Armando Rodríguez Jaramillo (Armenia - Quindío - Colombia)
05 de abril de 2014
El boletín publicado por el DANE el 4 de
mayo sobre el comportamiento del PIB en 2012 debería ser evaluado de forma
objetiva por los quindianos. Para empezar, se debe tener presente que el PIB
del Quindío corresponde al 0,8% del de Colombia, lo que dice el real tamaño de
nuestra economía. Ahora bien, si comparamos nuestro PIB con los de los vecinos
del Eje Cafetero, notaremos que los de Caldas y Risaralda son superiores en 83%
y 78% respectivamente, lo que indica que las economías de estos departamentos
son más dinámicas y robustas.
Por otro lado, la economía nacional
registró una tasa de crecimiento de 4,0% en 2012, mientras la del Quindío fue
de 7,9%, resultado favorable que nos clasificó como el tercer departamento con
mayor crecimiento del PIB.
Al mirar el comportamiento por ramas de
actividades económicas, es evidente que la construcción, con el 37,0%, fue la que
más impulsó el crecimiento en el Quindío en 2012, seguida de lejos por transporte,
almacenamiento y comunicaciones (7,0%), servicios sociales, comunales y
personales (6,4%) y establecimientos financieros, seguros, actividades
inmobiliarias y servicios a las empresas (4,7%). Y para cerrar este grupo, que de
alguna forma corresponde al sector servicios, estuvo la actividad de comercio,
reparación, restaurantes y hoteles con un crecimiento de 3,9%.
Más modesto fue el crecimiento de la
industria manufacturera que alcanzó 1,6%. Y ni que decir de la agricultura,
ganadería, caza, silvicultura y pesca, actividad que presentó un comportamiento
negativo con -3,2%, situación en la que influyó el cultivo de café (-9,0%) y de
otros productos agrícolas (-3,5%)
Por consiguiente, el buen comportamiento
del PIB del Quindío en 2012 se debió fundamentalmente a la construcción,
seguida de otras actividades del sector terciario de la economía. Por el
contrario, el sector secundario (industria manufacturera) mostró un exiguo
crecimiento y el primario (agrícola) un preocupante retroceso.
Información estadística como la del PIB debe
de ser evaluada e interpretada para tomar decisiones que conduzcan a fomentar
lo bueno de nuestra economía y a corregir lo que estamos haciendo mal. Bienvenidos
los resultados de la construcción que enhorabuena han servido para dinamizar la economía, sin ellos las
tasas de desempleo, que en los últimos años han rondado ente entre 18 y 20%,
hubieran sido mayores. Pero conviene tener presente que la construcción es de
comportamiento cíclico y que no sería extraño que a los buenos tiempos le siga
un época de menor dinámica. De otra parte, no es sano para la económica local
que las actividades productivas se concentren en el sector servicios como lo
muestra la información del DANE, pues tendríamos una estructura productiva desbalanceada.
Por último, hay que buscar estrategias
que nos permitan impulsar la actividad industrial, que ha sido la cenicienta regional.
Por más que se habláramos durante años de la industrialización del Quindío,
esto no se concretó y las pocas infraestructuras fabriles que subsisten, como
las de curtido de cueros, muebles, metalmecánica y agroindustria, lo hacen
gracias al tesón de sus empresarios que no a la existencia de estrategias de
fomento industrial.
De igual modo, deberíamos revaluar lo
que venimos haciendo en materia agrícola, pues es evidente que lo que hacemos
no arroja resultados satisfactorios, y es que nos podemos equivocar, pero lo
que no podemos es seguir insistiendo en lo que no funciona. Cómo es posible que en un departamento, que
con orgullo habla de su pasado cafetero y en el que once de sus doce municipios
hacen parte del Paisaje Cultural Cafetero, no haya adoptado un plan de respuesta
a la crisis cafetera. Las cifras son contundentes, el PIB a precios constantes para
el cultivo del café en el departamento disminuyó en 58,5% entre los años 2000 y
2012, y mientras esto sucedía, malgastamos el tiempo esperando que otros países
productores tuvieran sequías o ataques de plagas y enfermedades para que aumentaran
los precios internacionales del grano, que subiera el dólar para obtener
más pesos por lo exportado y pidiendo subsidios
y condonación de deudas al Estado.
Lo valoración de la información
contenida en los boletines del DANE nos permite colegir que necesitamos de verdaderas
políticas y estrategias de fomento a la industria manufacturera y a la
actividad agrícola, con especial énfasis en la caficultura.
Pasando a un asunto final, que
complementa el panorama expuesto, el PIB
por habitante –per cápita- nacional
para 2012 fue de $14.285.422, mientras que en del Quindío llegó a $9.272.519.
Este indicador, que de alguna forma se usa para estimar la renta anual promedio
por persona, nos muestra que los ingresos anuales promedio del quindiano son 35% inferiores a los ingresos promedios del país y
57% por debajo de Bogotá, ciudad con un PIB por habitante de $21.730.749. Esto
explica, en parte, porqué tantos emigran a las grandes ciudades en busca de
oportunidades, al tiempo que nos dice de la necesidad de fijar políticas de
desarrollo empresarial que generen empresas, producción, riqueza y trabajo.
Actividad agropecuaria
Alguna vez alguien decía que si
quieres sostener la ciudad cuida el campo, y eso es lo que deberíamos hacer con
la actividad agropecuaria en el departamento del Quindío. Las cifras dadas por
el DANE en su boletín del pasado 4 de mayo muestran cómo entre el 2011 y 2012
el PIB del cultivo de café, nuestra principal actividad agrícola por más de
ocho décadas, decreció con tasas de -35% y -9% respectivamente. Pero este no es
el único comportamiento negativo, pues los otros cultivos diferentes a café en
2012 presentaron una disminución de -3,5% mientras que la actividad pecuaria tuvo
un exiguo crecimiento de 1,5%.
Estas cifras nos están reiterando
lo que a simple vista se ve en nuestros campos: que la pobreza avanza paulatinamente,
que la rentabilidad agropecuaria disminuye, que la investigación está ausente,
que la tecnología es una quimera, que la migración a las ciudades se acentúa,
que no hay relevo generacional entre los empresarios agrícolas, que la
infraestructura de carreteras es precaria, que son deficientes los servicios
públicos domiciliarios, que el intermediario se queda con una buena parte de la
rentabilidad, que los precios de los insumos son inalcanzables y que no hay
mano de obra para trabajar. En una palabra, la ciudad nos hizo olvidar del
campo y ningún gobierno local le ha jugado a una política de desarrollo rural
empresarial.