Armando Rodríguez Jaramillo (Armenia - Quindío - Colombia)
18 de mayo de 2014
En alguna reunión escuché que no era posible tratar de solucionar los
problemas que se tienen haciendo las mismas cosas que no han dado resultado.
Decir qué se debe hacer para que el Quindío progrese y se encamine por
la ruta del desarrollo está por fuera de mi alcance, pero lo que sí está en mis
posibilidades es afirmar que no podemos
seguir haciendo más de lo mismo si queremos superar la actual situación de
desempleo y pobreza por la que atraviesa el departamento.
La crisis ya suma 25 años desde la ruptura del Pacto Internacional del
Café, lapso de tiempo en que preferimos optar por esperar a que cambien los
determinantes internacionales, que avanzar en la alternativa de construir un
nuevo modelo de negocio cafetero orientado a mercados que valoren la calidad sobre
la cantidad. Han sido dos largas décadas en las que, en su conjunto, las
condiciones socioeconómicas locales se han deteriorado.
Una de las cosas más delicadas que le puede suceder a una sociedad es
quedarse estática ante los problemas que la afectan. Es por esto que la
definición de desarrollo que más me gusta, cuya autoría ignoro, es aquella que
reza: “desarrollo es la capacidad que
tienen los pueblos de superar los problemas que se les presentan”. Ahora,
si aplicamos este concepto a la realidad del Quindío, tendríamos que aceptar
que nuestro departamento es subdesarrollado por cuanto no hemos sido capaces de
solucionar los problemas que nos aquejan.
Como el modelo económico se nos
agotó, y con él el político, es necesario que reaccionemos para darnos
cuenta que estamos viviendo en un mundo globalizado determinado por el
conocimiento, que la competitividad y el bienestar están definidas en gran
parte por la innovación y la tecnología, que el desarrollo de nuestras empresas
no está en producir para el mercado local, que debemos prepararnos para exportar,
que se requieren cambios disruptivos en
el sistema educativo, que es necesario generar procesos de inclusión social
y equidad, en fin, que debemos transformarnos, que debemos reinventarnos.
Pero estos retos no susceptibles
de afrontar con las mismas herramientas del siglo XX, ancladas en modelos
de gobernanza obsoletos y paradigmas de desarrollo caducos. Tal vez por esto es
que continuamos sin definir una política de fomento al sector productivo, carentes
de una estrategia colectiva para apoyar las cadenas y clúster promisorios, con la
investigación y la transferencia de tecnología por fuera de nuestras
prioridades, con la mentalidad de asumir la innovación como un asunto de moda y
no como una fuerza renovadora, con una base empresarial débil y limitada (en su
mayoría microempresas) que adolece de un sustento real, con actividades
agrícolas y pecuarias que acusan décadas de atraso tecnológico, con un sector agroindustrial
que no prosperó como una actividad complementaria y generadora de valor
agregado y con una industria manufacturera que ha venido descendiendo su
participación en PIB departamental.
Y mientras los problemas del sector productivo subsisten y se agravan, mientras
que un número significativo de las empresas no logran superar los tres años de
vida, mientras que las exportaciones de productos diferentes al café representan
el 3% de las exportaciones del departamento y mientras cargamos con una de las más
altas tasa de desempleo del país, seguimos
dedicándole gran parte de nuestro tiempo y energías a pensar y hablar de política
electoral y no a construir el escenario factible para que en forma colectiva gobiernos,
sector privado y academia pensemos el Quindío que queremos y lo hagamos
realidad.