La forma en la que muchos
ciudadanos se apropian del espacio público ha llevado a que se piense primero en
mi ciudad antes que en nuestra ciudad, axioma hecho suyo por los que anárquicamente
creen que, como lo público es de todos y no tiene dueño definido, puede ser
capturado para su beneficio y usufructo, pues consideran que lo que es de todos,
por extensión, también es mío y nadie me lo puede reclamar, razonamiento que
lesiona el interés público y el bien común, principios que deberían ser pilares
del sistema educativo desde temprana edad con el fin de formar ciudadanos y
sociedad, y que constituyen derechos colectivos que deberían ser garantizados
por los gobiernos sin necesidad de exigirlo.
Pero la realidad indica que
la ciudad se volvió coto de caza de muchos que parecen ostentar una patente de
corso legitimada por la ineficiencia de las autoridades para con su misión de hacer
respetar el interés público. De ahí que cada cual se apropie de un pedacito de
ciudad sobre el que levanta fronteras invisibles que hace respetar de otros
invasores o de cualquiera incauto que ingenuamente salga con el discurso de la
prevalencia del interés general sobre el particular, defensa que hacen usando
todos los recursos, incluyendo la intimidación y la violencia verbal y física.
Esto lleva a que se invadan
andenes, calles y parques con casetas informales, mesas hechizas, carretas y
sombrillas para vender mercancía legal o ilegal, y que saquen cocinas
ambulantes para preparar frituras y viandas en las vías sin las mínimas normas
de higiene y preparación de alimentos. Para ellos el derecho al trabajo otorga
el derecho a invadir el espacio público. No es una discusión de fondo, sino de
forma.
También hay comerciantes
y dueños de cafeterías que colonizan los andenes de sus fachadas
transformándolos en vitrinas de venta; restaurantes que pagan por usufructuar sus
aceras segregando al peatón; talleres y almacenes de repuestos que prestan sus
servicios de mecánica en plena vía; y compañías de internet, televisión y
telefonía móvil que tienen en el espacio público su oficina de venta de servicios.
Ellos actúan de forma ventajosa para aprovechar el costo de oportunidad que
representa rentabilizar los bienes públicos.
Otros parquean sus
vehículos en cualquier parte interrumpiendo la movilidad y obstruyendo hasta las
rampas diseñadas para los discapacitadas en sillas de ruedas o para las señoras
con bebes en coches; o taxistas que insisten en recoger pasajeros invadiendo un
carril frente a los centros comerciales o las bahías dispuestas como paraderos
de buses. Para ellos primero está su negocio que el bienestar de la ciudad.
Por último, menciono las
franjas de protección vecinas a los ríos y quebradas invadidas por algunos
constructores para ampliar el área útil de su negocio. Ellos se protegen argumentando
que su sector dinamiza la economía local y genera empleo, como si el fin justificara
los medios.
Entre tantos intereses
individuales se perfila mi ciudad, la de cada uno, en detrimento de nuestra
ciudad, la Armenia de todos.
Armando Rodríguez
Jaramillo
@ArmandoQuindio
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