¿Quién ha dicho que esta ciudad no se puede cambiar? ¿Quién no quisiera tener una Armenia
diferente? ¿Hay alguna justificación para conformarnos con la ciudad
caótica que tenemos? ¿Existe razón humana para renunciar a la innovación
ciudadana?
Estamos ante el desafío de construir respuestas a estos interrogantes o
seguir padeciendo lo que tenemos. Una sociedad que no cuestiona su realidad aceptándola
per sé es una sociedad sin ideas, con escasas opciones de futuro, una sociedad
en hibernación, en latencia, que acepta lo que tiene como si fuera su destino sin atreverse a ensayar la construcción de
futuros alternativos.
Si bien los gobiernos de los últimos lustros fueron conscientes de los
problemas sociales y económicos que han causado deterioro inexorable en la
calidad de vida de los armenios, también es una verdad de Perogrullo que esa
misma dirigencia ha demostrado no saber qué hacer para superar tal situación.
Entonces, ante la ausencia de ideas para una ciudad diferente, los gobiernos de turno repiten una y otra
vez las mismas cosas que no dan resultado y que nos han llevado al estado en
que estamos.
Por esto es que no funcionan los enfoques formales y convencionales enmarcados
en pensamientos mecanicistas-positivistas que navegan a bordo de un monismo político con una explicación única de la realidad.
El sistema electoral a través del cual se eligen gobiernos sin respuestas a los
desafíos de la ciudad moderna se reproduce porque la sociedad se aferra como
salvavidas al político pensando que en manos de él está su futuro. Los políticos
se han preocupado más por afinar la mecánica proselitista que en ahondaron en
el cómo gobernar, convirtiendo la politiquería en dogma a costa de su
inviabilidad social. Esto hace que la
administración pública continúe rigiéndose por paradigmas del siglo pasado cuando
la realidad de un mundo tecnológico y globalizado exige gobiernos y gobernazas
diferentes.
No hay duda que los planes de desarrollo son en esencia los mismos
desde la promulgación de la Ley 152 de 1994. De ahí que los problemas de desempleo,
salud, educación, movilidad, contaminación, seguridad, espacio público y otros
muchos siguen irresolutos pues se pretenden solucionarlos aplicando y replicando
lo que no ha dado resultado, sin que se logre avanzar más allá de cambios
superficiales y pasajeros, tal vez políticamente correctos para el sistema,
pero estériles en términos de transformaciones.
Necesitamos de procesos de cambio social para la ciudad del siglo XXI con
una lógica diferente y audaz, donde la
política no sea un instrumento de dominación si no que se convierta en un medio
para avanzar hacia sitios donde no hemos estado jamás.
No podemos seguir de espaldas a la construcción de la ciudad ordenada,
planificada, incluyente e innovadora que necesitamos. No podemos seguir
negándonos a nosotros mismo la oportunidad de vivir en una ciudad moderna donde
el conocimiento y la civilidad sean la guía del gobernante. Estamos ante el
reto de escoger entre seguir con la ciudad anárquica del presente o intentar otros modelos de ciudad con formas
diferentes de gobernar.
Si algo no estamos utilizando es la innovación social para cambiar la ciudad.
El principal recurso del ser humano es su capacidad de raciocinio y su
potencial creativo para modificar el entorno donde habita, dejando de hacer lo que ya sabemos que no funciona y evitando que nos guíen
los que no saben a dónde ir.