Armando Rodríguez Jaramillo
Armenia (Quindío - Colombia),25 de enero de 2014
El 25 de enero de 1999 es una fecha que recordaremos por siempre los
quindianos. Muchas fueron las crónicas, noticias, libros, informes, videos y
fotografías que registraron aquel suceso de cuando la tierra se nos movió con violencia;
sin embargo, quince años después, me atrevo a pensar que no todo está dicho,
que no todo ha sido evaluado, que aún hoy persisten historias incompletas y no
contadas sobre el terremoto.
Entre los muchos recuerdos que se atropellan en mi mente, está el de la
capacidad de respuesta de las comunidades afectadas, el sentido de solidaridad
manifiesto y los liderazgos barriales que por generación espontánea brotaron en
aquellos días.
Cuando se vive en carne propia una tragedia de la magnitud del
terremoto de 1999, lo primero que uno hace, por instinto, es intentar salvar la
vida y averiguar por el estado de sus seres queridos. Luego sobreviene un
estado de aturdimiento que impide entender la dimensión de lo sucedido,
momentos en los que solo atinamos a cogernos la cabeza y a preguntarnos los
unos a los otros que fue lo que pasó. Después comienza la toma de consciencia, esa
que unos recuperan de forma rápida y que otros demoran horas y hasta días en
hacerlo, y empezamos a entender lo que pasó y a tener capacidad de reacción y
de respuesta. Es aquí cuando intentamos poner en claro las ideas y nos organizarnos
para cooperar en la superación de la emergencia.
Recuerdo, a propósito de la capacidad de reacción, numerosas personas
que en sus barrios tuvieron la decisión de socorrer a los más afectados,
atender heridos y rescatar cuerpos sin vida. Estos liderazgos espontáneos pusieron
de relieve el gran recurso humano y potencial social que tienen los quindianos ante
situaciones calamitosas. Esta organización social voluntaria y espontánea
contrastó con la falta de respuestas de los grupos políticos que brillaron, en
su gran mayoría, por su ausencia en aquellos días.
Lamentablemente se desaprovecharon esos líderes naturales que se
echaron sobre sus hombros la atención inmediata del terremoto, dejándolos por
fuera del proceso de reconstrucción que fue entregado a personas foráneas, sin
arraigo en la región, vinculadas a organismo no gubernamentales venidos de aquí
y acullá con los que el FOREC contrató la reconstrucción de Armenia y demás
municipios, confinando grandes masas de población en guetos llamados “asentamientos
temporales”, espacios que aunque sirvieron para una rápida reubicación mientras
se construían nuevas viviendas y se reparaban las dañadas, terminaron hacinando
la gente y matando las ilusiones y el entusiasmo de colaboración y
participación de las comunidades que querían reconstruir sus propias vidas.
De forma similar a lo que sucedió con la atención de la emergencia, en el
proceso de reconstrucción a la mayoría de la dirigencia política tampoco se le
vio, pues esta optó por marginarse ante la imposibilidad de manejar los
recursos del FOREC, entrando en un estado de latencia que se prolongó hasta la
campaña electoral para elección de alcaldes y gobernadores a mediados del año
2000, cuando la desesperación que persistía en muchas personas ante un procesos
de reconstrucción, por obvias razones, inconcluso, se convirtió en caballito de
batalla para volver las necesidades insatisfechas en una oportunidad electoral.
Estas son recuerdos de liderazgos en tiempos del terremoto que no
debemos olvidar: los barriales nacidos de las entrañas de las comunidades que
se organizaron para superar la mayor tragedia de la historia quindiana y el de
los oportunismos de algunos políticos, que aún en medio de una calamidad
pública, quisieron pescar en río revuelto.