Es por esto por lo que aparecen, como por arte de birlibirloque, vallas, afiches
y pendones con rostros de aspirantes recién rejuvenecidos. Ellos se apresuran a
sacar perfiles en redes sociales y de a poco son expertos en Twitter, Facebook
e Instagram. Compran publicidad en revistas, periódicos, radio y televisión
donde se hable bien de ellos. Contratan periodistas que difunden cuanta cosa hacen
y un
“community
manager” que administra redes sociales y el entorno 2.0. Persuaden a sus seguidores
para que cuelguen afiches y pendones en las fachadas de sus casas y negocios. Se
inventan frases sin sentido que de tanto repetirlas se vuelven eslóganes de
campaña. Imprimen plegables donde relacionan su trayectoria de servicio y sus
promesas como si fueran planes de gobierno de futuros alcaldes o gobernadores. Siempre
ríen y saludan, aunque es una odisea hablar con ellos porque se la pasan rodeados
de personas que los protegen, quién sabe de qué.
Campaña que se respete abre sede en un local céntrico donde acuden sus seguidores
vistiendo camisetas y chalecos con la foto y número en el tarjetón del escogido.
Dotan las sedes con muebles de oficina, equipos de cómputo, televisores, archivadores
y salón de reuniones con asientos y butacas plásticas, lugar que también sirve para
guardar andamios, escaleras, pendones, afiches y equipos de perifoneo.
Contratan secretaria y coordinador, y reclutan personal voluntario atraído por
empleos inexistentes para que repartan propaganda, hagan puerta a puerta y llenen
formatos con las cédulas de la clientela, dirección de residencia y puesto de
votación.
La logística de transporte es esencial, pues, aunque el candidato hace
parte del pueblo, no está bien visto que camine por ahí como cualquier fulano.
Es preferible que se movilice en una 4 x 4 de alto cilindraje manejada por un
piloto de mirada presuntuosa con licencia para estacionar en cualquier parte. El
candidatomovil, como se le podría llamar a este papamóvil de la política
engallado con fotos y número en el tarjetón, siempre va escoltado por otras camionetas
con personajes de cachucha, maletines en bandolera y numerosos teléfonos que le
imprimen al candidato un halo de importancia a la vista de todos. Entre este
séquito se halla por lo general una diligente mujer encargada de la agenda y
las citas, de atender llamadas y tomar nota de los privilegiados que logran
hablar con la estrella.

Esta rutina de los que aspiran a llegar al congreso solo se altera cuando
el candidato presidencial de sus preferencias visita a la región. Entonces los que
aspiran a la cámara de representantes y al senado en el departamento se enfilan
detrás del futuro presidente en gira y lo acompañan sacando pecho mientras
aguardan ser mentados como la formula local para las elecciones. Ese es el
único momento en que dejan de ser protagonistas para convertirse en teloneros
de la gran carpa para luego volver a brillar con luz propia una vez el candidato
presidencial siga de gira por otras regiones.
Esta es la realidad de unos quijotes incomprendidos que le ponen el pecho
a la brisa con tal de servirle a su pueblo.
Armando Rodríguez Jaramillo
2 Comentarios
deliciosamente àcido....
ResponderEliminarGracias por su comentario
Eliminar