Estado del río Quindío en el municipio de Salento, antes de la bocatoma del acueducto de Armenia |
Armando Rodríguez Jaramillo (Armenia - Quindío)
Es fácil
echarle la culpa a El Niño porque no se puede defender.
Esta semana
el Presidente Santos, el director del DNP y el Ministro de Vivienda informaron
que las pérdidas de agua en los acueductos del país alcanzan el 43% en promedio,
advirtieron sobre la declaratoria de calamidad pública en varios municipios y anunciaron
medidas de contingencia con sanciones a los derrochadores de agua. Era de
esperar que las autoridades reaccionaran de esta forma ante un hecho tan grave,
pero la realidad es que estamos ante una situación estructural que era previsible
y que se agrava cada día.
En 1992
sufrimos las consecuencias del fenómeno de El Niño que trajo grandes pérdidas
económicas y un racionamiento de energía que obligó a cambiar el horario
oficial con el fin de aprovechar la luz del día en las actividades laborales.
En ese entonces asumimos una mayor conciencia ambiental y aprendimos a usar
racionalmente el agua y la energía.
Pero la
sequía pasó y nos relajamos. Pensamos que el cambio climático era puro cuento e
ignoramos que El Niño era un fenómeno cíclico que no tardaría en retornar. No
le paramos bolas al medio ambiente, nos importó un pito talar los bosques y
erosionar los suelos, establecimos potreros hasta el cauce de los ríos, quitamos
el sombrío de los cafetales y llenamos de turistas los valles. Y como si fuera
poco, para los gobernantes no fue prioritaria la conservación de cuencas ni la compra
de los nacimientos de los ríos que surten los acueductos municipales.
La perversa
forma de hacer la política volvió fortín burocrático a la CRQ y las empresas de
servicios públicos domiciliarios como EPA y Esaquín desviándolas de su misión, al
tiempo que entrabó la posibilidad de administrar cuencas hidrográficas compartidas
al no existir diálogo entre mandatarios, ¿o acaso hemos visto alguna vez al gobernador
de turno reunido con los alcaldes de Armenia, Salento, La Tebaida y Circasia
para hablar del deterioro del río Quindío y de la construcción de la represa
del río Navarco?
No pasemos
por alto que EPA reporta un índice de aguas no contabilizadas de 33,1% (Informe
de Gestión 2014), cifra por encima del nivel de pérdidas aceptable por la CRA desde
1995 para acueductos municipales (¿Y qué será aceptable?) y muy lejos de los
estándares internacionales que señalan que no deben ser mayores de 23%. Estas pérdidas
significan más de 7.600.000 metros cúbicos de agua al año (240 litros por
segundo) que son captados del río Quindío, conducidos a la planta de
tratamiento, potabilizados, distribuidos y nunca facturados, lo que sugiere que
los armenios que pagamos el servicio de acueducto subsidiamos la ineficiencia
técnica y comercial de EPA.
Es obvio que
todos debemos adoptar medidas de contingencia, pero el problema del agua no tiene
su origen en el cambio climático ni en el fenómeno de El Niño, sus causas tienen
que ver con el modelo de desarrollo, la forma en que depredamos la naturaleza y
con la incapacidad de las empresas de acueducto y de la autoridad ambiental de
administrar integral y sosteniblemente el recurso agua por estar sumergidas en un
modelo político-administrativo que colapsó.
0 Comentarios