Armando Rodríguez Jaramillo (Armenia - Quindío - Colombia)
Del
futuro del Quindío, que en 2016 celebrará sus bodas de oro como departamento,
se han escrito numerosas cuartillas y dicho muchas cosas. Hablar de lo por
venir y del porvenir no es nada fácil, como tampoco lo es construir el futuro deseado.
Cuando
en 1966 dimos los primeros pasos como entidad territorial, estábamos embelesados
con la frase: “grande, rico y poderoso”.
Parapetados en la atalaya de la bonanza cafetera de los setenta, nos
empoderamos de este cliché y creímos que podíamos ser sólo café. Por esos años
había prosperidad y los excedentes económicos del cultivo apocaban las demás actividades
productivas. El Quindío era un paradigma de prosperidad y calidad de vida que
nos enorgullecía.
En
los años ochenta vino la destorcida con la ruptura del Pacto Internacional del
Café que deprimió los precios del grano en las bolsas del mundo, causando un
fuerte remesón en nuestra estructura económica del que no nos hemos podido recuperar
tres décadas después.
En
respuesta a las vicisitudes del café, en los años noventa y calendas
posteriores construimos un llamativo discurso sobre la posición geoestratégica
del Quindío entre Bogotá, Medellín y Cali (Triángulo de Oro), amén de su cercanía
al Pacífico por Buenaventura. Nos ufanamos por estar en el corazón de Colombia y
creímos que la sola ubicación garantizaría el desarrollo agropecuario,
agroindustrial y turístico que necesitábamos, autoproclamándonos como el primer
destino turístico del interior del país.
Pero
como las cifras matan las emociones, las estadísticas de los últimos lustros (PIB,
exportaciones no tradicionales, cultivo del café, desempleo, indicadores de
pobreza, educación e índices de competitividad, entre otros) mostraron que otros
departamentos, en especial los vecinos, avanzan con mayor velocidad. En
conclusión, nos dimos cuenta que el otrora “rico, joven y poderoso” se encontraba
en alerta amarilla.
La necesidad de reinventarnos.
Como
los resultados no son halagadores, entre más rápido aceptemos que nos hemos
equivocado más pronto transitaremos por la senda de la rectificación. De ahí que nos enfrentemos a la necesidad de reinventarnos,
de pasar de la retórica a las acciones concretas. Llegó el momento de dejar de
lado los enfrentamientos políticos insulsos para encarar con seriedad los retos
del desarrollo. Precisamos de gobiernos a los que les importe el ahora y el
progreso, no las próximas elecciones. Empresarios que se la jueguen por los
negocios del conocimiento haciendo uso de la innovación. Universidades que
sepan moldear el talentoso recurso humano quindiano y poner la ciencia,
tecnología e innovación al servicio de la región. Ciudadanos comprometidos socialmente y con pensamiento crítico.
El
año del cincuentenario es propicio para hacer un alto en el camino, para dejar
la senda fangosa y resbaladiza por la que hemos venido transitando en la que abundan
las pugnas estériles, la política que se permuta y se vende, y los intereses
individuales. Es hora de pensar cómo construir un departamento diferente en el
que tengan cabida nuestros proyectos de vida.
Una
cosa es segura: El futuro del Quindío se construirá con o sin quindianos. De nosotros
depende si queremos participar.
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