Las
plazas principales son el corazón de las ciudades, el escenario de los sucesos
relevantes en la vida de pueblos que representan el referente de siempre y por
siempre de la sociedad. ¿Quién no desea caminar por sus espacios públicos, ver
sus construcciones icónicas y admirar su patrimonio expresado en monumentos
y esculturas?
Esto y mucho más fue, y no es, la Plaza de
Bolívar de Armenia. Y es que este emblemático lugar donde inició la
historia de la ciudad, entró en paulatino deterioro ante la impávida mirada de
los gobiernos y autoridades de policía, y de una sociedad que se apartó del
civismo que alguna vez ostentó como un baluarte de sus valores ciudadanos.
Pero,
¿por qué la Plaza ya no es el centro de los actos de gobierno, de las
celebraciones religiosas, concentraciones políticas y manifestaciones cívicas? Realmente
no lo sé, no tengo respuesta a esta pregunta. Pero, es innegable su estado de abandono y cómo allí se encuentra la
radiografía de nuestra sociedad.
Su
entorno está invadido de vendedores de tintos, llamadas a celulares, frituras y
mazorcas asadas, almuerzos callejeros, frutas, dulces y cigarrillos. Por sus alrededores merodean improvisados cantantes de baladas y música de carrilera armados
de guitarras o pistas que reproducen con altos volúmenes. Allí pululan los
cuidadores de carros que cobran por el espacio público y los alimentadores
matutinos de perros callejeros. Además, se observan los lustrabotas de siempre,
fotógrafos y vendedores de fotos viejas, expendedores de lotería y chance, y puestos de periódicos y revistas.
También
se ven grupitos de policía que se hacen pasar por peatones; funcionarios de
gobierno, diputados, miembros del poder judicial, y políticos en ascenso y
descenso perseguidos por lagartos que buscan recomendaciones; periodistas que recogen
opiniones del común; barrenderos que se preocupan por asear el lugar; viejos al
encuentro de otros viejos; beatos y píos de todas las edades en horas de
liturgias; y cafeterías que son el escampadero predilecto de los desocupados, de
los que buscan empleo en el sector público, de los que atisban a algún político
y de los que critican al gobierno y a la oposición.
Todos ellos,
de una u otra forma, hacen parte la vida,
a veces caótica y desordenada, de mi ciudad. Sin embargo, hay otros
transeúntes que tristemente representan la
debacle social y que por lo general hacen su aparición cuando cae la noche
hasta que el día despunta. Me refiero a los vagos; a los indigentes de todas
las edades que duermen en bancas y andenes; a los drogadictos y sus “jíbaros” que
desafían a la policía y a la sociedad; a las prostitutas y sus proxenetas; a los
miccionantes de andenes y fachadas de iglesias, edificios públicos y locales
comerciales; a los ladronzuelos y carteristas; y a todo tipo de personas que
parecen salidos de un inframundo.
De esta plaza fuimos desplazados los ciudadanos de Armenia ante la falta de autoridad y el eclipse del civismo.
Armando
Rodríguez Jaramillo
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