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El cincuentenario del Quindío es la oportunidad para
hacer un proceso de reflexión objetiva sobre lo que queremos como sociedad y del
compromiso que esta generación asumiría para lograrlo.
El mundo asiste a grandes transformaciones que
cambiaran radicalmente nuestras vidas. No hemos aún asimilado la tercera
revolución industrial de finales del siglo XX e inicios del XXI, con la
automatización de la producción y la aparición de los computadores,
dispositivos móviles e internet, cuando ya enfrentamos los retos de la cuarta
revolución industrial definida por el internet de las cosas (IoT) con objetos,
máquinas y personas que interactúan remotamente en todo momento y lugar, y con
una economía colaborativa que hace añicos los modelos productivos convencionales.
Las plataformas de Uber en el transporte urbano, Airbnb
en la hotelería, Netflix con la televisión tradicional, LendingClub
en préstamos de bajo costo, computación
en la nube, realidad virtual, impresoras 3D, big data, carros sin conductor y
ciudades inteligentes, sólo son la punta del iceberg de los cambios
tecnológicos que transforman a la humanidad.
El cambio es profundo, radical y disruptivo, de ahí
que no hay que tardar en afrontar los desafíos que plantean los adelantos
tecnológicos, por lo que debemos empezar a buscar respuestas a preguntas clave,
como las siguientes, sin ambigüedades ni subjetivismo ni evasivas:
¿Nos asiste la suficiente apertura mental para
comprender esta gran revolución?
¿Está la dirigencia sintonizada con la modernidad y
las oportunidades que trae?
¿Disponemos de un proyecto de departamento que nos
permita transitar hacia la sociedad del conocimiento y la economía del
conocimiento?
¿Está preparado el sistema político para sustituir
el debate del poder local por el del desarrollo local?
¿Tendremos gobiernos territoriales que se
comprometan con el desarrollo dejando de lado los acuerdos clientelistas?
¿Seremos capaces de estructurar un sistema
educativo que erradique el analfabetismo y le entregue a la sociedad jóvenes
creativos e innovadores, con capacidad deductiva y sentido crítico, y universidades
que se apropien de la investigación para poner el conocimiento al servicio de
la comunidad y la economía?
¿Construiremos relaciones territoriales inteligentes
y sostenibles que derriben la brecha entre el campo y la ciudad y entre Armenia
y los otros municipios de departamento?
¿Están dispuestos los
empresarios a asumir la innovación como su principal activo para producir bienes
y servicios de alto valor agregado?
¿Podremos idearnos una sociedad más equitativa que
ofrezca alternativas a los jóvenes para que no emigren a las grandes ciudades o
al exterior?
En las respuestas a estos interrogantes está la
clave de lo que podemos y debemos hacer para hilvanar y consolidar un proyecto
de sociedad que nos haga ciudadanos del mundo con sentido de pertenencia local,
y que responda a las necesidades de los quindianos y a los retos de la cuarta
revolución industrial.
Armando Rodríguez Jaramillo
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