechazo que sentimos, antesala de la acción que nos lleve a sacudirnos
y otear el futuro.
Al Régimen hay que tumbarlo decía el inmolado Álvaro Gómez Hurtado, sentencia que cobra vigencia en
el Quindío del siglo XXI. Una cosa es el interés público y otra muy diferente el
interés de élites políticas que vampirizaron
los recursos del erario para absorber lo que hallaron a su paso como en una
vorágine en la que todo se compra y todo
se vende, empezando y terminando por la consciencia y el voto de la gente
buena.
Como precisamos de la política para entendernos
como sociedad y administrar el interés público, estamos obligados a devolverle su dignidad pues la subsistencia del
Régimen depende de una política corrompida y sucia, virus que por desgracia contagió
al sector privado, academia, periodismo y hasta la administración de justicia.
Así que dejemos de lado la abulia ciudadana
y hagamos la política grande, esa que se fortifica sobre valores cívicos donde
todos tenemos derechos y obligaciones. Una
cosa es cómo nos organizamos y otra distinta lo que somos, por lo que hay
que desplegar la capacidad de mirarnos a los ojos, los unos a los otros, para
identificarnos y compartir nuestros sentimientos y anhelos de una mejor sociedad
que facilite un pacto político por
Armenia y el Quindío, acuerdo que
nos permita responderle al desafío que nos plantea la corrupción y el Régimen
del que se alimenta y al que amamanta. Ahí está la clave para deshacer este
nudo gordiano, o como hizo Alejandro Magno en Frigia, decidir cortarlo de no
poderlo desatar, porque cortar el nudo gordiano significa resolver tajantemente
y sin contemplaciones un problema.
Armando Rodríguez Jaramillo.
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