Es la empresa, es el empleo, es el ingreso

«No veo la razón para que no se pueda protestar sin arrasar con las empresas.»


Todos queremos calidad de vida y bienestar, aspiraciones que involucran a nuestras familias y seres queridos, a nuestros vecinos y amigos y a nuestra sociedad en general, pues mi bienestar está en relación directa con el bienestar de la comunidad en que vivo.

Teniendo en cuenta esta preocupación universal, el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo publica el Índice de Desarrollo Humano (I]DH) para países de los cinco continentes compuesto por la esperanza de vida, la educación y el ingreso por persona. Un país obtiene un IDH más alto cuando la gente vive más años, el nivel de educación es mejor y los ingresos promedio por persona es mayor, tres variables que por razones obvias son interdependientes.

Sin duda, el bienestar y la tranquilidad dependen, entre otras, de la satisfacción de las necesidades básicas y de poder hacer algunas cosas que nos causan complacencia y deleite. Tenemos sosiego y serenidad cuando sufragamos el arriendo y los servicios públicos, cuando hay dinero para el mercado, cuando pagamos el colegio de los hijos, la salud y el aporte pensional, cuando tenemos para el vestuario y el transporte diario. Pero, además, cuando podemos costear una comida especial, un paseo o unas vacaciones familiares, comprarnos algo para el hogar, adquirir un libro, cambiar de teléfono o dar un regalo a alguien que apreciamos, por ejemplo.  

Pero todas estas cosas se pueden adquirir si y solo si disponemos de ingresos suficientes y frecuentes. Sin embargo, sólo esto no basta, también es necesario que los bienes a comprar, usar y disfrutar estén disponibles en el mercado, en los almacenes.


«Se conforma así un enorme círculo virtuoso que se retroalimenta.»


Entonces aparecen en escena las empresas como un engranaje que transmite potencia y movimiento para que el sistema funcione. Las empresas producen lo que necesitamos para nuestro diario vivir, y para esto compran insumos y materias primas que transforman en productos que luego comercializan y ponen al alcance del consumidor. Con lo que obtienen por las ventas pagan a trabajadores y proveedores y retribuyen con utilidades a sus dueños. De esta forma, empleados y empresarios obtienen los ingresos para comprar los productos que necesitan y que otras empresas producen. Se conforma así un enorme círculo virtuoso que se retroalimenta. De igual modo, las empresas son los mayores contribuyentes de impuestos nacionales y locales para que el Estado funcione y cumpla su rol de regulador y ejecutor de políticas sociales y económicas y realice inversión pública.

 

El desprecio por las empresas

 

Sin embargo, en nuestro país al empresario no se le aprecia ni valora por la función que realiza y por su aporte a la economía y al bienestar de la sociedad. Es así como desde algunas posiciones ideológicas parece que se empeñaran en señalarlo como un explotador de los trabajadores y agente del capitalismo salvaje. No conozco un país o región exitosa que goce de altos estándares de calidad de vida que no se caracterice por tener empresas vigorosas, modernas y sólidas. No conozco un solo país que presuma de bienestar y prosperidad cuya población dependa de empleos gubernamentales y de subsidios estatales.

Entonces: ¿Por qué esta indiferencia con los empresarios? ¿Por qué se persiste con un absurdo bloqueo de vías que ha fracturado las cadenas de suministro de materias primas, de combustibles, de insumos médicos y de alimentos? ¿Por qué se impide que agricultores y ganaderos lleven sus productos perecederos a las ciudades? ¿Por qué se interrumpe la distribución de las mercancías de nuestras empresas? ¿Por qué no actuar de forma expedita antes que por culpa de los paros irracionales se pierdan más empleos y se cierren más unidades productivas? ¿Por qué algunos colombianos parece que quisieran acabar con la riqueza nacional bajo la pretensión de reivindicar derechos sin cumplir deberes? ¿Acaso será que los que participan en estos actos no necesitan de productos básicos, será que sus familias y seres queridos no están siendo afectadas por culpa de ellos mismo?


«En nuestro país al empresario no se le aprecia ni valora por la función que realiza y por su aporte a la economía y al bienestar de la sociedad.»


Al ver el caos y la anarquía en que estamos sumidos los colombianos, evoco que en las elecciones por la presidencia de los Estados Unidos en 1992 el estratega de la campaña de Bill Clinton, James Carville, acuñó las frases «Es la economía, estúpido» para recordarle a su equipo que la campaña debería de enfocarse en cuestiones relacionadas con la vida cotidiana de los ciudadanos y sus necesidades inmediatas, frase que a mi parecer cobra vigencia en este país alterado pues no veo la razón para que no se pueda protestar sin arrasar con las empresas.

 

Armando Rodríguez Jaramillo

@ArmandoQuindio   /  @quindiopolis

arjquindio@gmail.com 

 

 


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