Desde la
Conferencia de Estocolmo en 1972 hasta la COP21 en París en 2016, pasando por
la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro (1990) y el Protocolo de Kioto (1997),
el mundo ha visto a sus líderes tomar decisiones políticas que muchas veces han
ido en contravía del conocimiento científico y la evidencia de cómo se
deteriora el clima del planeta, tal como lo hizo Donald Trump al desconocer los
compromisos asumidos por los Estados Unidos en la COP21.
De igual
modo, llevamos años citando el cambio climático en los planes de desarrollo, de
manejo de cuencas, de gestión ambiental, de ordenamiento territorial y de
gestión del riesgo con magros resultados. Por fortuna, ahora contamos con un Plan
Integral de Gestión del Cambio Climático Territorial (PIGCCT) a 2030 y con la
Resolución 2525 del 7 de diciembre de 2016 que crea el Comité Institucional de
Cambio Climático en el Quindío, dos instrumentos, uno de planificación y otro
normativo, llamados a orientar la gestión y articular a los involucrados.
Pero, la
realidad es que hemos menoscabado la estructura ambiental de un territorio que la
UNESCO reconoce como el PCC. Para nadie es un secreto que hemos deforestado,
erosionado los suelos, ocasionando movimientos en masa, diezmado la fauna,
contaminado las fuentes de agua, desequilibrado el régimen hídrico, edificado sobre
zonas de protección y urbanizado los mejores suelos agrícolas.
Entonces me
pregunto: ¿será que por tener un PIGCCT vamos a cambiar la actitud depredadora?
Francamente lo dudo, porque el verdadero cambio requiere una visión de
desarrollo más amplia y responsable. La discusión no es qué tan acertado es el
documento, es que nuestro comportamiento es equivocado, por lo que es arriesgado
pretender que el mismo arreglo institucional y la misma lógica política de las
últimas décadas sean carta de garantía para ejecutar el PIGCCT. De ahí que mucho
se lograría si gobiernos y autoridad ambiental se apoyaran en las universidades
y en el conocimiento técnico para tomar decisiones correctas, bastante se
avanzaría si las entidades encargadas de la gestión ambiental y administración
del agua dejaran de ser feudos políticos.
El Plan proyecta
escenarios futuros con sus consecuencias y medidas a adoptar, por lo que sería
un suicidio esperar la llegada del invierno más intenso o el verano más extremo
para actuar. Hay que dejar de vivir en el aquí y en el ahora para pensar como
especie pues nuestra responsabilidad va más allá de administrar el presente. El
dilema está en si cambiamos cuando los hechos nos obliguen o nos anticipamos a
lo inevitable.
¿Cómo
entender que a la mayoría no le importa lo que va a pasar porque sólo le da
valor a lo que ve? ¿Cómo lograr que nuestros gobiernos cortoplacistas asuman causas
como la del cambio climático cuyos resultados serán visibles en décadas? ¿Cómo
ubicar el cambio climático en el centro del debate sobre el desarrollo y
bienestar?
No debemos confiarnos porque el balance
de los Gases Efecto Invernadero (GEI) indica que la vegetación y los bosques en
el Quindío absorben más gases que lo que emiten los sectores productivos, pues el
riesgo está en qué tan vulnerables somos a los efectos del cambio climático y en
no hacer nada para evitarlo. El balón está en nuestra cancha, de las decisiones
que tomemos dependen nuestras opciones de vida.
Armando Rodríguez Jaramillo
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