Demoliciones de la Catedral y la Plaza de Bolívar de Armenia en los años 60 y 70 |
«Luego de varias demoliciones y remodelaciones hoy no queda nada de la antigua plaza de Bolívar donde todo comenzó hace 135 años».
Con motivo del aniversario 486 de Santafé de Bogotá algunos medios de comunicación dijeron que los capitalinos están volviendo al centro histórico de su ciudad para visitar barrios como La Candelaria, Las Aguas y Las Nieves; pasear por el Chorro de Quevedo y por los parques Santander y Los Periodistas; caminar por calles cercanas al Capitolio Nacional y a los palacios de Nariño y Liévano; admirar templos coloniales como la Bordadita, San Agustín y la Catedral Primada; ingresar al museo del Oro y también a la Quinta de Bolívar y la Casa de la Moneda; ir a los teatros Colón, La Candelaria y Jorge Eliécer Gaitán; disfrutar de las bibliotecas Luis Ángel Arango y Nacional. En fin, zambullirse en la oferta cultural de la capital entre calles coloniales con cafeterías y restaurantes especiales, expresiones de arte urbano, llamativos comercios, librerías, almacenes de antigüedades y muchos otros atractivos.
Lugares como estos fueron mis preferidos en los años de universidad por allá en los setenta y aún siguen siendo parajes predilectos cada que viajo a Bogotá. Y aunque hay una frase proverbial que dice que «todas las comparaciones son odiosas», no puedo dejar de pensar en lo poco que tiene para ofrecer el centro de Armenia.
Por general los centros de las ciudades, además de comercio y servicios, albergan sitios relacionados con su historia fundacional, con edificios patrimoniales, con parques y espacios públicos, con bibliotecas, teatros y museos, con arte y también con sedes de gobierno. Estas zonas reflejan el alma de las ciudades, lugares que hablan de procedencias e identidades, sitios donde se recargan la cultura y el civismo. ¿O acaso qué quieren conocer los que visitan a Madrid, París, Buenos Aires, México, Roma o Berlín?
De ahí que sienta resaca, no por haber bebido en exceso, sino por haber perdido en exceso lo que fue el centro histórico de Armenia. Luego de varias demoliciones y remodelaciones hoy no queda nada de la antigua plaza de Bolívar donde todo comenzó hace 135 años. La arquitectura del bahareque, atributo del Paisaje Cultural Cafetero, desapareció de la Calle Real, de las calles de Sevilla y de la Encima, y también de la del Chispero. Igual suerte corrieron teatros como el Apolo, Bolívar y Yanuba, la Plaza Cervantes y las Galerías Centrales, templos como el de la Inmaculada Concepción y la capilla de las Bethlemitas, las construcciones del Hotel Atlántico o edificio Vigig y la trilladora Rosita, ni que decir de las casas quintas del parque Uribe y del Circo Teatro El Bosque sumido en el olvido. Tampoco quedan vestigios de lo que fueron los parques de Sucre y Uribe, ni del Cafetero que en los ochenta entregó a la ciudad el Comité de Cafeteros en homenaje a la caficultura y que luego fue remodelado para otros usos. Igual suerte corre la peatonal de la Calle Real cuyo diseño se inspiró en el cultivo y beneficio del café y que hoy se deteriora inexorablemente a pesar de haber ganado la Bienal Colombiana de Arquitectura y la Bienal Panamericana de Arquitectura de 2008.
«Cuando se pierde su historia y su legado, una ciudad deja de ser una ciudad para convertirse en aglomeración».
De lo poco que subsiste de esa herencia patrimonial sobresalen el hotel Maitamá, antiguo Embajador; el edificio del Instituto de Bellas Artes que por fortuna está bajo la protección de la Universidad del Quindío, de no ser así, habría sido demolido para darle paso a algún local comercial estilo bodega con fachada de vidrio como los que construyen por todas partes; y la Estación del Ferrocarril erigida en 1927 y declarada Monumento Nacional en 1996, cuyo edificio e inmuebles complementarios se hallan abandonados hace más de una década ante la incapacidad de las administraciones municipales de destrabar el proyecto del Centro Cultural Metropolitano, lugar donde por fortuna sobreviven el MAQUI y la biblioteca pública municipal.
Y en medio de este desprecio por el legado recibido, es por demás insólito que la placa más antigua relativa a la fundación de Armenia, de hace 102 años, no esté ubicada sobre el espacio público a la vista del ciudadano, sino que se halle en un área privada del Edificio Tigreros en la carrera 14 número 19 – 46, frente a la Asamblea Departamental, cuya leyenda reza: «EN ESTE LUGAR CELEBRÓ SUS PRIMERAS SESIONES LA JUNTA FUNDADORA DE LA CIUDAD DE ARMENIA EL DÍA 14 DE OCTUBRE DE 1889; PRINCIPALES FUNDADORES JESÚS Mª OCAMPO (a. TIGRERO), ALEJANDRO Y JESÚS Mª SUÁREZ – CONCEJO MUNICIPAL DE ARMENIA DE 1922».
Sin duda es grave para el alma de una ciudad y el espíritu de sus habitantes no tener centro histórico, ni tampoco teatros, bibliotecas, museos, salas de exposiciones, archivos, conservatorios, escuelas y otras infraestructuras esenciales para el cultivo del conocimiento, el humanismo y la cultura; tal vez por esto sea por lo que al centro de Armenia vamos por necesidad, no por disfrute. Cuando esto sucede, una ciudad deja de ser una ciudad para convertirse en aglomeración.
De esta realidad se ocupa en un discurso suyo el escritor estadounidense David Foster Wallace [1962 - 2008] ilustrando de manera magistral el papel y la función de la cultura:
«Había una vez dos peces jóvenes que iban nadando y se encontraron por casualidad con un pez más viejo que nadaba en dirección contraria; el pez más viejo los saludó con la cabeza y les dijo: “Buenos días, chicos. ¿Cómo está el agua?” Los dos peces jóvenes siguieron nadando un trecho; por fin uno de ellos miró el otro y le dijo: “¿Qué demonios es el agua?”».
Sobre esta cita, el escritor Nuccio Ordine [1958 - 2023] en
su libro La inutilidad de lo inútil [Acantilado, 2023], señala:
«Como les sucede a los peces más jóvenes, no nos damos cuentas de qué es en verdad el agua en la que vivimos cada minuto de nuestra existencia. No tenemos, pues, conciencia de que la literatura y los saberes humanísticos, la cultura y la enseñanza constituyen el líquido amniótico ideal en el que las que las ideas de democracia, libertad, justicia, laicidad, igualdad, derecho a la crítica, tolerancia, solidaridad, bien común, pueden experimentar un vigoroso desarrollo».
Entonces, como lo hicieron aquellos dos peces, solo queda
preguntarnos: ¿Qué demonios es la cultura y el patrimonio?
Armando Rodríguez Jaramillo
Correo: arjquindio@gmail.com / X: @ArmandoQuindio /
Blog: www.quindiopolis.co
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