Cuando acumulamos recuerdos
que abarcan varias décadas atesoramos vivencias del trasegar por la vida. He
sido testigo de cómo Armenia pasó de poblado apacible y amigable a urbe en
efervescencia y expansión. Sin embargo, estos cambios, a veces atropellados, no
significan que debamos resignarnos a una ciudad caótica que deprecia la
dignidad humana tal como podría colegirse al ver tantas personas en las calles
en condiciones deplorables.
Siempre han existido individuos
que viven en indigencia, lo que pasa es que ahora parece haber una eclosión de
marginados sociales de todas las edades por los cuatro puntos cardinales de
Armenia. No pretendo diagnosticar una situación que de por sí tiene múltiples
causas, lo que sí me acompaña es cierta dosis de sensibilidad social que me permite
expresar lo que siento al ver tantos seres en las calles de mi ciudad natal atrapados
en la telaraña de la pobreza absoluta y sumidos en la enajenación total.
Por aquí y acullá amanecen
en los andenes personas guarecidas con alguna cobija raída o con plásticos y
cartones. Ancianos de avanzada edad derrotados por el agotamiento senil y el
hambre. Madres, no pocas de rasgos indígenas, con tres o cuatro niños en el
suelo en espera de alguna dádiva. Recicladores y rebuscadores de alimentos en
descomposición que hurgan en bolsas y potes de basura. Niños en los semáforos que
compiten por unas monedas con saltimbanquis improvisados igual de necesitados. Bebés de brazos y personas discapacitadas usadas para producir lástima y pedir dinero.
Drogadictos desesperados por la próxima dosis. Alcohólicos bebiendo nerviosamente
a pico de botella. Orates que deambulan sin rumbo exhibiendo su falta de cordura
y muchas otras facetas que retratan la miseria y degradación en la que puede
caer un ser humano.
Entonces me pregunto: ¿qué
son ellos para la sociedad?, ¿son acaso seres a los que hay que darles nimiedades
con el único fin de paliar nuestra responsabilidad social?, ¿son personas
indeseables e invisibles que nos disgustan y nos causan desagrado y rechazo?,
¿son vagos y desadaptados que deberían ser recogidos por las autoridades para
embellecer la ciudad?, ¿acaso son individuos que no merecen más que discriminación
y estigmatización social?
No sé qué decir, pero
creo que ante este escenario algo debemos hacer por estos conciudadanos, que no
por estar en el sótano de la sociedad dejan de hacer parte del colectivo social
de nuestra ciudad, la de todos, la de ellos, la nuestra. De ahí que, o seguimos
ignorándolos y haciéndolos a un lado mientras caminamos rumbo a nuestros hogares
y sitios de trabajo para poner distancia entre ellos y nosotros o decidimos hacer
algo por transformar la realidad de la calle.
Es hora de que
empresarios, gremios, organizaciones civiles, corporaciones, sindicatos,
iglesias, universidades, colegios y toda la sociedad en general, necesariamente
liderados por la Alcaldía y entidades como ICBF, enfrentemos con
responsabilidad y decisión política la recuperación de esta población para incorporarla
a la sociedad y a la vida productiva, empezando, por ejemplo, por rescatar de
las calles a los ancianos abandonados y a los niños usados para limosnear. El
futuro no nos perdonará la insensibilidad y pasividad del presente.
Armando Rodríguez
Jaramillo
@arj_opina
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