«En sus cuentos largos, Juan Carlos
Ramírez insiste en una narrativa con todos los detalles que necesita para
concluirlos, pero deja abierta la puerta para que uno pueda elegir el final que
más le agrade».
Jaime Lopera Gutiérrez
Aunque el lanzamiento del primer
libro de cuentos de Juan Carlos Ramírez[1]
se hubiese constituido en un evento social más que literario, la importancia de
este suceso para las letras quindianas no puede pasarse por alto. Umberto
Senegal viene haciendo una especie de inventario actualizado de nuestros libros
nativos para confirmar que hay muchos esfuerzos en los hornos de escritores
locales, en crónica, en cuento, en poesía, que se deben clasificar y mencionar
porque ya son parte del patrimonio literario de nuestra región: este es el caso
de las mortificaciones de Juan Carlos que permiten ver el nacimiento de un
cometa con pronóstico de continuidad.
Adelantarse en el territorio de los cuentos es
el riesgo que se propone el autor de este libro al exhibir un esquema de
transición: el paso de cuentos cortos (19) a cuentos largos (7) en el mismo
volumen, indica la presencia de dos formatos distintos que de alguna manera
están sujetos a ciertos términos. Por ejemplo, la diferencia principal entre el
cuento corto y el cuento largo radica en la extensión; pero un cuento corto
busca la intensidad y el impacto inmediato, mientras que un cuento largo busca
la profundidad y el desarrollo. Sin embargo, como las fronteras entre ambos
pueden ser difusas, no existe una regla fija sobre la cantidad de palabras o de
párrafos que define a cada uno.
Desde el punto de vista de los
lectores de cuentos también los hay con diferentes rutinas: si uno sabe que
Chejov es el padre del cuento, no desistirá de leerlo, aunque su extensión sea
considerable, pero difícilmente le meterá el diente a un cuento largo de Foster
Wallace porque las complicaciones de este gringo son para lectores muy
incondicionales. Los que decidimos en algún momento elegir los cuentos
atómicos, los microcuentos muy breves, pensamos que Borges o Arreola nos decían
todo en muy pocas líneas y ese estilo nos agradaba lo suficiente para tratar de
imitarlos[2].
Y si bien el guatemalteco Monterroso fue nuestra primera figura estimulante,
muchos nos quedamos atados más bien a las Vidas Imaginarias de Marcel Schwob
con una fidelidad explicable.
En sus cuentos largos, Juan Carlos Ramírez
insiste en una narrativa con todos los detalles que necesita para concluirlos,
pero deja abierta la puerta para que uno pueda elegir el final que más le
agrade. (Es el caso de los dos cuentos hispanos, La Andaluza y la Malagueña,
como textos abiertos, versus la modalidad del texto cerrado que define todas
las circunstancias). En los cuentos cortos, en cambio, nos despacha con una
brevedad atrevida y, en algunos casos, experimental. Aunque en literatura no
parece existir una teoría del final feliz —o por lo menos no es una teoría
explícitamente establecida—, dicho concepto es un elemento recurrente y
significativo en muchas formas de narración. Estudios en neurociencia han
demostrado que los finales felices tienen un impacto psicológico positivo en
las personas; por ello mismo en muchos géneros, especialmente en el romance y
en la literatura infantil, el final feliz es una convención común. Sin embargo,
Ramírez prefiere no encasillarse allí.
No hay pues finales felices en Tribulaciones
de la Memoria y más bien se diría que ellos son un asunto de interpretación o
elección personal. Pero en cambio hay múltiples finales como la mezcla de
relatos locales, tebaidenses, con el lenguaje propio de la tierra cosido con
las experiencias propias de un viajero irredento que se nutre de fisonomías
ajenas y paisajes foráneos. Todo lo cual hace que esta obra sea un ejemplo
combinado de vivencias en consonancia con todas aquellas ficciones que el autor
ha venido acumulando entre las metáforas mediterráneas y los goles del mundial.
En fin, este libro ofrece algo más
particular que consiste en la magnífica y costosa edición de los manizaleños,
cuya calidad estamos obligados a reconocer. Porque la estética de Matiz
Editorial, más su contenido y sus dibujos, son igualmente importantes para que
el lector se deleite con esas tribulaciones que tienen los primíparos cuando
incursionan entre el positivismo de sus experiencias y los pormenores que la
cátedra les pretende mostrar.
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