En “la ciudad hay 500 mendigos, que diariamente
logran obtener 30.000 pesos, producto de las limosnas que los ciudadanos les
dan”, le dijo a La Crónica del Quindío el pasado 2 de agosto el Secretario de
Desarrollo Social de Armenia, James Cañas Rendón, lo que permite inferir que en
la capital del Quindío el mercado de la limosna mueve 450 millones de pesos al
mes, cifra nada despreciable que merece ser analizada.
Empecemos entonces por considerar que en el anteproyecto
de presupuesto general de Armenia para la vigencia fiscal 2018, radicado ante el
Concejo Municipal por el Alcalde el pasado 30 de junio, los recursos de inversión
para la Secretaría de Desarrollo Social son del orden de $6.282 millones, correspondiéndole
al Programa: Habitante de calle sujeto de derechos, con el que la
administración enfrenta este problema, sólo $178.500.000 para todo el año,
monto mínimo para vérsela con el limosneo, actividad que le genera al medio
millar de mendigos que lo práctica la friolera de 5.400 millones anuales (las
cifras matan las emociones).
De otra parte, si la RAE señala que la indigencia
la padece aquel que tiene falta de medios para alimentarse, para vestirse; y mendigo
es la persona que habitualmente pide limosna, entonces no todos los indigentes
son mendigos ni todos los mendigos son indigentes, por lo que hay que hacer un
esfuerzo para mirar más allá de la presunción de que estas personas son drogadictas
y atracadoras, de la incomodidad que causa el acoso por una moneda, del rechazo
que produce sus aspectos andrajosos y desaseados, de la mala impresión que dejan
en los turistas y de la idea que el aumento de mendigos se da porque los traen
de otras ciudades, juicios que causan segregación y poco ayudan a comprender el
problema ni aportan a su solución.
Tengamos presente que detrás de cada una de estas
personas que vagan y duermen en las vías públicas, que no habitantes de calle
(eufemismo inventado para sedar la responsabilidad social, porque habitar es
vivir, es morar en un lugar determinado), hay una tragedia humana de grandes
proporciones que casi siempre termina alienando a quien la padece. El problema se anidó en la entrañas de la
sociedad y en la escasa capacidad de respuesta de los gobiernos, y poco a poco nos fuimos acostumbrando
a señalar la mendicidad como un mal que hay que extirpar, como un tumor que se
debe operar y no como un tejido que hay que sanar.
Hace cerca de tres semanas me impresioné al ver a una
mujer de mediana edad, harapienta y con visos de enajenación, que deambulaba sin
rumbo por las calles en estado de embarazo avanzado, creo que a días de tener
su hijo. De inmediato pensé en cómo llegó a este estado, en qué momento dará a
luz, quién los atenderá y cuidará, cómo alimentará a su bebé, dónde dormirán,
cómo lo abrigará, qué oportunidades tendrán y muchas otras preguntas sin
respuestas. Hace menos de una semana la volví a encontrar en su eterno ir y
venir, pero sin su barriguita. Entonces las preguntas fueron otras: ¿Dónde tuvo
a su hijo?, ¿qué pasó con él?, ¿murió, lo abandonó o acaso lo dio?, ¿qué sería de
esa criatura que llegó al mundo en semejantes condiciones?
Definitivamente el problema es descomunal y la
solución monumental. O somos capaces de hallar soluciones para mermar la
desigualdad o este agujero negro nos engullirá a todos.
Armando Rodríguez Jaramillo
@ArmandoQuindio
2 Comentarios
Es necesario que la Alcaldía realice una caracterización de este grupo humano. Eso daría pistas para probar soluciones.
ResponderEliminarAsí es estimada Nancy.
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