Hay que pensar en nuevos futuros sin miedo y sin tacañería intelectual, dejando volar la imaginación para romper nuestros esquemas mentales
Una sociedad
como la nuestra, que desde la ruptura del Pacto Internacional del Café (1989) habla
de crisis, es una sociedad pesimista que requiere de una dosis de inteligencia
colectiva para salir adelante, pues “no hay mal que dure 100 años ni cuerpo que
lo resista”.
Las lecciones.
De los
tiempos difíciles hay que aprender lecciones por dolorosas que sean. La primera
es que dejamos entronizar un malsano modelo político bajo la premisa que el fin
justifica los medios en el que muchos prefirieren atizar enfrentamientos para
sacar dividendos que fomentar el debate sobre el desarrollo y la superación de
la pobreza.
La segunda lección
se relaciona con que no hemos sabido construir un discurso colectivo y consistente
sobre un futuro plausible de región dotado de escenarios deseables y factibles que
tenga como objetivo el bienestar y progreso.
La tercera se
refiere a la capacidad de aprender de la experiencia y aprovechar la
ilustración para empezar a transitar hacia una sociedad del conocimiento y una
economía del conocimiento, esa que algunos llaman la socioeconomía del conocimiento.
Los desafíos y las oportunidades.
De ahí que
sean enormes los desafíos a enfrentar para transformar nuestra realidad. Hay
que dar un salto cualitativo en la forma de pensar y otro cuantitativo en la
forma de actuar, por lo que es urgente y necesario elevar el debate sobre
el desarrollo para recuperar el tiempo perdido en discusiones políticas estériles
y absurdas.
Es
inaceptable que luego de tres décadas aun sigamos pensando en las crisis del
café sin diversificar nuestra economía. Las estadísticas en comercio exterior de
los últimos años muestran que las exportaciones de bienes y servicios diferentes
a café (unos pocos productos agrícolas, agroindustriales, manufacturas e
insumos básicos y algunas confecciones) no superan el 5% de las exportaciones totales.
Acusamos una
brecha significativa en competitividad, productividad e innovación, triada sin
la cual no es posible construir ventajas competitivas sólidas. Es hora de
pensar en una agricultura de precisión de frutas, hortalizas y plátano; en una
agroindustria alimentaria de exportación que procese lo producido aquí y lo
cosechado en departamentos vecinos; en el apoyo a las manufacturas de cuero,
muebles, confecciones, metalmecánica y construcción para dejar de lado el
arquetipo de que el Quindío no se puede industrializar; en un turismo en equilibrio
con la naturaleza con productos experienciales de lujo que capte clientes con
alta capacidad de pago y atraiga congresos y convenciones; en servicios de
salud y bienestar; en parques tecnológicos e incubadoras de empresas que
acompañen emprendimientos e intraemprendimentos de alto impacto; en tecnologías
de la información y las comunicaciones y en servicios logísticos de carga, entre
otros. Pero además hay que imaginar el uso de la robótica, inteligencia artificial,
internet de las cosas, transformación digital, big data, comercio electrónico,
negocios de plataforma y muchas otras cosas que nos conecte con un mundo en evolución.
Sin embargo,
este cambio debe ser pensado con base en la realidad que nos trajo el Covid-19
y lo que será la postpandemia. Es imperativo acordar como sociedad una nueva
agenda de transformación que vaya más allá de la necesaria reactivación
económica; una agenda de desarrollo y progreso enmarcada en la socioeconomía del
conocimiento, en la transformación de nuestro modelo educativo, en el uso y
aplicación de la ciencia, tecnología e innovación; una agenda de futuro que
transite por los caminos de la Cuarta Revolución Industrial para hacer de esta
una región inteligente.
En fin, hay
que pensar en nuevos futuros sin miedo y sin tacañería intelectual, dejando
volar la imaginación para romper nuestros esquemas mentales. Es tiempo de
evitar a los profetas de la crisis que sólo ven nubarrones y problemas y a los
que desean encerrarnos en las idioteces de la politiquería parroquial. El
potencial de este territorio es inconmensurable y atractivo para muchos allende
las fronteras, así que tengamos en cuenta que el desarrollo del Quindío se
hace con quindianos o sin quindianos.
Armando Rodríguez Jaramillo
@arj_quindio / @quindiopolis
1 Comentarios
Ese modelo de desarrollo sigue condenando al campo al fracasado modelo extractivista, solo quen lo esperanza o falacia de la "industrialización", el campo hay que considerarlo como un territorio y no como la actividad agropecuaria a la que ha sido condenada.
ResponderBorrarPor qué no pensar en un Quindío con su campo salubre, formado y produciendo desde los servicios, oficios y profesiones del siglo XXI? Por qué no pensar un campo que no necesite de médicos sino que los produzca?