«Con el tiempo el parque de Los Fundadores se convirtió en el
lugar patrimonial por excelencia de Armenia».
Mucho se ha escrito de aquel 1966 cuando
el Quindío se convirtió en departamento y Armenia en su capital. Historiadores,
columnistas y periodistas han reseñado en los últimos 56 años los antecedentes de
la creación del departamento, los debates en el Congreso de la República y los
protagonistas de aquella gesta, razón por la cual sólo me ocuparé en los
siguientes párrafos de compartir algunas vivencias personales.
Para empezar, debo decir que por aquellas
calendas en Armenia se palpaba un gran espíritu cívico que con el tiempo disminuyó.
Teníamos las juntas pro-departamento y pro-catedral y a una Sociedad de Mejoras
Públicas abanderada del interés público. La ciudad se extendía con vigor hacia
el norte sobre la nueva avenida Bolívar y para celebrar su aniversario 75 se
construyó el parque de Los Fundadores. El Atlético Quindío era orgullo regional
y se creó la Universidad del Quindío, la Corporación Autónoma Regional y el Comité
Departamental de Cafeteros, la primera para formar el talento humano que
necesitábamos y las otras dos para impulsar el progreso de la hoya del Quindío.
El Quindío se convirtió en departamento.
A mediados de los sesenta por todos lados se hablaba de la creación del departamento. Guardo en mi mente aquel 19 de enero de 1966 cuando, al caer la tarde, al salir de la casa de los abuelos, mi padre Hernán Rodríguez giró la perrilla de encendido del radio Sanyo de su camioneta Willys de color verde y de inmediato gritó emocionado: «Se creó el Quindío. ¡Por fin somos departamento!», palabras que repitió una y otra vez. A poco la ciudad se transformó en un enorme y espontáneo carnaval. Grandes y chicos permanecimos hasta altas horas de la noche en las calles y andenes celebrando el acontecimiento mientras los mayores brindan con aguardiente y bailaban en las calles. Recuerdo interminables caravanas de carros por la avenida Bolívar haciendo sonar sus bocinas llevando tarros de leche Klim y de galletas La Rosa y Noel amarrados de los parachoques traseros para hacer bulla.
Los meses siguientes fueron de expectativa en espera del primero de julio, fecha en la que el presidente Guillermo León Valencia vendría a posesionar a Ancízar López López como primer gobernador. Ese día temprano, de mañana, mi padre nos subió a la Willys verde rumbo al aeropuerto El Edén para presenciar la llegada primer mandatario. El trancón era brutal y había una larga fila de vehículos con banderas de Armenia en sus ventanillas. A mucho hacer logramos llegar hasta el club Campestre de donde nos devolvimos no sin antes haber perdido la bandera que nos fue arrebatada por un grupo de jóvenes entusiastas que se alejaron ondeándola en medio de la algarabía.
Hacia el mediodía, de regreso a casa, había una gran multitud agolpada alrededor de la plazoleta de Los Fundadores sobre la avenida Bolívar, en las zonas verdes y jardines del parque y en los andenes y antejardines de las residencias. De inmediato me aseguré de apostarme estratégicamente en el balcón del segundo piso que daba hacia la plazoleta, a donde habían concurrido familiares y amigos que querían presenciar aquel momento histórico. Recuerdo que mi madre no tuvo vida pensando que aquel balcón cedería ante el peso de tanta gente.
Luego del mediodía empezaron los actos
protocolarios con el presidente Valencia, el futuro gobernador Ancizar López
López, el alcalde Hernán Palacio Jaramillo, el Obispo de la Diócesis Jesús
Martínez Vargas y demás autoridades civiles y militares, además de integrantes
del batallón Guardia Presidencial, de la banda de guerra del Batallón Cisneros
y de la banda de músicos de Armenia. En medio de los himnos, discursos y
aplausos, muchas personas mayores y señoras embarazadas sufrieron de insolación
y deshidratación, algunas de ellas fueron atendidas en la sala de mi casa mientras
se recuperaban. Al final de aquel acto, cuando las autoridades se retiraron y
la multitud se dispersó, el lugar quedó desolado como si por allí hubiese
pasado el huracán Iota.
Los buenos y los malos años
Con el tiempo el parque de Los Fundadores se convirtió en el lugar patrimonial por excelencia de Armenia, pues no sólo en su plazoleta inició la vida político-administrativa del departamento, sino que en él se hallaba el monumento a los Fundadores (conocido como el tronco y el hacha) del maestro Roberto Henao Buriticá, el muro con los nombres de la junta pobladora de la ciudad , la placa conmemorativa del bicentenario del nacimiento de Antonio Nariño el precursor de la independencia nacional, el monumento a los gobernadores del Quindío y el mausoleo con los restos mortales del fundador Jesús María Ocampo y su esposa Arsenia Cardona.
Por décadas en el parque se dieron conciertos de la banda departamental, se celebraron los aniversarios de la ciudad y departamento y fue el sitio de encuentro de familias y visitantes. Pero con la llegada del siglo XXI empezó una época caracterizada por profundas crisis políticas e institucionales, corrupción en la administración pública y pérdida generalizada del civismo. Entonces, alcaldías de ingrata recordación, autorizaron que, durante las festividades de Armenia, en la plazoleta del parque y sus alrededores se levantaran improvisadas casetas para desordenados festejos que degradaron el entorno y transformaron el mausoleo del fundador de la ciudad en orinal público.
En medio de tantas equivocaciones, a la última alcaldesa que tuvo la ciudad se le ocurrió remodelar el parque a través de la Empresa de Desarrollo Urbano de Armenia (EDUA) desconociendo su valor patrimonial pese a las advertencias que se le hicieron. Presos de la soberbia demolieron sin necesidad varias estructuras, entre ellas la plazoleta, para reconstruirlas burdamente con materiales de baja calidad. En medio de esta locura desmantelaron el mausoleo del fundador y sus restos mortales estuvieron perdidos varias semanas sin que hasta hoy haya seguridad de su autenticidad, la placa del bicentenario de Antonio Nariño y el monumento a los gobernadores fueron destruidas, y el monumento a los Fundadores y el muro con los nombres de la junta pobladora se sumieron en el abandono. Y para culminar, la plazoleta, que era un espacio público patrimonial de la ciudad, fue transformada en un sitio con cafeterías al aire libre que desentonan con el entorno y el diseño original del parque.
Por fortuna el alcalde Carlos Mario Álvarez Morales tomó la decisión de construir un nuevo el mausoleo y depositar allí los restos mortales de El Tigrero y su esposa. A lo que se suma el trabajo denodado que un grupo de ciudadano vienen haciendo para recuperar jardines y zonas verdes y poner a funcionar la pileta del parque que por casi una década estuvo fuera de servicio ante la indolencia de las autoridades locales, y programar eventos que le devuelvan a los armenios este emblemático parque.
A pesar de las vueltas que da la
historia y del olvido oficial, el parque de Los Fundadores sigue en el corazón
de los armenios.
Armando Rodríguez Jaramillo
arjquindio@gmail.com / @ArmandoQuindio
2 Comentarios
Para quienes nos encanta la lectura, este escrito en particular nos permite un viaje a través del tiempo por senderos que nunca debemos olvidar, las aguerridas batallas de nuestros ancestros por tener un departamento con independencia política y administrativa, son sin duda alguna los cimientos de esta sociedad quindian que insiste en olvidar nuestros orígenes, en un camino de modernismo vacío de cultura, principios y valores por la vida misma del ser humano, Gracias Doctor Armando por su lucha diaria en la preservación de nuestra historia quindiana
ResponderBorrarGracias Carlos por su lectura y también por sus opiniones
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