El departamento del Quindío en los últimos años ha venido cediendo terreno en materia de competitividad comprometiendo sus opciones de futuro.
Si
en tiempos de la cuarta revolución industrial no hay un solo territorio que pueda
salir adelante sin una sólida educación, sin procesos de investigación, sin
jugársela por la innovación, sin el uso y apropiación de la tecnología, y sin
impulsar el emprendimiento y el fortalecimiento empresarial, entonces: ¿qué esperamos para tomar las decisiones que
nos lleven hacia el bienestar?, ¿qué sentido tiene seguir distraídos en los
debates intrascendentes que nos plantea la política local y no ocuparnos de los
desafíos del desarrollo?
Como
reza la frase con la que los circos tradicionales anuncian sus funciones: “Y
luego no digas que no te lo dijimos…”, así parece que le advirtieran al Quindío
las organizaciones encargadas de elaborar los cuatro informes que miden los
adelantos y retrocesos en materia de competitividad e innovación de los
departamentos que develan de paso una realidad incontrovertible.
El primero, corresponde
al Escalafón de la Competitividad de los Departamentos en Colombia de la Cepal que
suma siete ediciones (2000, 2004,
2006, 2009, 2012, 2015 y 2017), y que en la última clasificó al Quindío de octavo entre 32 departamentos con un puntaje
de 62,1 sobre 100. El segundo, es el Índice
Departamental de Competitividad del Consejo Privado de Competitividad y el Centro de Pensamiento de
Estrategias Competitivas (CEPEC) de la Universidad del Rosario publicado
anualmente desde 2013 y que en su quinta versión el Quindío retrocedió cuatro posiciones quedando en el puesto 14
entre 23, con 4,54 puntos sobre 10.
Luego sigue el Estudio Doing Business en Colombia elaborado
por el Grupo del Banco Mundial con la colaboración del DNP que mide las facilidades
y las regulaciones para hacer negocios en 32 ciudades capitales, estudio en el
que en su última entrega (2008, 2010, 2013 y 2017) Armenia perdió seis posiciones al pasar del cuarto al décimo puesto. Por último, está
el Índice de Innovación Departamental para Colombia del DNP y Colciencias que
en 2017, su segunda versión, el Quindío fue noveno entre 23
departamentos con 35,2 puntos sobre 100.
En
consecuencia, las cifras indican que nos encontramos en puestos intermedios con
puntajes intermedios por debajo del promedio nacional, siempre a la saga de Caldas y Risaralda con los que compartimos
ciertas particularidades como quiera hacemos parte del Eje Cafetero. Un denominador
común en los informes, en donde tal vez se halle nuestro talón de Aquiles, son los bajos resultados en educación básica,
media y superior, CT+i, diversificación de la producción, innovación
empresarial, complejidad de la producción y canasta exportadora, variables que muestran
el salto que debemos dar si queremos integrarnos a la economía del
conocimiento.
Esta
es la realidad de un departamento que en las últimas décadas del siglo pasado se
decía “joven, rico y poderoso” porque gozaba de una buena infraestructura vial y
de servicios, de altos indicadores en educación y salud, de bajos niveles de
pobreza y de un ingreso per cápita superior al de la mayoría de regiones,
determinantes que le permitía exhibir un
índice relativamente alto de desarrollo humano.
Todo
parece indicar que ante la precariedad de las cifras perdimos la capacidad de reacción, y lo que es peor, la capacidad de asombro, como quien pasa
del orgullo a la resignación. Esto nos enfrenta a un inmenso desafío
generacional que demandará un inconmensurable esfuerzo colectivo para cambiar el futuro al que nos dirigimos,
pues es inaceptable que un territorio
como el Quindío se halle en niveles intermedios de desarrollo, y lo que es
peor, descendiendo.
Armando
Rodríguez Jaramillo
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