Armando Rodríguez Jaramillo
Armenia (Quindío-Colombia), 31 de agpstp de 2013
Un largo camino hemos recorrido en
materia de planeación desde el “Plan de Desarrollo Agrícola Integrado de la
cuenca del Quindío” realizado por la CRQ y la JICA del Japón en 1987 hasta los
planes de desarrollo de los actuales gobiernos. En estas dos largas décadas de
planificación sobresalen, entre otros, el plan de desarrollo departamental 1992-1994
orientado por el CIDER de la universidad de Los Andes, el Plan de Desarrollo
Agroindustrial coordinado por FDQ en 1992, el Plan Quindío 2020 que fuera el más
grande proceso de planeación participativa jamás emprendido, dos planes de
desarrollo turístico (uno bajo el ostentoso eslogan: “Quindío, destino
turístico del nuevo milenio”), el Plan de Ordenamiento y manejo de la cuenca
del río La Vieja bajo la tutela de la CRQ, el Plan de la Ecorregión del Eje
Cafetero, el Plan Exportador, la Agenda Interna, el Plan Regional de
Competitividad y el Plan Estratégico Regional de Ciencia, Tecnología e
Innovación.
A esta cartera de planificación se le suman
los planes que deben formular alcaldes y gobernadores para su período
constitucional en atención a la ley 152 de 1994, es decir, los correspondientes
a los periodos 1995–1997, 1998–2000, 2000–2003, 2004–2007, 2008–2011 y
2012–2015, que suman en total seis planes de desarrollo departamentales y
setenta y dos municipales. Adicional a esto, están los planes de ordenamiento
territorial de los once municipios diferentes a Armenia y dos POT elaborados
para la capital de acuerdo a la Ley 388 de 1997.
Sin tener en cuenta otros ejercicios de
planeación que seguramente se me escapan, los nombrados suman 103, lo que
conllevaría a pensar que una región tan planificada debería ser de lejos un
territorio desarrollado. Sin embargo, los indicadores socioeconómicos y la sola
percepción ciudadana nos dicen que la calidad de vida y el bienestar social en
el Quindío han disminuido en las últimas dos décadas a partir de la crisis del
café iniciada en 1989.
Un plan de desarrollo tiene el
propósito de construir un futuro mejor que el presente con base en las
experiencias del pasado, si esto no se logra, no se justifica el tiempo ni los
recursos empleados en su formulación y ejecución. Entonces sería bueno saber si
los modestos resultados del más de un centenar de planes obedecieron a: una
equivocada visión de futuro, deficiente formulación, falta de continuidad en
los proyectos, inconsistencias entre lo propuesto y los recursos disponibles,
incoherencia entre lo planteado y las acciones ejecutadas, inviabilidad
económica y técnica de los proyectos o desviación de los recursos disponibles
hacia prioridades políticas ajenas al desarrollo.
Lo cierto es que este derroche de
planeación sugiere que nos hemos equivocamos en la forma de pensar el
territorio, que no tuvimos respuestas a las demandas socioeconómicas que
produjo la crisis del café y que la planificación parece que la hubiéramos
hecho sobre un palimpsesto en el
que borramos lo hecho para reescribir lo que queríamos hacer o repetir, en un
continuo iniciar sin concluir para volver a empezar.