La corrupción en mi país dejó de causar asombro
pues una noticia de ello ahoga otra similar y las nubes de corruptos se pierden
entre neblinas malolientes. Sobre esta situación trata el versículo Mateo 5:13:
“Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué
será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por
los hombres”, cita que nos recuerda que en la antigüedad la sal era usada para
detener el proceso corruptivo de los alimentos. Es como una metáfora a la
conservación de las verdades en la medida exacta para darle el verdadero
sentido y sabor a las cosas que nos pasan en la vida y no dejar descomponer la
sociedad con la corrupción de los valores y la ética pública, porque si los
ciudadanos nos acostumbrarnos a lo que hacen los corruptos entramos en un
proceso en el que la sal deja de ser sal y pierde toda utilidad y razón de ser.
Hoy los colombianos asistimos a casos como los
de Reficar, Odebrecht, Saludcoop, el cartel de la contratación en Bogotá, la financiación
indebida de campañas presidenciales, el robo de la alimentación escolar y mil
cosas más de siempre y por siempre, ni que decir de la captura del Jefe de la
Unidad Anticorrupción de la Fiscalía General porque al parecer, según el
Departamento de Justicia de Estados Unidos, le pidió 10.000 dólares a un
exgobernador de Córdoba para desviar investigaciones en su contra por actos de
corrupción.
Poco a poco nos sumergimos en una debacle
moral donde la honestidad es la excepción, es como si en nuestro ADN los genes
de la ética pública se hubieran atrofiado. En la columna País de corruptos (El
Mundo de Madrid, 24/06/2017) Javier Barbancho escribió: “El origen bien
conocido del problema está en entender la corrupción no como problema de ética
pública, sino penal”, y señaló que sólo aquello que es delito se considera
corrupción por lo que éste mal hay que abordarlo en la instancia política y
social no sólo en los tribunales
Estos argumento sirven para explicar la inmensa
crisis moral que nos asfixia y que se materializa en el actuar de gobiernos que
amparan y sostienen a funcionarios sindicados de corrupción (algunos comprometidos
en lo de Reficar siguen en sus despachos), de políticos que se tildan de honrados
porque no hay pruebas en su contra, de partidos que avalan candidatos compra votos
aduciendo que las responsabilidades son individuales no colectivas, de periodistas
que loan gobiernos cuestionados para proteger su pauta publicitaria, de clientelas
que se comportan como barras bravas defendiendo a los corruptos de su partido como
víctimas de persecuciones políticas, de ciudadanos que legitiman que sus gobernantes
roben, pero que hagan obras, y de ordenadores del gasto que se dicen transparentes
porque acatan las normas de contratación, como si no supiéramos que las
adjudicaciones se amañan en los pliegos de condiciones y no en la apariencia de
legalidad.
Entonces, ¿será que hay algo que ofenda a nuestra
la sociedad?, porque si lo hay, ¿cuál es la razón para no retomar la ética
pública y sepultar política y socialmente a los corruptos? “Si no peleas para
acabar con la corrupción y la podredumbre, acabarás formando parte de ella”
(Joan Baez).
Armando Rodríguez Jaramillo
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