En las elecciones por la presidencia de los Estados
Unidos en 1992 el estratega de la campaña de Bill Clinton, James Carville,
acuñó las frases «Es la economía,
estúpido» y «Cambio vs. más de lo
mismo», para recordarle a su equipo que la campaña debería de enfocarse en
cuestiones relacionadas con la vida
cotidiana de los ciudadanos y sus necesidades inmediatas, frases que a mi
parecer también deberían ser recordadas por los gobiernos de estas comarcas y allende
las fronteras.
Estos enunciados me hicieron reflexionar sobre nuestro
modelo de administración pública, definido, casi siempre, por la forma como entienden
la política los grupos que ganan las elecciones, y si este, el modelo, es
viable para alcanzar el progreso y el bienestar colectivo.
La sociedad actual enfrenta desafíos que requieren soluciones
diferentes y disruptivas, ideas innovadoras y nuevos esquemas mentales. Una
cosa es cierta, no es posible cambiar haciendo más de lo mismo por lo que sería
necio el insistir en la solución de los
problemas del presente con estrategias del pasado. El siglo XXI trae consigo
prototipos como el de las ciudades inteligentes enmarcados en novedosas concepciones
del desarrollo donde la política es un instrumento y no un fin en sí misma. De no
entenderlo así, corremos el riesgo que nos deje el último tren del
desarrollo.
Desde hace más de una década nos acostumbramos a
que el DANE diga que Armenia siempre está en los primeros puestos de desempleo sin
haber tenido capacidad de respuesta para contrarrestar una realidad que se
volvió estructural ante los ojos de una dirigencia política que, por andar distraída en el ajedrez electoral,
no se ocupó del fortalecimiento empresarial, el estímulo al emprendimiento, la
generación de empleo de calidad y la creación de riqueza, tal vez porque creyó que
el desarrollo económico vendría por las dobles calzadas que pasan por el
Quindío.
Al ver la realidad socioeconómica de mi ciudad creo
que es inaceptable que miles de personas que venden frutas, verduras, cacharro,
tinto y frituras en el espacio público sigan capturadas en la trampa de la pobreza sin soluciones concretas, que
numerosas famiempresas y microempresas que son verdaderas unidades de
autoempleo continúen sin el debido apoyo,
que continuemos pensando que en Armenia no
debe haber industria, que veamos pasar los turistas que llegan atraídos por
los encantos rurales del Quindío y el PCC y sin ofrecerles servicios para que disfruten de la ciudad, que pensemos
que los suelos rurales solo sirven para vivienda campestre y no para producir alimentos, que
mantengamos un enfrentamiento irresoluto
entre los responsables de aplicar el POT y los empresarios de la construcción, que
la inversión por Valorización esté paralizada
hasta quien sabe cuándo, que haya informalidad
laboral aún en la administración pública por nóminas paralelas que aumenta
la dependencia política y la incertidumbre económica de quienes la padecen.
Estas son las situaciones que nos enredan en la
telaraña del subdesarrollo. No hay nada más dignificante para el hombre que la
posibilidad de tener ingresos para satisfacer sus necesidades y las de su
familia. Es el desarrollo empresarial y
la generación de empleo lo que debería preocupar a los gobernantes, de ahí que
las frases de James Carville al equipo de la campaña de Bill Clinton a la
presidencia en 1992 tienen hoy más vigencia que nunca.
Armando Rodríguez Jaramillo
@arj_opina
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