El Tour de Francia 2017 (TF)
fue uno de los más dramáticos de los últimos tiempos por los escasos segundos
que separaban a los líderes de la carrera y por la actuación de pedalistas
nacionales como Rigoberto Urán que subió al podio en los Campos Elíseos en
París.
Definitivamente fútbol y
ciclismo son los deportes que me apasionan como quiera que de niño siempre acompañé
al Atlético Quindío en el viejo San José y presencié las llegadas a Armenia de
las Vueltas a Colombia y los Clásicos RCN, amén de la práctica recreativa de
ambas disciplinas. De ahí que el Tour de Francia sea la excusa perfecta para
reflexionar sobre estas actividades, la forma en que actúan sus deportistas y el
comportamiento de los hinchas cuando siguen a sus ídolos en estadios y carreteras.
Lo primero que quiero
destacar es cómo, en el fútbol, con frecuencia, a las amonestaciones y
expulsiones de jugadores, a los goles anulados y a las jugadas sancionadas o
dejadas de penalizar les siguen discusiones, empujones y agresiones de
jugadores y cuerpos técnicos contra los árbitros, además de rechiflas, insultos
y hasta ataques por parte de la tribuna. Caso diferente sucede con el ciclismo,
como efectivamente pasó en el TF 2017 cuando los comisarios de la carrera decidieron
expulsar al pedalista eslovaco Peter Sagan, que iba segundo en la general, por derribar de un codazo al
británico Mark Cavendish causándole una fuerte lesión. Tal determinación no
generó reclamos airados a los jueces por parte de los compañeros de equipo ni de
los seguidores del esloveno, tampoco hubo insultos, improperios o desordenes de
los aficionados que obligara la intervención de la policía como suele suceder
en el fútbol.
Lo segundo que deseo
abordar es que antes y después de los partidos se despliegan alrededor de los
estadios miles de policías, se hacen anillos de seguridad, prohíben el ingreso a
los seguidores del equipo visitante, escoltan el bus que transporta los
jugadores como si fueran objetivos de alta peligrosidad, se decreta ley seca y
se alistan y escuadrones antimotines dotados de cascos, escudos, bolillos,
gases lacrimógenos y tanquetas para reprimir cualquier brote de violencia entre
las llamadas barras bravas. Ambiente radicalmente opuesto en competencias de
ciclismo como el Tour, pues en esas los aficionados se agolpan en las calles a
la salida de las etapas, se apostan a lado y lado de las carreteras en los
premios de montaña para animar a sus ídolos y asisten a la llegada de las etapas
con las bandera del país del corredor de sus preferencias sin enfrentamientos
entre unos y otros, sin escuadrones de policía que los separe ni expresiones de
odios y agresiones, tan sólo vitorean y animan a su corredor con el poder estentóreo
de sus gargantas y el color de la camiseta que portan, al final todos premian
con un aplauso al ganador reconociendo el esfuerzo realizado. Qué satisfactorio
es ver que los ciclistas de diferentes equipos se hablan en la carretera y que
los buses que los transportan al inicio y final de cada etapa no necesitan ir escoltados
por la fuerza pública porque a nadie se
le pasa por la cabeza apedrearlos y quebrarles los vidrios como si ocurre con los
equipos de fútbol.
Sobre esta realidad cada
quien saca sus propias conclusiones.
Por: Armando Rodríguez
Jaramillo
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