La ciudad que queremos ver

Vista panorámica de la ciudad de Armenia (Quindío)

 

«Si no sabemos qué ciudad queremos, al menos preguntémonos si estamos satisfechos con la ciudad que tenemos.»


Por: Armando Rodríguez Jaramillo.

¿Cómo queremos vivir en 2049? fue la pregunta que se hizo a los participantes en el «Foro Bicentenario del Concejo de Manizales» el pasado 29 de abril con el propósito de motivar un diálogo y compartir narrativas sobre cómo sienten, valoran y sueñan la ciudad cuando arribe a sus doscientos años de fundación. Esto me hizo pensar que bien valdría la pena un ejercicio similar para imaginar la Armenia que queremos a 2039 cuando cumpla ciento cincuenta años de fundada, y escuchar de los dirigentes públicos, privados y cívicos sus reflexiones alrededor de la visión que tienen de la «Ciudad Milagro».

Sin embargo, en gracia de discusión, creo que somos una sociedad que poco cavila en su futuro por andar distraída en las rutinas y urgencias del presente. En pocas palabras, nos volvimos reactivos y repentistas, tal vez porque nos acostumbramos a esa política agonal de debates y confrontaciones que pone su mirada en la próxima elección y no en la siguiente generación, en contraposición con la política arquitectónica enfocada en visiones estratégicas y metas de largo plazo que nos podría liberar de lo que llamo el presente extendido, realidad encasillada en planes de desarrollo determinados por ciclos políticos y electorales de corto plazo.

Así que, sería un error histórico llegar al sesquicentenario de Armenia el 14 de octubre de 2039 arrastrando los mismos problemas de las últimas décadas. Imaginemos por un instante nuestra ciudad si a esa fecha, por ejemplo, la Estación Armenia y la bodegas del ferrocarril siguen abandonadas y su vecindario convertido en algo parecido a lo que fue la Calle del Cartucho en Bogotá, si su tránsito es caótico por no haber ejecutado el Plan Maestro de Movilidad Sostenible entregado en 2025 por la Universidad del Quindío, si la invasión desbordada del espacio público no permite caminar por sus andenes y plazas, si el POT no cumple su función de ordenar los usos urbanos, suburbanos y rurales, si continuamos sin un área metropolitana que permita planificar el territorio compartido con los municipios circunvecinos, si la ciudad no ha hecho lo necesario para solucionar el problema de basuras ni garantizar su abastecimiento de agua para el siglo XXI ni construir las plantas de descontaminación propuestas en los años noventa, si la pobreza y la desigualdad se incrementan, los asentamientos subnormales crecen y los habitantes de calle y el consumo de drogas y alcohol aumenta en parques y vías públicas.

 

«No podemos confundir la solución de los problemas del pasado con la oportunidad de pensar la ciudad del futuro.»


En todo caso, no podemos confundir la solución de los problemas del pasado con la oportunidad de pensar la ciudad del futuro. Una cosa es hacer lo que hemos aplazado a expensas del bienestar de las próximas generaciones que deberán asumir los costos de lo que no hicimos, y otra muy distinta es imaginar y construir la ciudad deseada para lo cual es necesario romper el modelo de pensamiento lineal y la fragmentación institucional que nos impide encarar los desafíos del desarrollo.

Es evidente que los problemas de la ciudad pasaron de complicados a complejos por lo que no tienen soluciones simples y directas, razón por la cual requieren enfoques integrales, multidisciplinarios e intergeneracionales, además de temporalidades no convencionales. Esto demanda gobiernos con agendas de desarrollo futuristas y nuevas capacidades institucionales, dotados de gobernanzas anticipatorias y disposición al diálogo social y consensos entre los distintos niveles territoriales. De no hacerlo así, seríamos irresponsables y éticamente inexcusables. Para enfrentar los desafíos del mundo moderno se necesitan liderazgos con capacidades de pensar desde el futuro las decisiones del presente. Me resisto a creer que no tengamos las competencias para superar la miopía del cortoplacismo, romper la inercia que nos inmoviliza y cambiar el modelo de pensamiento lineal que nos atrapa.

Pero, si no sabemos qué ciudad queremos, al menos preguntémonos si estamos satisfechos con la ciudad que tenemos. Recordemos que el momento oportuno para cambiar siempre será hoy, no mañana. Es tiempo de revivir ese sentimiento cívico que se embolató en algún recodo de nuestra historia y volver a soñar con una ciudad diferente, humana, productiva, cultural, educada e incluyente, con bienestar y calidad de vida. Una Armenia para vivir y trabajar y disfrutar y levantar familia. Una ciudad pensada preferentemente para el bienestar de sus habitantes y no para el disfrute de los que nos visitan. Necesitamos recuperar nuestra confianza como sociedad para no tener que recordar aquella frase de José Ortega y Gasset que dice: «No sabemos lo que nos pasa y eso es precisamente lo que nos pasa».

Armenia, 13 de mayo de 2025

Correo: arjquindio@gmail.com  /  X: @ArmandoQuindio  /  Blog: www.quindiopolis.co

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