Por
estos estos días de cuarentena encontré una frase del escritor uruguayo Mario Benedetti
(1946 – 2006) que me hizo reflexionar: «Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, cambiaron todas las
preguntas». Entonces pensé
en que las respuestas dan certezas mientras que las preguntas cuestionan, que las
respuestas dicen lo que sabemos y las preguntas recuerdan lo que ignoramos, que
las respuestas nos hacen sentir cómodos y las preguntas nos sacan de la zona de
confort.
Hasta hace poco la
humanidad tenía la percepción que todo lo conocía. La ciencia y los enormes avances
tecnológicos hicieron creer, y vaya de qué manera, que éramos la máxima
expresión de la creación o de la evolución, la especie dominante. Los
desarrollos en comunicaciones, la capacidad de llegar a las profundidades del
mar y de ir al espacio, la comprensión del cosmos y del universo, los adelantos
en medicina, el descubrimiento del genoma humano y la posibilidad de alargar la
vida, la monstruosa capacidad de autodestrucción, el desarrollo de dispositivos
móviles, la computación cuántica, la 5G, la inteligencia artificial, la
internet de las cosas, las ciudades inteligentes, la biotecnología y la
nanotecnología, y tantos otros adelantos hicieron pensar que nuestro conocimiento
era formidable, que éramos omnipotentes, que para la humanidad nada estaba vedado.
¡Qué jactanciosos y egocéntricos nos creímos!
Trasegamos por una era de
certezas en la que todas las respuestas estaban dadas, en la que ciencia y
tecnología siempre tenían soluciones a la mano, en la que los gobiernos y sus ideologías
tenían recetas para las demandas sociales, en la que el capitalismo y el
mercado suplían de forma oportuna y con exceso las necesidades de bienes y
servicios, en la que las religiones ofrecían un catálogo de beneficios en la
otra vida a cambio de sumisiones, contribuciones y sacrificios en esta.
En fin, todo estaba
resuelto, o iba camino a serlo, tal como lo escribieron ciertos positivistas para
los que el progreso era señal inequívoca de que todo tiempo futuro será mejor.
La humanidad se acostumbró a vivir la vida a través de una pantalla donde las App
simplificaban todo y el operador se transformaba en sujeto pasivo en una
realidad intemporal hiperconectado con los que no conoce.
De ahí que la frase de
Benedetti es como un polo a tierra, pues en pocas semanas las certezas se
transformaron en incertidumbres, lo que funcionaba ya no opera y la luz al
final del túnel no se observa.
No olvidemos que la
solidez de un sistema se mide por su capacidad de respuesta ante las situaciones
que se presentan transmitiendo cierta sensación de seguridad a la sociedad. Sin
embargo, un agente infeccioso acelular cuyo tamaño se mide en micras revolcó al
sistema sanitario y desbarajustó los órdenes económicos, sociales y políticos
del planeta, evidenciando de paso nuestra fragilidad para enfrentarlo.
En un santiamén la sociedad
de la cuarta revolución industrial se convirtió en un colectivo dubitativo en
torno a cómo evitar la propagación y superar la pandemia, cómo recuperar la
economía y el empleo, cómo hacer que la ciencia y a la tecnología brinden
soluciones expeditas, cómo normalizar la vida en comunidad, cómo conciliarnos
con la naturaleza y armonizar nuestra existencia con los otros seres vivos,
cómo diseñar una nueva organización social basada en el bien común, cómo reinventar
el estado y crear liderazgos humanistas. Estos son solo algunos de los desafíos
a los que nos enfrentamos, y de no comprenderlos y solucionarlos, de nada habrá
valido atravesar por esta pandemia.
La historia da cuenta que
cuando los pueblos creen tener respuestas se estancan en sus zonas de confort y
pierden la capacidad de ver otros horizontes. Pero también registra en sus
anales, que cuando son sacudidos por eventos traumáticos y sus sistemas no
ofrecen soluciones, la creatividad y la innovación se activan. ¡Así progresa la
humanidad!
Enfrentamos enormes
desafíos. De pronto nos dimos cuenta de que el mundo es frágil, que su orden
perdió sentido ante un COVID-19 que volvió variable y relativo lo que creíamos
fijo y estable. Atravesamos por tiempos de incertidumbre como si hubiéramos
sido sacudidor por un gran seísmo de origen desconocido. Precisamos lo mejor de
la inteligencia humana para encontrar soluciones y reinventar los sistemas políticos,
económicos y sociales, además de nuestra maltrecha relación con la naturaleza. Estoy
seguro de que después de la tormenta llegará la calma y veremos con mayor
claridad y amplitud la senda a seguir, pero ésta hay que construirla.
De no esforzarnos por encontrar
respuestas a las preguntas que nos plantea esta crisis, correríamos el riesgo
de volver a las viejas respuestas porque al menos ellas brindan un espejismo de
seguridad, entonces habríamos perdido la oportunidad de construir una nueva sociedad.
Armando Rodríguez
Jaramillo
@ArmandoQuindio
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