Armando Rodríguez Jaramillo (Armenia - Quindío)
La crisis del país se atribuye a múltiples causas que se convirtieron en
verdades colectivas a fuerza de ser repetidas por unos y otros. Pero sin importar
los motivos, es evidente que los
colombianos necesitamos cambiar la forma de ver y percibir la política y el
manejo del Estado, precisamos de una perspectiva distinta para interpretar lo
que sucede.
Así que empecemos por dejar de lado los argumentos que señalan enemigos
ocultos que nos acechan: la caída de los precios del petróleo y café, el alza
del dólar, los tratados de libre comercio y el modelo neoliberal, el proceso de
paz en La Habana y el castrochavismo, la baja competitividad, la precaria
infraestructura en comunicaciones, el imperialismo yanqui, el comunismo, los
odios partidistas, la guerrilla, el paramilitarismo, el narcotráfico, la mala educación,
la violencia y muchas otras cosa. Es por esto que teniendo tanto a qué echarle
la culpa, cada día me convenzo más que el
mal está en unos partidos políticos desarticulados y en un Estado fuera de
control.
Cuando una democracia se nutre de partidos políticos organizados con
ideologías y doctrinas, son estos los que encauzan el papel del Estado. De
igual forma, un Estado sólido y constitucional vela por la conservación de la
democracia y sus partidos.
Así que la tesis de un Estado
fuera de control se funda en la existencia de una justicia deteriorada y corrupta
desde las altas cortes hasta los jueces en la base de la pirámide; un congreso
sin legitimidad y desprestigiado que declinó su responsabilidad legislativa
para convertirse en apéndice del ejecutivo; un gobierno que se apropia de los
recurso del Estado para asegurar la reproducción electoral del sistema; unos organismos
de control inoperantes y sesgados; unas fuerzas armadas y agencias de seguridad
extralimitados en sus funciones; y unas gobernaciones y alcaldías clientelista puestas
al servicio de gamonales y del gobierno central. Y como si lo mentado fuera
poco, bajo la premisa que el fin justifica los medios, el enfrentamiento soez y
agresivo entre presidente y expresidentes, ministros, magistrados, congresistas,
fiscal, contralor, procurador, militares y candidatos acusándose unos a otros
de cuanta conducta indecorosa, inmoral y criminal nos imaginemos.
En este Estado fuera de control se
halla atrapada una ciudadanía a la que se le agota su capacidad de asombro y aguante,
bombardeada por medios de comunicación que transmiten cada escándalo como si
fuera un reality con protagonistas que hacen pronunciamiento mediáticos a
manera de juicio público para que los comentaristas del espectáculo den sus
opiniones y el gran público su veredicto en las redes sociales. Y en espera de
su turno ante los medios, los representantes y funcionaros de las altas
dignidades del Estado lanzan trinos proclamando su inocencia y señalando
culpables.
Si bien el desprecio de los políticos por el ciudadano, por la
democracia, la majestad del Estado y sus instituciones es evidente, la manera de observarnos está cambiando y
no hay forma de echar paso atrás. Una parte significativa de ciudadanos
está mirando los asuntos de interés público de otra manera, haciendo un relato distinto que posiblemente
no se traducirá en cambios políticos inmediatos, pero que empieza a dar otra
lectura de la realidad que tarde o temprano pasará su factura a un sistema
político que por andar ocupado en sus propias tropelías y excesos, olvidó que el constituyente primario se
hartó de ellos.