La prensa es el reflejo de la sociedad.


Recuerdo de niño que los diarios entraban a mi casa por debajo de la puerta develando una ventanita por la que oteaba más allá del vecindario, un visor por el que descubrí un multiverso de cosas y sucesos que ocurrían allende las fronteras comarcales. Hojeando sus páginas olorosas a tinta y con tinta en los dedos me enteré de lo grato e ingrato que acontecía en mi patria y en el planeta entero.

Luego, de universitario, en la segunda mitad de los años setenta, fisgoneé periódicos del mundo en los pasadizos del Hotel Tequendama de Bogotá a donde llegaban con varios días de atraso. En ellos leí noticias y artículos sorprendentes que la gran prensa nacional no publicaba por privilegiar los debates políticos de la época entre liberales y conservadores, y por cubrir hechos de una violencia urbana y rural sempiterna entre los de derecha y los de izquierda de la que aún no se libra el país, enfrentamiento en el que cada cual se piensa mejor que el otro.

Como soy del coletazo de la generación del baby boomers, celebré que la tercera revolución industrial nos trajera la internet, innovación que hizo realidad la impensable experiencia de navegar diaria y nochemente por los periódicos del mundo a través del computador y los dispositivos móviles. La red informática facilitó la promiscuidad de ideas, conocimientos y culturas; nos permitió conocer cómo y qué se piensa en los cinco continentes, cuáles son los temas de vanguardia y los últimos adelantos; entender los conflictos de nuestro tiempo y, por sobre todo, formar y cultivar un pensamiento crítico como ciudadanos universales.

Sin embargo, creo que los periódicos son como el reflejo de las sociedades. Basta leer la prensa de un determinado país o región, o de un municipio cualquiera, pequeño si se quiere, para inferir cómo piensa su comunidad, cuál es su grado de cultura y los temas que le apasionan, sus conflictos, la visión de futuro, sus valores y ética pública, la forma en que hace política y sus temas de progreso. En pocas palabras, sus niveles de desarrollo, evolución y cosmovisión.

El papel de la prensa es enorme en la difusión de la cultura y el conocimiento, y en la formación de una consciencia crítica sin la cual sería difícil tener juicios basados en una ética pública. Es por esto que un periodismo amarrado al quehacer político, que toma partido entre gobierno y oposición, que sirve de corifeo al mejor postor en ocasiones aquí y en otras acullá, que practica la posverdad, que se ceba en noticias amarillistas y sensacionalistas y que se concentra en las banalidades de la farándula, es un periodismo que poco o nada le aporta a la sociedad.

Hay que ser disruptivos y oxigenar los contenidos. Hay que darles cabida a los líderes y constructores de sociedad y comunidad, a los empresarios que generan riqueza y empleo, a los científicos que crean conocimiento, a los innovadores que aportan nuevos productos y servicios, y a los millennials con su renovada forma de ver el mundo. En fin, una prensa que nos conecte con la cuarta revolución industrial, la de la convergencia tecnológica, el internet de las cosas y la inteligencia artificial, esa revolución portadora de una realidad que erosiona las leas de una  sociedad que en ocasiones parece hibernar sin primavera a la vista.


Armando Rodríguez Jaramillo
@ArmandoQuindio

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