«Deberíamos
reflexionar y reaccionar ante las cosas que llevaron a la ciudad a una
situación a la que nunca debió llegar, y esto compromete al ciudadano y a la
política.»
Las festividades
decembrinas y de final de año sirvieron para encontrarme con familiares y
amigos que no veía hace años. Sin embargo, buena parte de los llegados
coincidieron en señalar lo fea que estaba Armenia y el desorden en que está
sumida. Unos y otros me preguntaron qué había sucedido para que sus calles y
andenes, sus zonas verdes y parques, sus espacios públicos, su tránsito vehicular,
su cultura ciudadana, su aseo, su ornato y su seguridad se deterioraran de tal
manera.
Siendo consciente que Armenia ya no es la de otros años, cada pregunta y comentario que hacían era como una afrenta que me llenaba de vergüenza al no poder refutar sus críticas razonables. Y sentí pena y encogimiento por mi ciudad, sentí flojera por haber permito que mi patria chica se desvalorizara, sentí impotencia al no poder responder que fue lo que pasó a sabiendas de conocer lo que sucedió.
Entonces me acordé de la fábula de la rana hervida que dice que si se introduce de forma brusca una rana en un recipiente con agua hirviendo esta de inmediato saltará fuera de él, pero si la rana se pone en agua tibia que lentamente se lleva a ebullición, ella no percibirá el peligro en el que se encuentra y poco a poco, con el aumento de temperatura, se sentirá mareada y finalmente ya no podrá escapar y se cocerá hasta la muerte. Esta es una analogía de lo que ocurre cuando un problema se presenta de forma lenta y gradual y sus daños no se perciben, razón por la cual no hay reacción (o es tardía) para evitar (o revertir) los daños causados.
No podría asegurar cuándo empezó este paulatino deterioro de la ciudad, lo cierto es que poco a poco nos acostumbramos en medio de cierta pérdida de conciencia individual y colectiva de la realidad. Esta situación se torna más grave cuando se considera que las personas tienden a construir su idea de lo que suponen normal con base en lo ocurrido en los últimos dos a cinco años lo que lleva a normalizar los cambios graduales en periodos de tiempo relativamente cortos, por lo que se corre el riesgo de aceptar el deterioro de la cuidad como algo natural al punto de habituarnos a ello, así se deja de prestarle atención y no se reacciona.
De ahí que los seres humanos nos parezcamos a la rana de marras: saltamos si los cambios son repentinos y nos adaptamos si son paulatinos. Tal vez esto explica que hayamos tolerado con el tiempo la pérdida de cultura ciudadana, la invasión extrema del espacio público, el abandono de parques y zonas verdes, el deterioro de calles y avenidas, la falta de planificación vial, el caos vehicular y del transporte público, la pérdida del mobiliario urbano, la suciedad de andenes y calles, la inseguridad creciente, la pobreza e inequidad, la informalidad laboral, la agresividad ciudadana, la desarticulación social, la precaria gobernabilidad, la politiquería, la corrupción, el extravío del sentido de pertenencia y otras cosas que son el reflejo de los cambios graduales que permitimos.
La necesidad de reaccionar.
Ignoro cuál deterioro fue primero, si el de la ciudad o el de la sociedad o el de la política. No podría decir qué fue causa y qué efecto, solo sé que unos y otros coincidieron en el tiempo y todos bebieron del mismo menoscabo. No obstante, creo que la recuperación de la ciudad pasa por la necesaria reinvención de la política con el fin de mejorar la capacidad de respuesta a los problemas y desafíos que se tienen.
Definitivamente la situación por la que atraviesa Armenia se asemeja a la de una olla de agua tibia que se calienta lentamente donde demasiadas ranas (ciudadanos) llevan aturdidas varios años. Así que deberíamos reflexionar y reaccionar ante las cosas que llevaron a la ciudad a una situación a la que nunca debió llegar, y esto compromete al ciudadano y a la política. No es viable seguir aplicando medidas paliativas a los grandes problemas de ciudad como si la disposición fuera cambiar poco para que nada cambie, pues lo que hay que hacer es cambiarlo todo para que muchas cosas cambien. Así que la transformación debe ser de actitudes, de referentes, de discurso, de prácticas cotidianas, de compromiso, de valoración del interés público, de cultura ciudadana y de una política diferente.
4 de enero de 2022
Armando
Rodríguez Jaramillo
arjquindio@gmail.com /
@ArmandoQuindio
2 Comentarios
Los CIUDADADANOS.....nos dejamos aturdir sin reflexionar.....por los POLITIQUEROS....y asi se acabó el sentido de pertenencia.....¡¡¡¡
ResponderBorrarTiene razón, el sentido de pertenencia se acabó y la política nos hizo enorme daño.
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