Armando Rodríguez Jaramillo (Armenia - Quindío)
Una calurosa tarde, un niño como
de doce años, llegó corriendo a su casa. Su respiración era jadeante y el sudor
mojaba copiosamente su raída camisa, recordatorio de las penurias de su hogar.
−Mamaaa,
¿dónde estás? –gritó Sebastián.
−No
grites que no soy sorda –dijo su madre sofocada–. Qué te pasa mocoso de los
infiernos, ¡qué bicho te pico!
−¡Mamita,
mamita!, llegó el circo. ¡Yo lo vi!, está en el parque.
La
madre respiró con lentitud, y al ver a su hijo a punto de un colapso, expresó:
−Hijo,
por Dios, ¡qué circo ni qué pan caliente! Ponte a hacer las tareas que hartas
tenés pa’ mañana.
−Maaa,
es verdad. Llegó el circo. Te lo juro por diosito lindo, es el mismísimo circo.
¿Me crees?
−Vamos,
tómate el jugo, y explícame ese cuento.
−Estaba
jugando en el parque, cuando oímos la música del circo, tu sabes, ese para pa pum,
pa pum, pa pum, –y el niño marchó en
círculo, rodillas en alto y bamboleo de brazos, al compás de una banda
imaginaria−. Venían mujeres bonitas, con camisetas de colores, entregando
volantes. Atrasito estaban los payasos haciendo recocha, gritando vivas a un
señor risueño que aparecía en fotos por todos lados: en los volantes, en las
camisetas, en afiches y pancartas. Yo creo mamita, que si ese señor de las
fotos se ríe, es porque está feliz de trabajar en el circo.
−Apure “culicagao” que tengo mucho oficio y
todavía me falta hacer de comer –dijo con desespero la madre.
−Cálmate −repuso Sebas para seguir con su relato−. Despuesito
aparecieron los zanqueros y los mimos, mas charros que ni pa’que. Los zanqueros
escupían fuego y los mimos nos mamaron gallo hasta que nos totíamos de la risa.
Llegaron carros pitando y con música a todo taco, llenitos de papeles y afiches
del señor risueño. Había muchos payasos mamá, cantidades de payasos. Yo nunca
me imaginé que un circo tuviera tantos payasos, ¡qué risa la que me dio!
También vi malabaristas que hacían lo que les pedían. ¿Y sabes quienes venían
vestidos de payasos?, pues Pedro el profesor, misiá Eunice la del puesto de
salud y don Arnulfo el de la alcaldía. Pero un tantico mami –dijo el niño−, que
lo mejor fue cuando llegó la estrella del circo, el señor de las fotos, rodeado
de mucha gente. Ese señor se las sabe todas, es un adivino, pues hablaba de lo
que iba a suceder y le prometía de todo a la gente. Ese sí que es un bacán, si
lo hubieras visto mamita, saludó a todos por el nombre y a las mujeres de beso.
Luego los de la junta de acción comunal anotaban la cédula y la dirección de
los que querían ir a la función y les repartían mercados.
El
papá, que había escuchado en silencio a su hijo, dijo desde el comedor:
–No
seas pendejo Sebastián que eso no es un circo, es una campaña política; más
bien coja oficio y váyase a estudiar que el tiempo perdido lo cobra Dios.
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