Hace 29
años la JICA del Japón y la CRQ formularon el Plan de desarrollo agrícola
integrado de la cuenca del Quindío, documento conocido como el Plan JICA. El
plan se ocupó de todo el departamento y presentó una estrategia de desarrollo a
15 años (1990 - 2005) que incluía la preservación de los bosques, conservación
de cuencas hidrográficas, control al uso y erosión de suelos, descontaminación
de aguas, construcción de caminos rurales, regulación del crecimiento urbano, diversificación
y tecnificación agropecuaria y un embalse sobre el río Navarco que garantizara
el suministro de agua para estos desarrollo y el crecimiento poblacional.
Del
proyecto recuerdo una reunión de trabajo con algunos dirigentes gremiales y el equipo
técnico que integrábamos 26 consultores nipones y colombianos. En ella los
japoneses expusieron que el comercio mundial iba hacia la liberación de
aranceles por lo que acuerdos como el del Pacto Internacional del Café, sobre
el que se sustentaba la industria cafetera nacional y la economía del Quindío,
tenían su futuro comprometido, razón por la cual recomendaron empezar a prepararnos
para competir en un mercado en el que los precios sería fijados en las bolsas y
por variables como la calidad del grano.
Esta
afirmación de técnicos de la JICA, que sin duda tenían una mirada más global
que la nuestra, no fue de buen recibo por varios de los presentes que
manifestaron que la organización del comercio mundial del café era sólida, que
la caficultura había sido por décadas la base de la economía del departamento y
que no había nada que justificara cambiar la forma de producir café o la
necesidad de diversificar la producción.
La vehemencia de estos planteamientos fue tal, que las propuestas se
retiraron del Plan JICA por inanes. Dos años después, en 1989, conocimos de la
ruptura del Pacto del Café, y el resto de la historia la conocemos todos.
En
ocasiones otear al pasado sirve para reflexionar sobre lo que somos. Hoy el
mundo habla de regiones inteligentes, que más allá de precisiones conceptuales
que escapan a este artículo, es inequívoco que una región que se considera como
tal que tiene la capacidad de aprender de sus éxitos y fracasos y tomar las
decisiones apropiadas y oportunas para superar los problemas que se le
presenten, lo que al parecer no es una cualidad de este Quindío.
Lo
proyectado hace tres décadas por la JICA y CRQ se quedó en algún recodo del
camino. Como no hicimos la tarea y los gobiernos no asumieron las decisiones que
debieron tomar, el deterioro ambiental se agudizó y nos pasó su cuenta de
cobro. Lo paradójico del caso es que persistimos en sólo seguir discursando
sobre preservar los bosques, cuidar los nacimientos de agua, conservar las
cuencas hidrográficas, controlar la erosión de suelos, descontaminar las aguas,
construir vías rurales, moderar la expansión urbana, diversificar y tecnificar la
producción agropecuaria y hacer un embalse que garantice el suministro de agua
para el desarrollo futuro.
Entonces,
¿cuánto cuesta lo que no hicimos?
Armando Rodríguez Jaramillo.
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