Es un hecho que la cultura se
expresa en tradiciones y costumbres que definen comportamientos y formas de ser,
creencias y valores, cosmovisiones y narrativas, y celebraciones y manifestaciones
artísticas. En fin, la cultura nos aporta características propias,
identitarias por demás, que dan arraigo y razón de ser.
Es por esto por lo que la
celebración de la navidad es sinónimo de disfrutar y compartir, encender velas
y faroles, armar pesebres y árboles de navidad, embellecer casas y lugares de
trabajo, rezar novenas, jugar a los aguinaldos, dar regalos y obsequios, preparar
comidas y viandas especiales, celebrar la noche de navidad y rematar con la de
año nuevo, y reencontrar familiares y amigos. Así de simple, la cultura es identidad.
Ahora bien, ¿Qué pasaría si no tuviéramos
estas tradiciones? Pues que nuestra identidad se diluiría y posiblemente nos convertiríamos
en personas poco singulares, sin nada que nos convoque, sin motivos para reunirnos
a celebrar, sin alegrías ni recuerdos. Y yo, armenio raizal, me resistiría a
vivir de esta manera.
Siendo que la cultura es una
expresión de los pueblos, esta debería ser interpretada, preservada y
cultivada por sus dirigentes, en especial por sus gobernantes, pues en esto
se basa una buena parte de la cohesión social. De ahí que no basta con disfrutar
en familia las fechas especiales, sino que también es necesario que los gobiernos
hagan lo suyo y engalanen la ciudad para que nos animemos a salir a los
espacios públicos, parques, calles y avenidas.
Armenia sin alumbrado.
Sin embargo, mi ciudad es de
contrastes. Mientras que los cuyabros nos empeñamos en decorar nuestras casas con
motivos navideños y en adornar las fachadas de residencias y edificios con
luces centelleantes, mientras que los comerciantes hacen lo propio con sus
negocios y los centros comerciales se esfuerzan por hermosear sus interiores y
exteriores con el fin de crear un ambiente para que la gente viva el espíritu
decembrino y haga sus compras, mientras que hoteles, restaurantes y
alojamientos rurales se preparan para recibir turistas nacionales y extranjeros
en la temporada vacacional más importante del año, la alcaldía y la
institucionalidad pública parecen haber decidido bajar el interruptor y desconectarse
de la ciudad y sus habitantes.
Es inaceptable el poco aprecio
oficial que por las tradiciones se tiene en Armenia. Y más aún, que haya tanta
indiferencia gubernamental con el alumbrado decembrino, apatía que encontró
su máxima expresión en los últimos dos años y que pareciera que empieza a dejar
huella en el espíritu cívico a juzgar por las pocas las voces de rechazo a esta
dejadez oficial. ¡Qué falta de compromiso con la ciudad! ¡Qué desprecio con las
costumbres navideñas y de año nuevo! ¡Qué poca solidaridad con los armenios!
Parece que no sintieran la ciudad que gobiernan, que no se dieran cuenta de la
importancia de adornarla para generar un ambiente que invite a los ciudadanos a
salir, compartir y adquirir sus regalos en el comercio local, que no se
percataran que al Quindío llegan cientos de miles de turistas a pasar la temporada
de fin de año que podrían visitar a Armenia para conocerla, divertirse y
comprar.
A propósito del tema, me llegan
a la mente dos citas. La primera se está en el Eclesiástico, libro apócrifo del
Antiguo Testamento escrito por Jesús ben Sira, que reza: «Cada pueblo tiene el
gobierno que se merece». No obstante ser considerada una verdad irrefutable, en
nuestro caso no aplica, ya que los armenios no merecemos los últimos mandatarios
que hemos soportado pues tenemos más ciudadanía que gobierno, solo que estamos atravesando por un bache de nuestra
historia.
La
segunda cita es la célebre frase de
James Carville, asesor del demócrata Bill Clinton durante la campaña que en
1992 lo llevó a la Casa Blanca, derrotando a su contrincante George Bush,
padre, que había concentrado su estrategia en los éxitos de la política
exterior estadounidense y no en los problemas cotidianos y de las necesidades
más sentidas de los ciudadanos. La frase «¡Es la economía, estúpido!» es
recordada cuando los gobiernos tienen como único argumento la existencia de
problemas presupuestales para no hacer lo que deben hacer, dejando de lado instrumentos
de reactivación económica, como lo es, en el caso que nos ocupa, el alumbrado navideño.
En última instancia, si la administración
municipal es poco sensible a las tradiciones de fin de año, entonces que mire esta
temporada desde la perspectiva económica ya que es el mes más importante para
el comercio y el turismo. De ahí que la alcaldía debió jugársela por iluminar y
embellecer la ciudad, por hacerla atractiva y agradable para que propios y
visitantes se sintieran contagiados de la magia de la navidad y estimulados a
hacer sus compras de fin de año en Armenia dinamizando la economía y el empleo.
No cabe duda de que destinar recursos públicos para el alumbrado decembrino es
una excelente inversión para una ciudad, o si no que lo diga Medellín.
Armando Rodríguez Jaramillo
@arj_opina
1 Comentarios
Soy un internauta pasivo solo leo y saco mis conclusiones y no acostumbro a generar polémica en redes sociales algo que es muy fácil hoy en día... Admito que no sigo sus redes y que este artículo me llegó gracias a mi feed de noticias...
ResponderBorrarEl título llamo inmediatamente mi atención... Justo durante estos 3 o 4 días estaba meditando tan triste tema... No tengo nada que agregar es claro el artículo se refleja tristeza en las calles ya muy maltratadas de mi adorada Armenia... Seria mas agradable ser víctima de uno de los innumerables huecos en las vías por estar observando maravillado la decoración navideña de la cuidad sin embargo eso pareciera ser mucho pedir.... Parece ser fácil encontrar un culpable específico... Pero sin duda estás administraciones nos están deteriorando la cuidad desde los más interno nuestras hermosas tradiciones....
Mil gracias por usar sus redes para transmitir y difundir lo que muchos pensamos... Pero no decimos por diferentes razones! Feliz Navidad y un 2020 lleno de éxito y de dificultades superadas (porque siempre habrá dificultades).