El diccionario
de la RAE contiene cerca de 88.000 palabras sin incluir las casi 70.000 del
diccionario de americanismos, lo que nos lleva a pensar en cuántas palabras de estos voluminosos repositorios usamos para
comunicarnos de forma verbal y escrita. Y aunque no hay cifras exactas
sobre el asunto, todo apunta a que una persona con estudios elementales y que
no lea más que textos básicos usa entre 300 y 400 palabras para hacerse
entender en su vida diaria, capital léxico que puede aumentar a 2.000 o más
cuando se trata de alguien que con frecuencia lee revistas, periódicos y
algunos libros, y podría superar las 5.000 cuando el individuo escribe con
regularidad, lee de forma periódica y se dedica a actividades culturales e
intelectuales. En suma, entre mayor sea el
nivel cultural de una persona más cantidad de vocablos conocerá, comprenderá y
usará.
La relación que
existe entre cultura y palabras sirve de analogía para comparar países
desarrollados con los que no lo son. Como el desarrollo está ligado a la
generación de conocimiento, al uso de la innovación y a la apropiación de la
tecnología, los países con incipiente desarrollo se parecen a personas de vocabulario
limitado, mientras que los punteros y vanguardistas, los que lideran los
índices globales de competitividad e innovación, se asemejan a individuos que
tienen en su haber 5.000 o más voces. Metáfora que sirve para expresar cómo los
países innovadores que poseen tecnología de punta se caracterizan por tener empresas
altamente diversificadas y especializadas; por su parte, los países subdesarrollados
por lo general se focalizan en la producción de bienes básicos por el
insuficiente conocimiento que tienen a la mano.
En
consecuencia, así como se precisa de una mayor cantidad de palabras para una
mejor comunicación, se igual forma se requiere un mayor conocimiento y
tecnología para elaborar productos más complejos. Por esto es por lo que en los países adelantados se hacen muchas
cosas que pocos saben hacer y las personas cultas hablan con propiedad de temas
que pocos dominan.
Entonces la
pregunta retadora que salta a la vista es: ¿cómo aprender más palabras? O más
bien, ¿cómo generar mayor conocimiento, ¿cómo avanzar en innovación?, ¿cómo
apropiar más tecnología? Se aprenden palabras estudiando, leyendo y escribiendo
que a su vez nos sirven para redactar textos sencillos o complejos sobre temas
y disciplinas diferentes. Por su parte, al conocimiento y la tecnología se
llega mediante la investigación y la innovación, y su grado de accesibilidad determina
en buena parte las opciones para producir bienes o servicios, básicos o
sofisticados. Así como con las mismas palabras
usadas para redactar un texto se pueden escribir otros diferentes, con el
conocimiento y la tecnología empleada para hacer un producto es posible elaborar
otro disímil en un sector industrial distinto.
En definitiva,
si las palabras son un medio de expresión y comunicación para lograr fluidez y
contenido en el mensaje, la tecnología y el conocimiento son un vehículo
portador de alternativas productivas que amplían las oportunidades de
diversificación en otras cadenas de valor, lo que hace factible que una economía
supere la trampa del desarrollo que significa la producción de bienes básicos a
partir de materias primas. De ahí que el
enfoque no es la cantidad de insumo básico disponible, sino en la capacidad de
conocimiento y tecnología aprovechable.
Armando
Rodríguez Jaramillo
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