Armando Rodríguez Jaramillo. Armenia (Quindío - Colombia).
Publicado en La Crónica del Quindío 9 de enero de 2013
Voy a intentar contar algo que sucedió la
semana pasada que hubiera querido no ver. El viernes 4 de enero, temprano en la
mañana, iba hacia el trabajo caminado por el sector de la universidad de La
Gran Colombia donde hay algunas cafeterías con el frente techado. En el suelo
de una de ellas dormían tres indigentes, personas caídas en desgracia pero al
fin y al cabo seres humanos con los mismos derechos que tienen todos los seres
humanos en un país que se dice de leyes.
Un policía en moto para frente al
establecimiento y se apea de su vehículo. De inmediato uno de los indigentes se
despierta y emprende la huida. La actitud de esa persona me llamó la atención
pues pensé que alertaría a sus compañeros de amanecer ante la presencia del
uniformado; pero no, estaba temeroso y decidió partir.
El policía se acercó a los otros dos pausadamente.
Me imaginé que los iba a tocar con el bolillo que llevaba en su mano izquierda
para despertarlos, pero no fue así, pues en su mano derecha portaba una pistola
eléctrica con la cual dio por terminado el sueño de los desamparados a punta de
choques eléctricos, esos que usan para inmovilizar delincuentes durante reyertas
y desordenes. Aquellos hombres de un brinco se pararon como alma que lleva el
diablo. Miraban como zombis con una mueca de dolor en su cara y sin atreverse a
protestar ante aquel uniformado armado de porra y pistola eléctrica.
El policía me miró con ojos desafiantes,
y sin inmutarse tomó su moto y se alejó.
Como ciudadano le doy un alto valor a
las fuerzas armadas y de policía, admiro la labor que prestan incluso
arriesgando su vida, pero esto no me impide ver que a algunos les queda grande el
uniforme que portan. El trato dado a esos conciudadanos es inhumano e indecente,
y viola lo más elemental de los derechos humanos. Policías como estos no inspiran respeto sino
miedo, el mismo miedo que tuvo el indigente que se despertó y huyó (ahora
entiendo su actuación pues sabía lo que le iba a pasar), el miedo que los otros
dos tenían en sus rostros al despertar y ver a aquel hombre de verde.
No pude identificar al uniformado de
marras, pero los oficiales que tienen a su mando la institución deberían hacer
grandes esfuerzos por limpiarla de estos personajes que se empoderan ante el
débil con sus armas de dotación. Flaco servicio el que le prestan a la
sociedad.
Las personas que viven y duermen en la
calle merecen buen trato y ayuda. Porque estén marginados de la sociedad no se puede actuar
de forma agresiva contra ellos, pues también son sujetos de derechos aunque algunos
no quieran admitirlo.
9 de enero de 2013