Pensando en el Departamento recopilé información estadística
que me permitiera un diagnóstico sucinto. Encontré, por ejemplo: que la tasa de
desocupación de Armenia en febrero fue de 15,1% y la del Quindío en 2016 de 13,9%;
que en 2015 en Armenia la pobreza fue de 26,2, el índice de Gini 0,458, el PIB
per cápita de los quindianos alcanzó $10.946.207 y las exportaciones de US$312,5
(97,7% correspondió a café verde); que en 2016 el indicador de competitividad
nos ubicó en el puesto 11 y que la producción agrícola se centra en café,
plátano y cítricos. Y podría seguir con la lista, pero como estos son datos
duros, son números sin alma.
De ahí que se me antojó dejar de lado este tipo de
información para mirar con ojos más perceptivos la realidad. Entonces empecé a
observar un Quindío concentrado en sí mismo. Un Quindio en el que tozudamente
sus gobernantes insisten en un modelo de
desarrollo que hace décadas produce resultados modestos e suficientes. Tal
vez por esto es que nuestra economía parece estancada y la calidad de vida que
se percibe no se sintonizada con las cifras expresadas.
Si como dijo Einstein: “Si buscas resultados
distintos, no hagas siempre lo mismo”, ¿cuál
es la razón para continuar haciendo lo que ya sabemos que no funciona? Desde
esta perspectiva, estoy seguro que nuestro
futuro está lejos del presente que tenemos lo que nos enfrenta al inevitable
desafío de tener que desatar la imaginación y la capacidad de innovación para
emprender el viaje hacia un mañana disruptivo, pues el mundo no tendrá la
generosidad esperar nuestro despertar.
Vivir de espaldas a otras culturas y nuevos
conocimientos es como avanzar hacia un suicidio colectivo. Hay que ser
conscientes que nuestros saberes son importantes, pero no suficientes para
emprender la construcción de un porvenir en el que lo desconocido supera lo conocido.
El lenguaje de la mayoría de nuestros jóvenes,
empresarios y dirigentes aún no se sintoniza con los paradigmas de la cuarta revolución industrial que
Alemania impulsa desde 2013 como un proyecto estratégico de alta tecnología. Estamos
al borde de una revolución tecnológica que modificará la forma en que vivimos,
trabajamos y nos relacionamos. Es un mundo sin barreras
que se libera de lo básico, de lo manual y repetitivo, para sumergirse en el
crecimiento de la inteligencia, es pasar
de la manufactura a la mentefactura.
El nuevo lenguaje del
conocimiento está embebido de términos como inteligencia artificial, robots, computación
en la nube, internet de las cosas, nanotecnología, neurotecnología, biotecnología,
impresión 3D y Big Data, por lo que es urgente que los gobiernos incluyan estos
conceptos en sus políticas públicas,
que las universidades ajusten sus programas
académicos, que los grupos de investigación se concentren en estos universos, que los empresarios y la comunidad migren
hacia la economía y la sociedad del
conocimiento.
Para enfrentar un desafío
de esta magnitud, se debe estimular un cambio
de mentalidad que detone la innovación. Es pertinente convocar lo mejor de nuestra
inteligencia colectiva para iniciar la construcción de una hoja de ruta que nos
lleve a convertirnos en una sociedad del conocimiento con capacidad de colonizar
el futuro. Cada semilla tiene su tiempo
y hay que sembrar para cosechar.
Armando Rodríguez Jaramillo
1 Comentarios
Respetuoso saludo:
ResponderBorrarDolorosas cifras que se soportan en la inamovilidad de quienes se eternizan en sus cargos sin hacer eco a las nuevas realidades emergentes de un mundo en cambio y desarrollo permanentes. Sin duda la experiencia es valiosa pero solo cuando contribuye a dinamizar procesos... qué aprenderemos de nuestros mayores?... cuando permitiremos a las nuevas generaciones tomar ejemplo de lo bueno y lo malo que hemos padecido?.... Tiene razón, maestro, algo no está pasando....